La aparición del fenómeno del gobierno dividido, a mitad del mandato presidencial, articula una tendencia del sistema político de los Estados Unidos. El modelo de Alesina-Rosenthal predice la siguiente secuencia cronológica. (1) Un presidente demócrata, como Joe Biden, inicia su estancia en la Casa Blanca, con el control del Capitolio, vía mayoría de su partido en Congreso y Senado. En tanto que los azules priorizan la lucha contra el desempleo, podría aumentar el gasto público, como ocurrió tras el inicio de la crisis del covid. (2) En las elecciones intermedias, legislativas, dos años después, ganarían los republicanos. Si la inflación aumenta —como ha ocurrido—, bastantes votantes moderados del Partido Demócrata, que apoyaron al presidente, optan por un congresista republicano, porque piensan que esta formación conservadora será más efectiva para lograr la estabilidad de precios. Así, una mayoría de la oposición se impone en la Cámara de Representantes; y el presidente demócrata, cuya formación ha quedado en minoría, debe lidiar con dicho cuadro que recorta su poder.
En 2011, dentro del contexto de crisis económica y financiera internacional, Barack Obama quería perseverar en la aplicación de políticas fiscales expansivas; pero la mayoría republicana en el Congreso prefería lo contrario. Así, se alcanzó una situación de bloqueo; y, durante unas semanas, los diputados vetaron cualquier gasto del gobierno federal.
Las predicciones se han cumplido en las elecciones de 2022; pero, solo a medias. La inflación ha retornado con fuerza, después de muchos años, vía crisis energética galopante, azuzada por la guerra de Ucrania. Un fenómeno paralelo al que impidiera la reelección del demócrata Jimmy Carter (1980) en medio de otro “shock” petrolero. Si la elevación de precios merma el bolsillo de la gente, dicho factor ha contribuido a reducir la tasa de popularidad de Biden.
Los demócratas perderían su mayoría en el Congreso; pero por margen muy estrecho. Cuando quedan pocos asientos por adjudicar, los republicanos acumulan 218 /435 escaños. Una derrota dulce para Biden, ya que no se ha producido la temida “oleada roja” —republicana—. Ello ocurre a pesar del abuso de cierta práctica atribuida, sobre todo, a los conservadores: el rediseño de distritos electorales (gerrymandering), que dificulta el cambio de titular.
En espera de una segunda vuelta en Georgia, las huestes de Biden mantienen mayoría exigua en la cámara alta, gracias al apoyo de dos senadores independientes más el voto de desempate, si fuera menester, de la vicepresidenta Kamala Harris. Unos resultados razonables en las “midterms” avalan las expectativas de Biden para buscar la reelección; y acallan a aquellos correligionarios que, desde la edad provecta del presidente, cuestionan la idea.
Si la disciplina de partido resulta mucho menor que en España —donde “tránsfuga” es vocablo—, dicho dato minimiza el efecto debido a la merma de escaños azules. El análisis del currículum de cualquier congresista incluye su historial de votaciones. Por ejemplo, el presidente Clinton sacó adelante el tratado de libre comercio con México y Canadá -TLC-NAFTA-, vía complicidad de apoyos republicanos, pese a varios votos en contra del partido propio. Una ley que blinda a escala federal el matrimonio homosexual, tramitada in extremis por el Congreso de mayoría demócrata que expira, ha sido respaldada por doce congresistas republicanos.
La victoria electoral del presidente Bill Clinton (1992) aconteció en periodo de recesión; mientras, uno de sus asesores acuñó una frase que ha entrado en la leyenda: “es la economía, estúpidos”. La correlación entre estado del cuadro macroeconómico y probabilidades de reelección de candidatos queda contrastada a lo largo del tiempo. Aunque el presidente no concurra, siempre habrá un voto de castigo en los comicios intermedios si inflación o desempleo registran valores elevados.
Un cambio estructural se percibe desde hace más de una década: la economía ha perdido fuelle como variable definitoria del voto. Por el contrario, otros factores han incrementado su grado de ponderación, lo que, tal vez, pueda deberse al mayor nivel de formación de la población. Muchos electores son conscientes de la existencia de ciclos y perturbaciones exógenas, elementos ante los cuáles las buenas políticas rebotan. Si el rebrote inflacionario es problema que afecta a la economía mundial, cuántos votantes habrán sido condescendientes con Biden, máxime cuando la Casa Blanca no puede interferir en la política monetaria, responsabilidad exclusiva de la Reserva Federal —equivalente del Banco Central Europeo—.
