Señora directora:
«Miro a mi alrededor, a cuantos conmigo celebran este acontecimiento: soy uno de los mayores (sesenta y cinco años de sacerdocio), y pienso que desde lo más alto hay más, y mejores perspectivas. Y desde «ser mayor» más calma para pensar, más experiencia y hasta más razones para opinar.
Como sacerdote, mirando hacia atrás no me cabe sino «dar gracias al Señor porque es eterna su misericordia»; acción de gracias que se extiende a cuantos han compartido conmigo la fe y a cuantos ha podido llegar mi actuar sacerdotal.
La mirada desde lo alto, y desde mi experiencia, va dirigida a mi trabajo pastoral. La parroquia sigue siendo una estructura pastoral necesaria. Lugar muy apropiado para profesar y vivir la fe, para estar cerca y ayudar a los más necesitados. La labor del párroco no es dirigir una empresa, sino construir una comunidad, familia de Dios, donde surjan diversos carismas y siempre abierta a la acogida de todos.
Siempre he ejercido como párroco, en la última parroquia, 48 años. Creía ser la mejor manera de estar cerca, de ayudar, de servir. Siempre saliendo al encuentro de los que no están… Me ha ayudado, en mi vida personal, el encuentro de un pequeño grupo-comunidad donde me he sentido como uno más, he encontrado ayuda y hemos buscado juntos.
Otra mirada la dirijo a cuantos han vivido su sacerdocio conmigo y he conocido a lo largo de la vida sintiéndose, a veces, no comprendidos a pesar de sus buenos deseos y su mucho esfuerzo. Pero siempre nos hemos sentido profundamente amados por Dios, que nos llamó a esta misión por nuestro propio nombre. Cada mañana, como salidos de la mano de Dios creador, hemos ido a orar, a buscar la oveja perdida, a ser simples mediadores de su amor, puentes de la gracia. Hemos unido nuestro trabajo al de nuestros predecesores, sabiendo que nuestro deber es sembrar, que el resultado queda en el secreto de Dios.
Es de admirar cuántos sacerdotes han gastado generosamente su tiempo y sus esfuerzos, su misma vida, por los caminos de la misión a ellos encomendada. A veces con heridas y preocupaciones que cada día ponían sobre el altar, y procurando ser transparencia de la entrega total de Cristo.
Termino con una reflexión personal: Ser mayor pone a prueba la autenticidad de nuestra fe, podemos preguntarnos sobre nuestra misión en el mundo. Pueden haber parado los romanticismos y heroísmos por el Evangelio, pero perdura el mismo entusiasmo. Pasión más otoñal que primaveral, pero pasión al fin y al cabo, siendo Cristo la referencia interiorizada y la Iglesia nuestra familia, que entendemos frágil, pero en ella está Cristo.
Me quedo con la frase de Jesús: «El que permanece en mí, y yo en él, ese da fruto abundante». (Jn 14,5)».
Alfio Ayuso