
Escribe Ignacio Sanz, en su Tierra de Pinares, que el juego tradicional por excelencia de esta comarca es la pelota a mano, agregando que en torno al frontón surgieron platos célebres, como el bacalao de Patricia. En Carrascal del Río, los mozos echaban cada tarde de domingo una partida, disputándose la merienda. Hartos del habitual escabeche, demandaban otro refrigerio. “Y entonces, Patricia dio con una elaborada fórmula que arrastró hasta su casa a miles de personas ajenas al juego de la pelota”, relata el escritor.
Sea como fuere, lo cierto es que, hará unos 50 años, ese bacalao cogió fama. Su promoción, en buena medida, fue mérito del dentista Alfonso Zorrilla, quien aprovechaba su descanso semanal en Burgomillodo para desplazarse hasta Carrascal del Río, a casa de Patricia, a sacar allí mismo muelas y, de paso, degustar el rico plato. A veces, Zorrilla llevaba algún invitado de Segovia, que después pregonaba las excelencias de ese bacalao.

Al carrascaleño Javier de Pablo le encantaba el bacalao, y de vez en cuando encargaba a Patricia unas raciones para llevar a casa. “Mi mujer (Gregoria San Ignacio), que entiende de cocina, fue sacando cómo se hacía ese bacalao por los sabores”, refiere. Y un buen día, por una casualidad, tuvo lugar el paso de testigo de Patricia a Gregoria.
“Había una cuadrilla de Segovia –evoca De Pablo- que venía a menudo a comer a Carrascal del Río; de uno de ellos éramos algo parientes, y como Patricia no tenía teléfono él nos llamaba a nosotros para que hiciéramos el encargo; luego recogía en nuestra casa el bacalao y lo llevaba a una bodega, donde comía el grupo”. Ocurrió de ese modo en múltiples ocasiones, hasta que una vez, cuando Gregoria fue a hacer el pedido, Patricia contestó que lo sentía pero que quería dejar el negocio y ya no iba a despachar más bacalao. Aunque sorprendida de inicio, Gregoria no tardó en reaccionar. “Mi señora –rememora ahora De Pablo-, me preguntó entonces si quería que lo hiciera ella, y yo la dije que ella vería”. Gregoria no se amilanó. E hizo el bacalao.
Pero el secreto no tardaría en desvelarse. Acabado el banquete en la bodega, los comensales fueron al bar, en cuyo interior existía una pequeña ventana que daba a la colindante tienda de la familia De Pablo, donde se vendía carne. ¡Y mira tú por dónde, allí llegó en ese momento Patricia, a comprar! Alguien gritó, felicitando a Patricia por su bacalao, y ella, estupefacta, juró no ser en esa ocasión la cocinera. La cuadrilla se quedó entonces de piedra, comprendiendo que allí había gato encerrado. Y la verdad salió a la luz. “Pues te decimos que este bacalao nos ha gustado tanto o más que el de Patricia, así que de ahora en adelante te lo encargaremos directamente a ti”, sentenció un tal Félix, que era quien llevaba la voz cantante en el grupo.
Consumado el relevo entre cocineras, De Pablo rebautizó el plato, que pasó a llamarse ‘Bacalao a la carrascaleña’. En la actualidad, la familia tiene alquilado el bar, pero si alguien pide bacalao, Gregoria se deja caer por la cocina, a ver si todo va bien…

El rollo y la colmena
Aunque menos renombrado que otros rollos de la comarca, como el de Navares de las Cuevas, lo cierto es que Carrascal del Río también tiene uno, a la entrada de la iglesia. Suele pasar desapercibido al estar coronado por una pequeña cruz metálica que, según asegura la tradición oral, fue colocada ahí precisamente para evitar la demolición de la obra. Observando desde el rollo la fachada de la iglesia se descubre la existencia de una colmena.
No es un caso aislado. Antaño, numerosos templos acogían en un hueco de sus muros una colmena, cuya explotación deparaba ingresos a la parroquia. Así pasaba, no lejos de Carrascal del Río, en Castrillo de Sepúlveda o en Fuenterrebollo, por citar solo dos ejemplos.
Una torre fechada
“Hizose esta torre siendo cura el licenciado don Juan del Caz. Año de 1707”. La inscripción, visible desde la calle, revela la época en que la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción fue reformada, a inicios del siglo XVIII.
El edificio, originariamente románico, presenta una sola nave, con ábside semicircular precedido de tramo recto. En su interior lucen un fino retablo mayor y una pila bautismal de copa semiesférica gallonada.
Economía cambiante
Como en toda la comarca, la población de Carrascal del Río descendió con brusquedad en la segunda mitad del siglo XX, pasando de medio millar largo de almas o poco más de dos centenares. De forma paralela, la economía cambió.
Si hasta bien entrados los años 70 el pueblo vivía de la labranza (“no había otra cosa”, dicen), después la planta de Industrias del Cuarzo S.A. (INCUSA) acogió a la mayor parte de su mano de obra, dejando a la agricultura en un segundo plano, hasta el punto de que en los últimos años solo dos labradores se bastaban para atender todas las tierras de labor del término. Eso sí, no se puede olvidar el turismo, cada vez más relevante en el municipio, que ofrece un complemento a no pocas familias.
Cañón de Valdehornos y el misterio de la fuente Pascuala
Saliendo de Carrascal del Río por la calle del Castro se inicia la senda del cañón de Valdehornos, un antiguo camino a Castrojimeno. Tras los primeros campos de cereal, el valle se va encajando, hasta quedar el sendero flanqueado por muros de piedra desde los que vigilan los buitres leonados. A mitad de recorrido se sitúa la curiosa fuente Pascuala, donde el agua brota de forma intermitente. Indagando sobre el secreto, el caminante descubre que un lugareño, de nombre Jesús López, ha instalado en el manantial un sencillo mecanismo, a modo de cisterna, que suelta el agua cuando alcanza un nivel determinado. Desvelado el enigma, el paseante puede continuar hasta Castrojimeno por el barranco, que a partir de aquí se llama ‘de la Hoz’, o regresar a Carrascal del Río.

