Es usted un experto abogado e historiador venezolano, que ha desmontado en las páginas de este periódico mitos y leyendas sobre la América Hispana. Está implicado en la divulgación de la revisión histórica, tan necesaria para conocer nuestro pasado y ha publicado recientemente el libro “Justicia Real en la América Española. El Rey como protector de los más débiles” en donde, con varios ejemplos, ilustra el celo de la Monarquía Hispánica por velar por el cumplimiento de la ley en todos sus territorios. Pero antes, recuérdenos
—¿Cómo llegó a Segovia?
—Al salir de Venezuela, forzado por la tiranía, mi destino inicial era Madrid, sin embargo, por circunstancias totalmente coyunturales y casi azarosas, acabé estableciéndome “temporalmente” en Segovia. Aquella decisión, que parecía provisional, terminó marcando un antes y un después en mi vida, pues bastaron apenas unos meses para que la ciudad me envolviera con su grandeza serena y su atmósfera de historia viva.
Naturalmente me enamoré profundamente del Acueducto romano, del Alcázar y de la Real Casa de la Moneda, además de la Catedral y las maravillosas iglesias románicas, pero no fue solo esta monumentalidad lo que me atrapó. También me ganó la tranquilidad segoviana, tan castellana; esa calma que parece haberse refugiado en los valles y colinas de esta tierra, donde la prisa no tiene cabida. De manera que, entendiblemente también me enamoré de los pueblos segovianos, con su aire bucólico, sus calles empedradas y su olor a leña que me hicieron notar por primera vez en mi vida que la sencillez y la tranquilidad también pueden ser cotidianas. De este modo, me he encontrado siendo uno más entre los bernuyenses que me han acogido como, con una forma de vivir enraizada en la tierra y en la memoria, tan distinta al vértigo de las grandes ciudades.
Y como si todo eso no bastara, para mí el saber que estas son las tierras de Isabel la Católica, y que en Segovia fue coronada, terminó de sellar mi destino. No podía imaginar un lugar más cargado de significado histórico, más vinculado a la idea de una España que se forjó entre la fe, la justicia y la grandeza de su propósito. Sentí, desde entonces, que esta tierra no solo me acogía, sino que me reclamaba como uno de los suyos.
Por todo ello, hoy, después de todo lo vivido, puedo decir sin vacilar que Segovia se ha convertido en mi hogar, no solo por su belleza monumental, sino porque en ella encontré la paz, la inspiración y el arraigo que el exilio me había forzado a perder hace poco más de tres años.
—¿Qué temas de la Historia virreinal y de América son sus favoritas?
—Ya durante mi primer posgrado, y más aún en el doctorado en Historia, comprendí con claridad el enorme vacío que existe en los estudios hispanoamericanos sobre la legislación virreinal y, especialmente, sobre la práctica jurídica y las decisiones judiciales durante los tres siglos de unidad hispánica. Me sorprendió advertir que, pese a la abundancia de fuentes, archivos y testimonios, pocos investigadores se habían detenido a analizar con rigor el funcionamiento real del aparato jurídico indiano, sus normas, sus procedimientos, así como la filosofía política y moral que los sustentaba. El viejo cliché de que “la ley se acataba pero no se cumplía” siempre me pareció una explicación pobre, simplista e injusta, repetida muchas veces sin conocimiento directo de los documentos ni del contexto institucional que regía el mundo hispano. Con el tiempo comprendí que esa frase, tan difundida por la escuela histórica embadurnada de la leyenda negra, servía más para justificar prejuicios que para explicar realidades.
Por eso, mis investigaciones se han orientado decididamente hacia el estudio de las Leyes de Indias, no solo como cuerpo normativo, sino como expresión viva de una concepción cristiana y humanista del derecho, profundamente distinta de la que imperaría después con las repúblicas decimonónicas. En ellas se reflejaba la idea de que el poder debía estar siempre limitado por la justicia, que el monarca era el garante último del bien común y que el súbdito —aun el más humilde o el más lejano— tenía derecho a ser oído y amparado. Esa visión, tan avanzada para su tiempo, fue la base sobre la cual se edificaron las instituciones jurídicas indianas.