El expresidente narcisista Donald Trump confiaba en una “oleada roja” como preludio para el anuncio faraónico de su nueva candidatura a la presidencia (2024); pero, el acto en cuestión se ha celebrado, sin colorido, en el cuartel general de Mar-a-Lago, con ausencia de barones significativos del Partido Republicano. La ultraconservadora Fox News no ha retransmitido el discurso íntegro de un Trump alicaído y repetitivo. Como en una película de boxeo, cuando se dice “ya tenemos un nuevo campeón”, el magnate australiano Rupert Murdoch habría retirado el apoyo de la cadena —fundamental en las elecciones de 2016— al exconstructor.
Ron DeSantis emerge como nuevo valor. El gobernador republicano de Florida ha logrado su reelección de forma triunfal, con amplios apoyos entre el electorado latino, dato solvente de cara a 2024. A pesar de la ideología “trumpista” del candidato posible, desde la envidia, su mentor ha realizado declaraciones, un tanto mafiosas, en las que muestra enfado con el rival. El propietario de la “Trump tower” acusa a Biden de posicionarse en la extrema izquierda del Partido Demócrata —sinónimo de “liberal”–. En realidad, el presidente actual se postuló como candidato ubicado en el centro de los azules; y, gracias a ello, ganó las primarias.
Las elecciones a mitad de mandato han conformado duelo: Biden versus Trump; y, por el momento, el primero ha salido victorioso. En país cuya población envejece, el mandatario demócrata ha combatido con efectividad la pandemia, así como su impacto sobre desempleo y desigualdad. En la línea keynesiana, un programa masivo de gasto público ha resultado fundamental; y, el presidente también se ha movilizado frente a la crisis energética. Por el contrario, desde el populismo, su predecesor actuó como negacionista del que denominaba “virus chino”.
Joe Biden, católico con orígenes irlandeses, es un admirador de John Kennedy; pero presenta similitudes con Lyndon Johnson, otro viejo zorro que hizo su carrera en el Senado. El sucesor del presidente asesinado también ejecutó una política fiscal expansiva, con el programa de la “Gran Sociedad”; mientras, el inquilino actual de la Casa Blanca vuelve a destacar, como aquel otro ocupante, cual adalid de los derechos civiles: en este caso, inmigrantes, colectivo LGTB y mujeres defensoras del aborto como opción —frente a afrodescendientes en los años sesenta—.
Las elecciones al Congreso están abiertas en elenco reducido de “campos de batalla”, puesto que muchos titulares revalidan su cargo, incluso durante décadas. Pensilvania y Nevada han sido estrellas, con candidatos republicanos vinculados al “trumpismo”; pero los demócratas se han impuesto. Su logro en el primer estado resulta simbólico, ya que, arrebatado a los azules en 2016, fue una de las lanzaderas del neoyoquino rubiasco a la Casa Blanca.
Cada partido político trata de bascular los titulares de campaña hacia los temas de la agenda política en los que disfruta de mayor fortaleza. Biden ha sabido actuar, quedando relativizado el coste representado por la inflación. Algunas cuestiones han emergido, cual desventaja para el ala ultraderechista del Partido Republicano, vinculada a Trump. Se trata de los siguientes:
1. Biden ha presentado el voto demócrata como garante de la democracia. Esta respuesta al “golpismo” conspirativo de su predecesor ha sido un éxito, desde la apelación a los valores constitucionales. Sin razón alguna, desde su derrota (2020), Trump no ha cesado de dar la lata con que le robaron las elecciones; y, dicha actitud incentivó el asalto, perpetrado por ultras, al Capitolio -seis de enero de 2021- , causante de muertes y desprestigio internacional para la imagen de Estados Unidos.
2. La defensa del derecho al aborto, con Biden a la cabeza, ha estado muy presente. Si los últimos jueces, nombrados por Trump, completaron un giro ultraconservador, el Tribunal Supremo ha revocado, hace meses, vía batiburrillo legal, la garantía federal para poder abortar, otorgada por la sentencia “Roe versus Wade” (1973). La jurisprudencia —y no una ley— daba acceso a este derecho; pero, desde la reciente decisión judicial, su prohibición ha sido consecuencia en algunos estados republicanos. El enfado, debido al giro “neocon”, ha movilizado a mujeres y jóvenes, quienes han incrementado su tasa de participación electoral para votar demócrata; mientras, cuántos republicanos moderados no acudieron a las urnas por esta razón.
Postdata: Joe Biden —presidente, ex vicepresidente y antiguo senador— ostenta amplísima experiencia en política exterior; y ha mantenido actitud prudente —pero efectiva— ante la guerra de Ucrania, vía cohesión con los aliados occidentales, aquellos despreciados por Trump. El regreso posible, dentro de dos años, del populista republicano en un planeta de tensión multipolar no sería una buena noticia para Europa
