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Candi Chica – Un grano de arena

por Redacción
14 de mayo de 2020
en Opinion, Tribuna
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El otro día estaba viendo una serie, una opción más de lo que se puede hacer en esta situación de confinamiento, que se titula “Los misterios de Murdoch”. Creo que “me la han quitado” pues la última semana ya no la he encontrado. Bueno, pues la serie en cuestión está ambientada en la última década del siglo XIX en Toronto (Canadá). Es policíaca y tiene como protagonista a un agente, revolucionario o pionero, en cuanto a técnicas de investigación que en esa época aún no se conocían. Este policía, católico convencido y que ejerce, trabaja con otro agente y el comisario que son masones, un entorno, digamos… muy plural.

En sus episodios, no digo en uno, pues es una imagen reiterativa al tratarse, normalmente de casos de asesinatos, se repite la siguiente escena: llegan los policías al lugar donde está el cadáver y !atención! el protagonista, católico, se santigüa !síiiii! Y los otros dos compañeros, masones, se quitan el sombrero, siempre, ante cada cadáver que aparece en la serie.

Como en esta situación que tenemos hay mucho tiempo para todo, también para reflexionar, me ha hecho pensar. Por una parte, en la diferencia esencial con las series actuales, en las que las personas fallecidas, por el motivo que sean, se tratan como cosas, ante las que no se muestra la mínima muestra de respeto.

Tengo que decir que el cuerpo humano, incluso sin vida, tiene dignidad. La principal, el estar hecho a imagen y semejanza de Dios, para los que tenemos fe. Pero aún para los que no la tengan, el cuerpo, como mínimo, es parte de la identidad de la persona humana, que junto con su parte espiritual hace que sea quien es y no otro. No es un envase biológico a desechar de forma limpia.
Por eso, después de fallecer también tiene sus derechos, los derechos “post mortem”: 1) Un trato decoroso del cadáver; 2) un entierro individual y honorable, es decir depositarlo en su sepultura acompañado de los ritos funerarios propios de cada creencia; 3) Que sea depositado en una tumba reconocible, para que los familiares puedan honrar su memoria. Dando lugar, como consecuencia, a los derechos de los familiares a realizar esa última obra de caridad, de amor, de cariño con su ser querido.

En esta interminable pandemia, nos hemos acostumbrado a “ceder” o pasar por alto algunos derechos y buenas costumbres. Por ejemplo, los referidos al entierro, para su descanso en paz, de nuestros seres difuntos. Ya sé que a los trabajadores de las funerarias y de los servicios del cementerio también les afecta este aluvión de personas que enterrar y sufren sin tener tiempo de encajarlo. Al producirse un gran número en poco tiempo se están realizando con una rapidez inusitada y no querida por nadie, no dando el mínimo tiempo de despedida a los escasos familiares que pueden acompañan a su ser querido. Lo sé porque lo he sufrido en primera persona. En mi caso, además, dando muchas gracias a Dios, porque al no haber fallecido a causa del coronavirus, al menos hemos podido estar, aunque a distancia, mientras la enterraban y saber dónde está su sepultura.

Sin embargo, en el caso de los difuntos a causa del coronavirus, y que han sido incinerados, hay familiares que después de varios días, no saben dónde están sus cenizas. Por supuesto, que esta situación nos ha superado a todos y hay normas que aplicar en nuestros respectivos trabajos, presionados por la crisis, véase: celeridad, agilidad, asepsia, orden, etc. Sin embargo, no olvidemos que somos seres humanos y tenemos la capacidad de aportar nuestro grano de arena de flexibilidad, de humanidad ante cualquier norma.

Dicen que el momento que estamos viviendo es una oportunidad que se nos da para rectificar el rumbo que llevaba nuestra sociedad. No desaprovechemos la ocasión de humanizar ese momento tan duro para los familiares como es la pérdida de un ser querido.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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