Doctora en Historia del Arte por las Universidades de Granada y de Florencia, esta profesora granadina – actualmente directora de la Fundación Amigos de la Alhambra – está reconocida en el ámbito académico como una de las mayores expertas en la presencia española en la Florencia del siglo XVI. Su tesis doctoral, aprobada con sobresaliente cum laude en el año 2011, así lo acredita: “Presencia y mecenazgo español en la Florencia medicea: de Cosme I a Fernando I”. En dicha tesis se incluía un capítulo dedicado al comercio entre Florencia y Burgos en el siglo XVI y, concretamente, al comerciante de origen segoviano Baltasar Suárez de la Concha (1537-1620), al que también dedicó el artículo Baltasar Suárez de la Concha (1537-1620): de mercader de lanas a Primo Bali de Firenze en la revista Quaderni Stefaniani de la ciudad de Pisa, ampliando información documental sobre el protagonista. En 2021 y editado por la Universidad granadina, publicó el libro: “Florencia Española. Mercaderes, nobles y mecenas en la órbita de los Médicis (S.XVI)”, que tiene como base su tesis doctoral actualizada con nuevas aportaciones. Más recientemente, ha firmado un trabajo en colaboración con el investigador local Jesús Fuentetaja, que con el título de “Un mercader segoviano en la Florencia del Gran Ducado de Toscana: Baltasar Suárez de la Concha”, fue publicado en la revista trimestral Papeles de Segovia, del pasado mes de marzo, editada por la Librería Cervantes de nuestra ciudad.
Hablamos con la doctora González Talavera, responsable de sacar a la luz la figura de uno de nuestros paisanos más ilustres y a la vez peor conocidos.
— ¿Qué le llevó a decidir especializarse sobre la presencia española en la Florencia medicea?
—Esta pregunta me trae muy buenos recuerdos. Desde que visité Florencia por primera vez (otoño de 2002) sentí la “necesidad” de vivir en esta ciudad y especializarme en la temática; puedo decir que sufrí el “síndrome de Stendhal” y desde entonces, me esforcé en hacer posible esa enorme ilusión que sentí (y sigo sintiendo). Por entonces era alumna de segundo curso de Historia del Arte y mi profesor de Moderno (que después se convertiría en mi director de tesis doctoral), Antonio Calvo Castellón, me contagió de la pasión por el arte italiano y, concretamente, por el Renacimiento florentino. Quería dedicarme a la investigación y a la docencia y por eso me preparé para conseguirlo; fue así como, siendo estudiante de la carrera, disfruté de varias becas orientadas a este propósito, y, al finalizar, obtuve una beca de investigación del Ministerio de Educación y Ciencia (F.P.U.) gracias a la cual pude realizar distintas estancias en Florencia. En la elección de la temática y en el desarrollo del proyecto estuvo implicado Miguel Falomir Faus, Director del Museo del Prado y especialista en la materia, a quien siempre estaré muy agradecida por su apoyo. Elegir la temática y presentar el proyecto inicial fue sencillo y complejo al mismo tiempo: sabíamos de la necesidad de iniciar una línea de investigación sobre las relaciones entre España y Toscana en la Edad Moderna pero había un ingente material documental a la espera. Es por ello que, tras la consulta bibliográfica y el correspondiente estado de la cuestión, consideramos oportuno centrar la investigación en el gobierno de Cosme I de Médicis (1537-1574), casado con la española Leonor Álvarez de Toledo (1522-1562), y en el de sus hijos Francisco I (1574-1587) y Fernando I (1587-1609), herederos de la política hispanófila de sus padres. Durante este periodo y bajo el amparo de la duquesa, descubrimos la existencia de una extensa comunidad española que apenas había sido estudiada y que requería, por tanto, de una mayor atención. Fue un reto y un honor sacar a la luz su historia: saber quiénes eran aquellos españoles y qué hacían allí, profundizar en sus vidas, conocer sus familias, formar parte de su memoria.
—¿Puede considerarse esta presencia española como una consecuencia de la política del emperador Carlos V diseñada para la península italiana?
