Los días nueve y diez de septiembre, se ha celebrado en Delhi, la cumbre mundial del G20. Además de hablar de “lo de siempre”, para algunos, lo más llamativo del cónclave ha sido el hecho de que las invitaciones recibidas por los países participantes fueron emitidas en nombre del “Presidente de Bharat”. Además, el pequeño cartel que indicaba la denominación del país, situado delante de su primer ministro anfitrión, Narendra Modi, no decía “India”, sino “Bharat”. No se trataba de ningún error ni cambio accidental de la etiqueta, sino de la denominación que habitualmente se utiliza entre la población del país. Aunque los indios usan de forma indistinta ambas acepciones (las cuales aparecen en la Constitución, pasaportes y partidas de nacimiento), el letrero de delante de Modi ha sorprendido a muchos por romper la convención de usar “India” para los eventos internacionales en inglés y “Bharat” para los nacionales en hindi. Ello ha despertado la crítica de muchos.
El artículo primero de la Constitución india, dice textualmente: “La India, es decir, Bharat, será una Unión de Estados”. Así empieza su ley suprema adoptada en 1950. Su primer artículo ya reconoce la oficialidad del nombre de Bharat. Allí resulta más que habitual. Es una de las tres nominaciones (junto con Hindostán) con las que históricamente, se viene refiriendo a India. La convivencia de los dos términos y la polémica sobre su uso, tienen una larga tradición. Se reflejaban ya en las discusiones que tuvieron lugar durante la redacción de la Constitución.
El nombre de Bharat tiene varios orígenes posibles. Quizá las referencias más acertadas sean las derivadas de los Bharatas, que se menciona como una de las tribus originales de todo aquel vasto territorio en la más lejana antigüedad. También, como una referencia al pueblo de Bharat, descendientes de Bharat, hijo de Dushyanta, que reinó desde el actual Kandahar, en Afganistán hasta los montes Vindhya y más lejos, y desde el actual Pakistán hasta Bengala, incluyendo Sri Lanka.
Las palabras “India” “hindú” o “Hinduismo” no aparecen en ninguno de sus Textos tradicionales. Los antiguos persas utilizaron por primera vez la palabra “Shindu”, quizá rebautizada por Alejandro Magno como “Indo”, para denominar a los habitantes que poblaban las tierras de más allá del río Indo. Se trata, por tanto, de una denominación prestada e impropia, no utilizada por los afectados por aquel nombre, que fue usurpada por las huestes musulmanas en su intento fallido de conquista y definitivamente abrazada por los ingleses tras su ocupación.
Del mismo modo, el “Hinduismo” como tal, es otro nombre prestado y carente de significado para aquellos a los que se refiere, ya que su verdadera denominación originaria es “Sanatana Dharma”, el orden eterno, perenne o primordial. El ahora conocido como hindú, lo que ha pretendido desde siempre, consiste en armonizarse, a todos los niveles de su existencia (del cósmico al personal en cualquier ámbito de la vida) con dicho orden.
Nos encontramos pues, ante la tradición histórica, filosófica, metafísica, lingüística (sánscrito), literaria y espiritual más antigua que permanece viva a día de hoy desde tiempos inmemoriales. La grandeza de este tesoro para conocer nuestro propio origen tiene un valor incalculable. De hecho, el Mahabharata constituye la obra literaria más extensa de todos los tiempos. Forma parte del smriti (lo recordado y transmitido de boca a oreja) y narra, como su propio nombre indica, los vericuetos ocurridos en Bharata. Aunque escrita con posterioridad (¿siglo III antes de nuestra era, quizá?) su trama sucede en el tercer milenio A.C.
La otra gran obra de este smriti es el Ramayana, considerado el primer texto poético de la literatura de Bharat, el cual nos remite a tiempos más allá de lo ortodoxamente establecidos como “nuestra historia”. Su lectura y estudio traspasan los límites de lo correctamente implantado, abre las puertas a posibilidades de puntos de vista diferentes y emociona, quizá por el hecho de que aquello recordado que narra es mucho más cercano en nuestra memoria que esto otro, impuesto, que nos han contado.
El mal denominado hinduismo no es una religión al uso, como nos han enseñado en la escuela. Carece de dogma, de un único libro, de profeta o creador. No es cerrado, sino abierto a todos. Incluye religión, metafísica, lingüística, filosofía lógica, ciencia, matemática y, sobre todo, experiencia. Se trata de una visión conjunta y no separada de la Realidad. No es politeísta, todo lo contrario. El universo es la misma manifestación indiferenciada de una única divinidad, con múltiples formas de expresión, acogida dependiendo de la personalidad de cada individuo que lo percibe. Y, quizá sea (así lo han reconocido los más grandes pensadores como Kant, Hume, Schopenhauer, Jung y muchos otros), el sistema más elevado de pensamiento conocido que haya tenido la humanidad (al menos, lo que se conoce de ella). Su sabiduría ha sido abrazada por los clásicos que sustentan nuestro modo de pensar, como presocráticos y pre platónicos, incluido el propio Platón, Pitágoras y tantos otros.
Así que, quizá sea un buen momento para dejar de intervenir en el modo en el que desean, los de más allá del río Indo, denominarse e identificarse. Todo este caos que estamos viviendo puede que sea el efecto de la causa de la soberbia de pensar que “lo nuestro”, lo occidental, lo del mundo civilizado y desarrollado, lo establecido, es lo más elevado. La evidencia nos ofrece la experiencia de que todo es al revés. Se trata de un modelo de vida fallido. ¿Quién sabe? Quizá Bharat nos haga recapacitar sobre la insustancialidad de esta manera de vivir que nos han impuesto, que nos ha sido dada, sin preguntarnos.
Y es que Bharat, para ellos, es la palabra conformada por el baile de las diosas de las letras que definen la idea de la identidad de su pueblo. Porque, cuando a alguien le roban su propio nombre deja de saber quien es.
