Estos pueblos nuestros de la campiña segoviana están llenos de sorpresas. Debajo de las tejas vueltas hacia arriba, tras la aparente calma, bulle la vida y descubres que la vecina a la que conoces por su actividad repobladora de árboles, la que nos puso a todos a plantar, la que se conoce cada especie de pájaro y te enseña a reconocerlos, la que te descubre los mejores tomates de la zona, esa… es fotógrafa profesional.
Una, que está literalmente en la higuera, no cayó en la cuenta ni al verla con su cámara en ristre, ni cuando el verano pasado nos iba buscando a cada uno y colocándonos delante de la fachada de nuestra casa. Nada, ha sido hoy en la inauguración de su exposición Cada mochuelo en su olivo, figuras y fachadas de Domingo García cuando he descubierto que Almudena Alfaro es una artista.
Pudiera parecer algo banal pero cuando una persona, que en su día hizo de su afición una profesión, pone su arte al servicio de todo un pueblo, ya con el simple gesto de irnos buscando y convenciendo a unos y a otros para dejarnos hacer una foto delante de casa, empieza a generar vida, a crear comunidad. Sólo había que ver el simpático ambiente de esta mañana, en el que todos los vecinos buscaban su foto e iban disfrutando descubriendo la de los demás. Cada fachada, con su mochuelo, el nombre de los protagonistas y las señas de la casa, es una historia, una vida reflejada en un segundo.
Pili con sus hijos y nietos delante de la placa que se puso en homenaje a la labor del antiguo maestro; don Juan, el párroco, en la puerta de la iglesia; el antiguo secretario en el ayuntamiento; el panadero en su furgoneta; la dignidad de María Rosa; Araceli, antigua alcaldesa que consiguió que se restaurara la iglesia, con sus hijos y nietos; Clemente que se ha dejado retratar en la puerta de la casa de sus padres y abuelos; Marisa que aparece tras la cortina; la madre de Alberto que se agarra fuerte a él; María Luisa con su nieto en la ventana; Tere y su gato; Eliseo, antiguo maestro que después de su jubilación dedicó veinticuatro años al pueblo como alcalde, con su familia en las ventanas. Grandes y entrañables familias, otras más escuetas, nietos con cuatro abuelos arraigados en el pueblo, hijos del pueblo y personas que llegamos después como Pepita y los suyos, Enrique que apareció por aquí hace treinta y siete años y que ha tirado de nuevos pobladores, Carmen y sus perros, Curri en su balcón, Juan y David… Y nosotros, que nos casamos aquí y aquí hemos encontrado nuestro olivo.
Las casas hacen familia, Almudena hace memoria. Qué poder tiene la imagen para evocar sentimientos, crear vínculos y hacer comunidad. Al ponernos a cada uno delante de la puerta de casa, nos ha hecho revivir nuestra historia, ha generado ilusión y un efecto imitación “cuando uno tiene un don tiene que ponerlo al servicio de los demás” ha comentado alguno después de recorrer la exposición. Almudena lo tiene y así lo ha hecho, gracias.