—Más que una consecuencia, diría que fue una prioridad en la política exterior de Carlos V. Son ampliamente conocidos los intereses que las distintas potencias europeas tuvieron en Italia, materializados en aquel momento en las famosas Guerras italianas (1494-1559). El emperador, siguiendo el propósito de los Reyes Católicos, afianzó la presencia española en los territorios italianos ya incorporados a la Corona y amplió su influencia en otros, como fue el caso de la Toscana. En concreto, fue decisivo el Sitio de Florencia (1529-1530) que terminó entregando el ducado de Florencia a Alejandro de Médicis (yerno por un tiempo de Carlos V) y la Guerra italiana de 1551-1559, en la que la República de Florencia, aliada del Imperio Español, incorporó la República de Siena. También fue decisiva la integración de los Presidios de Toscana, entidad territorial en la costa toscana bajo soberanía de la Monarquía Hispánica entre 1557 y 1707. Toscana, como parte de la Italia non spagnola (estados independientes italianos bajo la “hegemonía” o forma de control indirecto de la Monarquía Hispánica), constituye un ejemplo de cómo la presencia española se extendió sobre los “estados soberanos”, es decir, aquellos territorios protegidos por el Rey, a los que garantizó el mantenimiento del «status quo» interterritorial y la paz, además de ofrecerles honores, rentas y oportunidades mercantiles y financieras. En este contexto, Carlos V puso en marcha una estrategia muy hábil, una política matrimonial orientada a enlazar miembros de la propia casa real o de la aristocracia española con la dinastía de los Médicis, los señores de Florencia: el primer duque de Florencia, Alejandro de Médicis contrajo matrimonio con su hija, Margarita de Austria, y el segundo duque de Florencia, Cosme I de Médicis, emparentó con Leonor Álvarez de Toledo, aristócrata de la Casa de Alba, hija del Virrey de Nápoles (el gran aliado de la Corona Española en Italia). Este matrimonio (1539) fue esencial en la estabilidad y en el crecimiento de la presencia española en Florencia, pues si bien anteriormente ya existía una colonia de mercaderes, la llegada de Leonor supuso el asentamiento de familias nobles españolas y el afianzamiento de los mercaderes, conocidos como la Nobilissima Nazione Spagnola.
— En el año 1494, los Reyes Católicos habían creado el Consulado del Comercio, en cuyo ámbito se otorgaba a los mercaderes burgaleses el monopolio del comercio interior y exterior de la lana. ¿Fue esta circunstancia la que justificó la presencia en Florencia de una numerosa colonia burgalesa?
—Efectivamente, la creación del Consulado de Burgos en 1494 y, en consecuencia, el sistema de naciones o colonias mercantiles castellanas repartidas por Europa y dependientes de este (entre las que se encuentra el consulado español de Florencia), justifica la presencia de una amplia nómina de mercaderes oriundos, mayormente, de Burgos. Es importante aclarar que, antes de esta fecha, la lana castellana ya circulaba como materia prima en el intenso tráfico comercial entre Florencia y Burgos, razón que justificó la presencia de los mercaderes que constituyeron la esencia de la Nobilissima Nazione Spagnola o consulado español del siglo XVI.
Esta primitiva colonia adquirió una fisionomía jurídica y física más sólida tras el nacimiento del Consulado de Burgos. Como parte de esta red comercial castellana, la nazione spagnola daba cuentas a Burgos y lo hacía bajo el amparo del gobierno florentino. Fue durante el reinado de Cosme I de Médicis y Leonor Álvarez de Toledo cuando esta nación encontró a sus mejores aliados, lo cual explica el periodo de prosperidad que alcanzó durante la mayor parte del siglo XVI.
—Es en este contexto, donde va a cobrar un enorme protagonismo la figura del comerciante segoviano Baltasar Suárez de la Concha, perteneciente a una de familias más acaudaladas y poderosas de nuestra ciudad. De una de cuyas ramas entroncaría corriendo el tiempo el marquesado de Lozoya ¿Cómo fue la llegada de Baltasar a Florencia?
—Esta pregunta me recuerda a un momento muy especial de investigación en los archivos florentinos. Tuve la suerte de acceder y estudiar el archivo familiar de Baltasar (Archivio Michon Peccori, localizado en Comeana, Florencia) cuyos documentos, hasta entonces desconocidos, se dieron a conocer en mi tesis doctoral. Entre ellos, un precioso manuscrito que comienza precisamente con la noticia de su salida de Medina del Campo (Valladolid) en junio de 1562 y su llegada a Florencia dos meses después. En este documento, se dan detalles de su principal cometido en la capital toscana (“para hacer negocios a diversos señores de Segovia y de otras partes, principalmente en la venta de sus lanas”), el recibimiento por parte de otros miembros de la nazione spagnola y su rápido ascenso como cónsul y, poco después, como cuñado de Cosme I de Médicis. Lo que no se detalla en este escrito es su estrecha relación con el banquero Simón Ruiz (del que era cliente el mismo Felipe II) y, en consecuencia, con su pariente Antonio Ramírez de Montalvo (cortesano favorito de Cosme I de Médicis); dos figuras muy bien posicionadas que promovieron su salida de Castilla y facilitaron su asentamiento y rápido ascenso en Florencia, al amparo de la duquesa Leonor Álvarez de Toledo. Baltasar llegó a Florencia en un momento delicado para la nación – que por entonces “estaba endeudada y con poco orden” – y para su señora, la duquesa, que fallecería cuatro meses más tarde. Aun así, el segoviano contó con el apoyo del Gran Duque y de su hijo Francisco I de Médicis, erigiéndose en varias ocasiones como cónsul de la nación española, “que en Florencia en ese momento floreció más allá del número de las personas calificadas que allí había”, introduciendo reformas importantes y mejorando notablemente sus negocios, “liberándolo de las deudas que existían y gestionando de cara al futuro con una sabia asignación de los gastos, conveniente para el decoro público”. Se puede afirmar que el segoviano Baltasar Suárez de la Concha, junto a Antonio Ramírez de Montalvo, fue el personaje español más influyente en la Florencia del siglo XVI.