De allí mi interés particular en el Real y Supremo Consejo de Indias, verdadero cerebro jurídico y político del imperio, donde se discutían y resolvían los asuntos más trascendentes del Nuevo Mundo; en las Reales Audiencias, que funcionaron como tribunales superiores y, a la vez, como órganos de gobierno y equilibrio del poder; en los Reales Consulados, que regulaban la vida económica y mercantil con sorprendente modernidad; y en los cabildos o ayuntamientos, genuinas escuelas de autogobierno donde se forjó una temprana tradición de representación política. Cada una de estas instituciones constituye, en sí misma, un universo de estudio, una muestra de la extraordinaria capacidad organizativa del mundo hispano y del profundo sentido jurídico y moral con que España administró sus dominios.
En suma, mi trabajo busca rescatar del olvido esa herencia jurídica hispánica, reivindicando su profundidad conceptual, su coherencia y su impacto real en la vida cotidiana de millones de personas, pues considero que solo comprendiendo cómo funcionaba la justicia en los virreinatos —con sus aciertos y limitaciones, pero también con su grandeza— podremos desmontar definitivamente los tópicos que durante siglos han distorsionado nuestra propia historia.
—¿Qué actividades promueve y en cuáles participa para la difusión del conocimiento?
—Mi interés principal es divulgar la historia entre la gente, porque existen muchos temas esenciales que, lamentablemente, son desconocidos o malinterpretados. Esa ignorancia nos ha llevado a tener una visión distorsionada de nuestro pasado y, en consecuencia, una baja autoestima colectiva. Los pueblos hispanos padecemos un profundo desconocimiento de nuestra identidad, y por eso no debería sorprendernos que, pese a nuestra calidad intelectual y académica, sigamos a la zaga del mundo, escribiendo en otros idiomas e intentando parecernos a pueblos que, en realidad, nunca fueron mejores que nosotros.

—Y ahora sobre su libro: ¿Por qué el rey como figura protectora?
—El Rey era, en efecto, la gran figura protectora del mundo hispano, el vértice de una estructura política y moral que concebía la autoridad no como un privilegio personal, sino como una responsabilidad sagrada. Contrario a lo que se nos ha hecho creer durante siglos por la leyenda negra, los monarcas hispánicos no eran personajes ociosos, distantes ni desentendidos de lo que ocurría en sus vastos dominios, sino que, por el contrario, mantenían un control constante, minucioso y eficaz sobre los asuntos de sus reinos. Su autoridad no se ejercía a través de la arbitrariedad o el capricho, sino mediante un entramado de instituciones cuidadosamente diseñadas para garantizar la justicia, el equilibrio y la corrección de los abusos del poder local.
Así, los procesos judiciales se tramitaban con una imparcialidad que asombra incluso al jurista moderno, pues en su desarrollo lo que contaba no era el linaje ni la fortuna, sino quién tenía la razón conforme al derecho. Esta rectitud era posible gracias al riguroso sistema de selección de los funcionarios judiciales, donde solo los más capacitados, probos y experimentados accedían a los altos cargos encargados de impartir justicia en nombre del monarca. Los oidores, fiscales y alcaldes del crimen eran sometidos a un proceso de evaluación moral y profesional, y posteriormente vigilados mediante mecanismos de control como el juicio de residencia, que garantizaban que su actuación estuviese siempre subordinada al bien común.
El Rey, en consecuencia, no era una figura lejana ni simbólica, sino que era el garante último de la equidad, el protector de los humildes, el juez supremo que velaba por el equilibrio entre poder y justicia. Su imagen, omnipresente en los documentos, sentencias y cédulas, representaba la idea de una monarquía paternal que amparaba a sus súbditos frente a cualquier abuso, incluso frente a sus propios funcionarios. En definitiva, una monarquía que se ocupa con tanto celo, prudencia y rigor de la suerte de sus vasallos no puede ser sino una monarquía esencialmente protectora, una monarquía que concebía el poder no como dominación, sino como servicio.
—¿Qué leyes estaban vigentes en Indias?
