Italia continúa aún conmocionada por la brutal agresión contra su primer ministro, que ha resultado ser más grave de lo que se pensaba. De hecho, Silvio Berlusconi seguirá hospitalizado por lo menos un día más, como consecuencia de los golpes que recibió el domingo tras un mitin y que sus aliados consideran que es fruto del clima de «odio y tensión» que se respira en el país.
El premier transalpino iba a ser dado de alta ayer, pero los médicos decidieron mantenerle en observación y hoy evaluarán de nuevo sus condiciones, según informó el doctor Alberto Zangrillo, jefe del departamento de Terapia Intensiva del Hospital San Raffaele, de Milán, donde se encuentra ingresado.
La agresión al mandatario le ha producido un corte en el labio, la rotura del tabique nasal y de dos dientes de la arcada superior, lo que le causa dolor de cabeza y le hace difícil comer.
Aunque, según refirió el presidente del Senado y dirigente de su partido, Renato Schifani, «más allá del dolor físico, lo que hace sufrir a Berlusconi es el odio político que se ha transformado en una agresión».
Un clima de tensión que incluso, según desveló el portavoz del primer ministro, Paolo Bonaiuti, había hecho pensar a Il cavaliere que le podría pasar algo.
«Paolo, ¿no sientes la tensión?, qué clima de violencia, qué espiral de odio nos rodea. ¿No piensas que puede pasar algo?», comentó el dirigente antes de llegar al mitin en la Plaza del Duomo de Milán, según aseguró Bonaiuti al Canale 5, propiedad del premier.
Sus correligionarios coincidieron en que el ataque no es el gesto aislado de Massimo Tartaglia, un hombre que sufre de problemas mentales y que fue quien le arrojó la estatuilla que le hirió, sino que se deriva de la creciente atmósfera de «odio» contra el jefe del Gobierno que se vive en el país.
Según los conservadores, el principal causante de este mal ambiente es el líder del partido Italia de los Valores, el ex magistrado Antonio Di Pietro, quien condenó la agresión, pero añadió que Berlusconi, con su comportamiento, «instiga la violencia».
Aunque todos los representantes políticos mostraron su solidaridad al premier, también desataron la polémica las declaraciones de Rosy Bindi, presidenta del primer grupo opositor, el Partido Demócrata, quien consideró que el Ejecutivo «se tiene que sentir responsable» del supuesto clima de odio.