Bodegas a la espera de tiempos mejores
Cuenta Carrascal del Río con un buen puñado de bodegas, en dos zonas -la del arroyo y la del terrero-. Pero esta pervivencia no conlleva su uso. Según informan los vecinos, únicamente dos personas, Heraclio López y Alfonso Pérez, elaboran vino en la actualidad, y si lo hacen es “solo para el gasto”. Hay, pues, que hacerse cruces por el mantenimiento de las bodegas. Ojalá resuciten como escenario de encuentros y risas.
La senda del mirador de las Duernas
A Castrojimeno también se puede ir por la senda del mirador de las Duernas. Partiendo de la calle Solanilla, donde se sitúan numerosas bodegas, el caminante se dirige a un viejo depósito de agua. Y, desde allí, debe transitar por el fondo del valle del arroyo Horcajo, primero entre campos de labor y luego con la compañía de sabinas. Poco a poco, el valle se encaja, y la senda va tomando altura hasta llegar al mirador de las Duernas, que, según anuncia del cartel de la ruta, recibe este nombre por la similitud del fondo del barranco con una artesa, el recipiente de madera usado tradicionalmente para amasar pan. Allí, es recomendable descansar un ratito, contemplando el paisaje, y luego decidir si seguir hasta Castrojimeno, o volver al punto de partida.

El molino
A unos 200 metros del pueblo, junto al Duratón, aparece otro molino harinero. A pesar de su abandono, ha resistido mejor el paso del tiempo que la mayoría de los de su clase. Se trata de un edificio cuadrangular, de dos plantas, de buena fábrica. De su fecha de construcción da fe Mario Sanz Elorza, quien acertó a leer una inscripción en la fachada, que dice: “Se hizo esta obra a costa de Alejandro Quintana y su mujer por principio de 1815”. Al parecer, dejó de moler hace alrededor de 40 años.
Hermandad vecinal
Tiene fama Carrascal del Río de pueblo unido, hospitalario y con querencia a la fiesta. No lo niega su alcaldesa, Henar de Pablo, cuando es preguntada por ello. “Nos gusta estar juntos, en armonía, y si es en una fiesta, mejor que mejor”, señala. Y pone varios ejemplos, como el de la festividad San Isidro, cuando todo el vecindario se reúne a comer chuletas, sin tener en cuenta la edad de cada uno. O cuando los socios de la peña del Real Madrid, o los de la del Atlético de Madrid, organizan una comida e invitan a sus rivales futbolísticos. “Hay familias de fuera que se construyen aquí una casa nueva y a los dos días ya son como otra más del pueblo, porque la gente de aquí es acogedora. Eso es Carrascal del Río”, concluye la regidora.

Una vega fértil
La Monografía de la provincia de Segovia, de 1952, dibujaba Carrascal del Río como un término con un marcado contraste, entre un terreno árido “en la parte alta, con montículos escabrosos y pedregosos con algunos enebros y pinos” y otro, “la espléndida vega regada por el Duratón, fértil y sembrada de multitud de huertecillos con frutales de todas clases y hortalizas, dando al paisaje un aspecto delicioso”. El pueblo producía entonces cereales, frutas, hortalizas, y mantenía con los pastos de sus montículos y laderas ganado lanar, churro, cabrío y mular.
La concurrida playita
No todos los pueblos pueden presumir de playa. Carrascal del Río tiene una, la llamada playita, situada junto al puente sobre el Duratón que lleva a Navalilla. De vez en cuando, allí se esparce un camión de arena, de la de INCUSA, y ello posibilita a los niños ir a jugar en verano, con sus cubos de plástico y rastrillos. Como si estuvieran en el Mediterráneo.
El olvidado ajo
Poco se habla del ajo de Carrascal del Río. Pero tuvo su momento de esplendor. Era un ajo de secano, que al parecer resultaba idóneo para sembrar en otros pagos. Un aluvión de vendedores acudía al pueblo en su busca… hace medio siglo. Tristemente, a causa de la emigración, dejaron de sembrarse. Y hoy la producción es mínima. Para el consumo de quien todavía siembra.

El Castillo
Carrascal del Río tuvo castillo. Pero nada se sabe de su historia. Sus desgastados muros de mampostería, posiblemente de época bajomedieval, se localizan en un cerro junto a la carretera a Burgomillodo, una vez pasado el desvío a Valle de Tabladillo. La tradición oral de Carrascal del Río solo apunta que quienes destruyeron este recinto militar “atacaron desde el pinar”. Posiblemente, el enclave esté relacionado con un despoblado muy próximo, denominado por los arqueólogos ‘La Vega’, situado en la margen derecha del Duratón, en la base del piedemonte.
—
Extraído del libro (Venta Online)
Por el Ochavo de las Pedrizas y Valdenavares (2021)
Editado: Enrique del Barrio
