Esto es imparable, irrefrenable… El pequeño comercio segoviano va cada día de mal en peor, y lo grave es que no parece haber una posible solución. Hablo del comercio local en general, y me provoca el comentario el conocimiento del ‘cese’ de uno de los comercios emblemáticos de la ciudad. Después de 172 años de servicio al público, ha echado el cierre Casa Candamo, sobreviviente como único en la especialidad en la calle de San Francisco, otrora con varios comercios de Ultramarinos en todo su recorrido. Y hay que recordar que en este tipo de comercio, entre el recinto amurallado, parte del barrio de San Millán y del de Santa Eulalia, Segovia tuvo una floreciente colección de ‘tiendas’ de barrio desde hace muchísimos años… Pero, una tras otra, desgraciadamente, han ido desapareciendo… Aunque aún quedan algunos útiles y ‘valientes’ ejemplos a los que deseamos mayor fortuna y todavía larga vida, a pesar de las dificultades que hoy dominan, repito, al comercio segoviano en todas sus modalidades.
Informa la propiedad que la tienda recién cerrada tiene nuevo inquilino, pero ello no es obstáculo para reconocer que la familia propietaria ha sido la mantenedora oficial, a lo largo de generaciones, durante tantísimos años, en un constante y fiel servicio al público, clientes habituales y forasteros. Es un capítulo más, triste, en la larga y fructífera historia del comercio de Ultramarinos en nuestra ciudad.
Esto podemos considerarlo un caso, y si pasamos a otra cosa, me parece oportuno resaltar el tan interesante y bien documentado trabajo que el profesor Félix García de Pablos publicaba en estas páginas el pasado día 14, un relato de sumo interés contando también ‘casos y cosas’ sobre el túnel de Guadarrama, con un epílogo clave diciendo “por qué se tolera ahora la prórroga injusta de la concesión de la autopista”.
Pues, es que, desde siglos atrás, Segovia ha venido consintiendo infinidad de cosas injustas a las que nadie se ha atrevido a ‘hincar el diente’. Y es que no podemos presumir de guerreros y revoltosos y ‘nos tragamos’ las cuestiones y las injusticias más perjudiciales para nuestra tierra sin que nadie se atreva a protestar o a mostrar su contrariedad. Es decir, que aquí nadie ‘dice ni pío’ por vergüenza, por miedo o por ‘respeto’ político y temor a perder el cargo o los puntos que se van sumando pensando en nuevos ascensos.
Otras cosas son, por ejemplo, olvidar que la calle de más transito de turismo, entre el enlosado de la Catedral y el acceso a los jardines del Alcázar, carece de las papeleras necesarias. Estos días las que existen aparecen enseguida rebosantes, pues en cuanto se depositan en ellas un par de botellas de plástico, su capacidad se reduce de inmediato. ¿No sobrarán en los almacenes municipales algunas más, que podrían ayudar a conservar la calle más limpia antes de que la facilidad de que los contenidos de las actuales se vean por los suelos?
Y más casos. No faltan en estos medios escritos que denuncien el notable abandono de las piscinas municipales al aire libre. Sorprenden algunos de ellos denunciando cuestiones imperdonables que contribuyen al deterioro de las instalaciones, incluidas las dependencias destinadas a vestuarios.
Por cierto que es incomprensible que un años tras otro, se siga autorizando el baño en las aguas del Pontón, limitándose los avisos a advertir que pueden ser peligrosas para bañarse en ellas. En este país, que se utiliza mucho, incluso a fuerza de decretos oficiales, la palabra ‘prohibir’, ¿por qué no se puede emplear en este caso y no dejando libertad para que en dicho pantano puedan producirse accidentes en cualquier momento?
Sí se avisa, por ejemplo, que en la provincia las únicas aguas de un embalse donde está permitido el baño sean las de Maderuelo. ¿Por qué no se advierte sobre las que NO se autorizan?
Y otra ‘cosa’ final: Sería interesante (lo he dicho en anteriores ocasiones) que algún responsable de organizaciones observara la cantidad de visitantes que tiene la iglesia de San Andrés, para mostrar su valioso contenido interior, ahora a cargo de feligreses de la Parroquia, voluntarios, para incluir la visita en un ‘itinerario oficial’.
