La pasada semana falleció en Valladolid Baldomero Martín, al que la leyenda negra de la Gimnástica Segoviana le reprocha mucho – parte mentira, parte verdad – pero del que a veces cuesta recordar las virtudes que tuvo su mandato, que también las hubo.
Martín recogió el testigo de Pedro Antonio Hernández Escorial al frente de la Segoviana en la campaña 91-92 en un momento en el que la supervivencia del club estaba en cuestión. Con una personalidad arrolladora y un discurso vehemente permitió en primera instancia que el club siguiera vivo, que ya es mucho.
Las temporadas de Baldomero como presidente fueron malas en lo económico, lo deportivo y también lo social. Reclamó ayuda a propios extraños en forma de un dinero que llegó con cuentagotas, y que impidió al equipo competir en igualdad de condiciones con los mejores del grupo de Castilla y León, que además tenían mucho menos tirón para el espectador que los conjuntos madrileños. Su pecado, como el de tantos otros presidentes gimnásticos, fue hacer una previsión de ingresos muy alejada de la realidad.
Todavía se recuerdan con vergüenza las asambleas del club con Baldomero, rodeado de su guardia pretoriana, acusando a los opositores de pergeñar una constante trama conspiratoria contra su persona. Discusiones en los medios o en el vestuario protagonizaron unos tiempos marcados para Martín por el fallecimiento de su hija Silvia, debido a una reacción alérgica a la picadura de un insecto. No hay manera de recuperarse de eso sin perder los papeles.
Tuve la oportunidad de hablar hace unos meses con Baldo con motivo de mi investigación en torno al club y me encontré un hombre afable, y con el poso sosegado del que cree tener la conciencia tranquila. En esa conversación – de más de dos horas – me reconoció errores y me habló con pasión de un club al que dedicó una parte de su vida. Dicen sus amigos que era un buen hombre, al que puede que el fútbol sacara lo peor de sí mismo. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