— ¿Cómo desarrolló Baltasar su actividad en Italia y cuál fue el preponderante protagonismo económico, político y social que llegó alcanzar en aquella ciudad trasalpina?
—Como he adelantado, Baltasar contó con muy buenos padrinos para el desarrollo de su actividad italiana, tanto en el ámbito comercial como en el político, social y cultural. Muy pronto demostró sus influencias y sus hábiles dotes para los negocios (basta con revisar los libros de cuentas donde se registran sus operaciones comerciales a través de distintas compañías que le reportaron grandes beneficios), su ingenioso perfil político en los asuntos del Estado español y de la corte florentina (con el título de “criado y Agente del Rey” en Florencia y estado del Gran Duque de Toscana, cónsul de la nación española en varias ocasiones), su carisma en las relaciones sociales (ganándose la privanza del Gran Duque y desposándose con María Martelli, hermana de la Gran Duquesa Camilla Martelli), y su liderazgo en el ámbito cultural (alzándose como uno de los principales mecenas de la ciudad, a la altura del mismo Cosme I de Médicis, con la compra del Palazzo Suárez de la Concha en Via Maggio o de la Capilla de los Españoles en Santa Maria Novella).
— A propósito de Santa María Novella ¿Cuál fue la relación de Baltasar con esta capilla?
—La primera vez que visité esta capilla, descubrí el epitafio que lleva su nombre a los pies del altar. Esta era, sin duda, una señal más que evidente del papel que Baltasar desempeñó en la historia de la capilla. Fue precisamente en el estudio de su archivo donde localicé, con gran ilusión, la noticia que imaginaba: siendo cónsul en 1566, compró la Capilla de los Españoles a los padres dominicos del convento de Santa María Novella, hecho que le convirtió en el mecenas “por excelencia” de aquel espacio, tal y como recoge la documentación: “enriqueció la capilla considerablemente, adornando más allá del mobiliario”. La relación de los españoles con esta capilla y con el convento se remonta al siglo anterior; los primeros castellanos asentados en Florencia ya se reunían en este complejo religioso dedicado a Santo Domingo de Guzmán, oriundo de Caleruega, en la provincia de Burgos.
Desde 1566 y hasta 1592, fecha en la que se dieron por terminados estos trabajos, Baltasar y los miembros de la nación invirtieron en la renovación del mobiliario, en la decoración pictórica del ábside y en la disposición del conjunto de lápidas que cubren el pavimento, de las más bellas de la ciudad. Fue muy emocionante descubrir el rostro de Baltasar entre los personajes que protagonizan el fresco de la Batalla de Clavijo (en la pared oeste de la scarsella de la capilla). El segoviano comisionó, además, otras pinturas localizadas en el Claustro Grande del mismo convento, uno de los espacios más espectaculares y desconocidos de Florencia.
— Para finalizar, cambiemos de tema. Hace unos años, concretamente en 2015, participó también Vd. en otro proyecto relacionado con Segovia, que culminó con el trabajo: Arte y Artesanía del Vidrio en Segovia, patrocinado por la Real Fábrica de Cristales de la Granja, la Fundación Centro Nacional del Vidrio y la Diputación. ¿Qué recuerdos guarda de su estancia entre nosotros?
—Guardo en el recuerdo aquella etapa con mucho cariño. Me adentré en “otra historia” de Segovia, que me cautivó por completo. Fueron unos meses de intenso trabajo de campo en la provincia segoviana, descubriendo el trabajo de los maestros del vidrio en sus propios talleres y en la Real Fábrica de Cristales de la Granja de San Ildefonso. Tuve la oportunidad de apreciar en directo las distintas técnicas del vidrio de mano de grandes profesionales y personas. Disfruté y aprendí mucho entrevistando a estos extraordinarios artesanos. Además, fue una oportunidad excepcional para conocer al personal de la Real Fábrica (muy agradecida a Paloma Pastor Rey de Viñas y Diego Rodríguez Blanco especialmente), los distintos oficios del vidrio y la magia de este edificio centenario.
