Las elecciones en Brasil se desarrollaron ayer en un clima de absoluta normalidad, en el que la mayor tensión se observó en las nerviosas sonrisas de la candidata oficialista, Dilma Rousseff, y del opositor José Serra, en el momento de votar.
La dirigente progresista, abanderada del Partido de los Trabajadores (PT) y clara favorita para ganar las presidenciales, emitió su sufragio en la ciudad de Porto Alegre, en el sur del país, y en su rostro reflejó las dudas que han sembrado las encuestas ante la posibilidad de una segunda vuelta.
«No le temo a nada», declaró tras emitir su sufragio la aspirante apadrinada por el presidente Lula, y a la que las encuestas le atribuyen entre un 50 y un 51 por ciento de las intenciones de voto. El margen de error de dos puntos la deja en el límite que la separa de una victoria definitiva, o de tener que encarar una segunda vuelta.
Confiada, aunque con la incertidumbre reflejada en una tímida sonrisa, Rousseff aseguró que, «sea cual sea» el resultado que arrojen las urnas, ella y su formación darán «una buena lucha».
La misma tensión se vio en José Serra, abanderado del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), que fue el último de los principales candidatos en acudir a las mesas. Tras dejar su voto en un colegio cercano a su residencia en Sao Paulo, pareció encomendar su suerte a las manos divinas y declaró: «si Dios quiere, habrá una segunda vuelta». Según todos los sondeos, tiene en torno a un 30 por ciento de respaldo.
En sus declaraciones a los periodistas, el político aprovechó para deslizar alguna velada crítica a su rival: «Brasil no tiene dueño, Brasil es de los brasileños». Y es que acusa a Lula de haberse apoderado de la maquinaria pública para ponerla al servicio de Rousseff.
El aludido, quien no puede aspirar a un tercer mandato consecutivo por imperativos constitucionales, valoró la forma en que transcurría la jornada, que calificó de «espectáculo de democracia».
El mandatario subrayó que estos comicios, en los que se elige al próximo presidente, a los gobernadores de todos los Estados del país, a dos tercios del Senado, 513 diputados y 1.059 legisladores regionales, muestran la «madurez política» de Brasil y la «modernización del sistema electoral», totalmente informatizado.
El ex sindicalista fue candidato presidencial y perdió en 1989, 1994 y 1998, pero ganó finalmente en 2002 y fue reelegido en 2006.
Tras votar en Sao Bernardo do Campo, en el cinturón industrial de Sao Paulo, Lula confesó casi con melancolía que lo único que lamentaba es que su nombre no apareciera en las papeletas y tuviera que despedirse del pueblo.
Hasta la mitad de la jornada, que moviliza en todo el país a 135,8 millones de electores, el Tribunal Superior Electoral informó de que 368 personas habían sido detenidas temporalmente por diversos motivos, entre los que citó proselitismo frente a los colegios, transporte ilegal de votantes o compra de votos. También indicó este organismo que, de las 400.001 urnas electrónicas instaladas en todo el país, solamente 1.141 registraron problemas y fueron sustituidas por aparatos similares.
Al cierre de esta edición se desconocían los resultados finales del recuento oficial.