—Debemos comprender que la Monarquía Hispánica, fiel a la tradición jurídica del ius commune —heredera del derecho romano-germánico—, elaboraba cuerpos normativos que, en abstracto, constituían verdaderos ordenamientos jurídicos destinados a regular las distintas realidades de sus dominios. Por ello, no debe sorprendernos la riqueza y complejidad de la legislación indiana, que surgió precisamente como respuesta para garantizar la paz social y proteger a los pueblos naturales de América, asegurando así su supervivencia e integración plena en el mundo hispano. En este sentido, las llamadas Leyes de Indias son, en esencia, el conjunto de disposiciones promulgadas por la monarquía para regir de manera justa y ordenada los territorios de ultramar.
—Algunos pretenden que se promulgaban y no se cumplían. Supongo que su libro demuestra lo contrario ¿Es así? ¿Qué instituciones y mecanismos había para el cumplimiento de la ley?
—Efectivamente, la motivación central de mi libro es desmontar esa vieja y falsa máxima de que las Leyes de Indias “se acataban pero no se cumplían”. No, sí se cumplían, y tanto, que gracias a ellas Hispanoamérica vivió los tres siglos más estables de toda su historia. Las pruebas están en los archivos de las Reales Audiencias y en los testimonios de quienes conocieron aquellos vastos territorios. En mi obra presento casos concretos, documentados entre los siglos XVI y XVIII, donde las Audiencias, en nombre de la Monarquía, aplicaron sin vacilación las Leyes de Indias, incluso contra los poderosos, siempre en defensa de los más débiles. El razonamiento jurídico de sus ministros fue la herramienta con la que se hizo valer la justicia del Rey. Como digo en el libro: el dato mata el relato.
—A pesar de la horrible injusticia de la esclavitud ¿Cuál fue el estatuto del esclavo africano en Indias?
—Este es un tema complejo que no abordo en profundidad en mi libro, aunque te adelanto como primicia que estoy redactando un trabajo de gran envergadura dedicado exclusivamente a ello. Dicho esto, puedo señalar que, en el mundo hispano, el esclavo tenía —según la estructura jurídica de la época— una capitis diminutio en su capacidad de ejercicio, lo que lo hacía dependiente de un amo. Sin embargo, a diferencia de otros sistemas, el Derecho hispano permitía la manumisión, es decir, la posibilidad de obtener la libertad, ya fuera por voluntad del amo o mediante el pago, total o parcial, del precio correspondiente. Cabe recordar que la esclavitud existía desde mucho antes, tanto en las civilizaciones americanas prehispánicas como en las africanas. No obstante, bajo la Monarquía Hispánica, el rey Carlos IV dictó reales cédulas que protegían a los esclavos y castigaban a los amos que los maltrataran, lo que demuestra un intento de humanizar esa institución dentro de su contexto histórico.
—¿Y por qué el indio fue declarado “persona miserable”? ¿Constituía esto una discriminación positiva?
—El indio fue declarado “persona miserable” en el Derecho Indiano no por desprecio, sino para colocarlo bajo protección especial del Rey, ya que en la tradición jurídica castellana, “miserable” significaba vulnerable o digno de amparo, igual que lo eran las viudas y los huérfanos. Por esta razón, los indios tuvieron defensores propios, exenciones y tutela legal frente a abusos. Esto fue, en realidad, una forma temprana de protección especial ya que era un mecanismo para protegerlos e integrarlos en el nuevo orden.
—¿Qué particularidades ha querido ilustrar con cada uno de los casos de su libro?
—Que las leyes de indias sí se cumplían, lo cual desmonta una de las grandes aristas de la leyenda negra antiespañola que es la presunta injusticia reinante en los virreinatos.
—Ha participado recientemente en un programa de RTVE sobre el 12 de octubre ¿Qué nos puede contar?
—Participé en un documental de Canal Cuatro sobre el 12 de octubre, en el que, junto con un destacado grupo de colegas, desmontamos varios de los bulos que circulan sobre esa fecha, gracias al excelente trabajo del periodista Gabriel Cruz. En cuanto a RTVE, con la línea editorial que mantiene actualmente, dudo que me inviten por ahora.
