La bufanda se conoce, cuando menos, desde 1601, como término francés dado a ‘tela o prenda de mucho volumen’. Y si usted se va a la RAE a ampliar información se encuentra con que es ‘una prenda larga y estrecha, por lo general de lana o seda, con que se envuelve y abriga el cuello y la boca’. Y sin embargo…
La Real Academia aún no ha ampliado el término o incorporado un nueva acepción en la que se dijera más/menos lo siguiente: ‘prenda utilizada habitual y ‘sonoramente’ en los campos de fútbol, donde además de tapabocas, tapa cuellos, tapa manos… es utilizada para insuflar aire a los jugadores cuando están de piernas caídas tras el séptimo contraataque de su equipo’.
La venta de la referida prenda desde que se comenzó a utilizar en recintos deportivos, ha sido espectacular. Las hay de todo un color, de varios colores, de eslóganes de letra pequeña, grande o semicircular; con el nombre del jugador preferido y en reverso el de un familiar del árbitro de turno; con llamada de atención a determinado deportista pidiendo…
El aficionado, se puede observar, ha encontrado en la bufanda la fórmula exacta para moverse en la grada. Puede que alguno, o de otro sexo, lo haya incorporado a su plan anual de ‘muévete sin hacerte daño’ y la bufanda ayuda.
Con las diferencias a que hubiere lugar, es un ‘espacio’ muy parecido a la pañolada que ya en los tiempos de Cagancho, Belmonte o El Gallo, se ‘formaba’ en las plazas de toros cuando los aficionados sacaban el ‘moquero’ (o el otro) del bolsillo y a modo de toque de esquililla pedían el ‘desoreje’ del toro.
Porque cada cual sube las escaleras como quiere.
