A nivel nacional, los botellones aparecen como la noticia estrella de cada fin de semana. Sus lugares, el número de gente que convocan, los incidentes que se provocan, los detenidos…Ahí están las fotos de las aglomeraciones de jóvenes en la Plaza de la Cruz para celebrar sus fiestas. Dijeron algunos psicólogos sociales que los jóvenes nos “harían pagar” de alguna manera este año y medio de encierro por la pandemia. Precisamente han sido ellos los que más han sufrido la falta de relaciones sociales porque están en ese tiempo en que se vive de cara a los otros para buscarse un lugar en la pandilla, en el grupo y en el mundo. Su comportamiento ha sido inmejorable durante todos estos meses. Hay que recordar cuando volvieron a las clases. Nos parecía una locura. Fueron estrictos, cumplieron protocolos, se sacrificaron y terminaron un curso para enmarcar en la historia. La pandemia va pasando. Caen las ataduras. Se necesita aire. Hay mucha energía enjaulada, buena y no tan buena, porque también se han almacenado muchas frustraciones. ¿Quién puede decir que si tuviera 20 años no estaría celebrando como un loco la vuelta a la vida en la calle? No quiero decir que haya que aplaudir y justificar los comportamientos incívicos. Lo que está mal, hay que decir que está mal, porque eso es educar. Lo que es un delito hay que castigarlo, que eso es hacer sociedad. Pero hay que resaltar lo positivo de toda esta situación tan extraordinaria en que los jóvenes, en general, nos están dando un ejemplo de responsabilidad y comportamiento social. Con sus ruidos ahora nos están diciendo: “Estamos aquí”, “Estamos vivos”, “Queremos volver a disfrutar de la vida”.
