Por si alguien no lo tenía claro, después de llevar meses y meses congratulándose de su hazaña, el ultraderechista noruego Anders Breivik, autor confeso de la muerte de 77 personas el pasado mes de julio, volvió a mostrarse orgulloso de su matanza, «el ataque político más sofisticado y espectacular cometido en Europa desde la II Guerra Mundial», según sus palabras, al tiempo que indicó que su objetivo era «defender a la etnia noruega», por lo que no dudó en asegurar que «volvería a hacerlo».
Al igual que sucedió el día anterior, durante la segunda sesión del juicio que se celebra contra él por los crímenes en Oslo y la isla de Utoya, el acusado repitió el «saludo templario», tal y como él denomina a la acción de alzar el puño derecho, y volvió a declararse «no culpable» con el argumento de que actuó «en defensa propia» para proteger a su país «contra el multiculturalismo», en una serie de atentados «preventivos» con el fin de luchar por «el pueblo y la etnia noruega».
En su alocución, de algo más de una hora, también incidió en que no es un enfermo mental y reivindicó que sus ataques fueron «un acto de bondad, no de maldad», por lo que no dudó en insistir que los cometería otra vez.
Breivik, quien intervendrá ante la sala a lo largo de los próximos cinco días, leyó íntegramente su declaración, a pesar de que los magistrados le requirieron en varias ocasiones que interrumpiera la lectura. Las víctimas lamentaron que se le haya permitido utilizar el juicio para hacer propaganda en favor de la violencia.
En su texto, leído en un tono monótono y sin emoción, el asesino, de 33 años, invocó a los guerreros indios estadounidenses, como Toro Sentado, para arremeter contra el Islam y el «infierno» multicultural y advirtió de que el Viejo Continente sufrirá «ríos de sangre», al tiempo que declaró que a los europeos «les debería sorprender por qué un acto así no ha ocurrido antes».
Además, justificó su ataque al asegurar que los jóvenes que fueron asesinados en Utoya «no eran niños inocentes, sino activistas políticos que promovían el multiculturalismo», y calificó el campamento en ese lugar como «un campo de adoctrinamiento para formar a los comunistas más extremistas de Noruega».
En caso de que se le declarase culpable y dueño de sus actos, Breivik sería condenado a un máximo de 21 años de cárcel, aunque la pena podría prolongarse indefinidamente si se le considerase un peligro permanente.
Si se le diagnosticasen problemas mentales, podría ser ingresado indefinidamente en una institución psiquiátrica, si bien el acusado tiene la intención de demostrar que está cuerdo, ya que la declaración de locura sería «peor que la muerte». De hecho, indicó que la posibilidad de ser condenado a cadena perpetua «o morir como un mártir es el mayor honor que se puede experimentar».
Por otro lado, uno de los jueces no profesionales encargados del caso fue apartado tras defender la pena capital para el procesado a través de su cuenta en una red social, al escribir que esa condena «es el único resultado justo».
