Tras una larga espera pudimos disfrutar, como siempre hemos deseado, de nuestras fiestas; dada la gran afluencia de público, las fiestas de todos. Sin incidentes importantes conocidos, salvo la terrible cogida del joven torero Diosleguarde, al que no se si fue el capote de Dios o más bien la ciencia y el buen quehacer humano, le salvó de la tragedia, el ciclo festivo ha transcurrido con normalidad. Las ganas de disfrutar sin restricciones fomentaron un ambiente extraordinario y excepcional como hacía años no se recordaba; gracias también a una climatología benévola.
En lo estrictamente taurino los debates siguen abiertos, los mismos que se plantean desde hace décadas, quizá porque las opiniones de cada uno de nosotros son muy diferentes, desde la misma suelta hasta la organización de las corridas. Por otro lado, si bien es cierto que muchos compartimos la idea de una revisión de los aspectos de las fiestas que se refieren a las actividades no taurinas, después de lo acontecido este año, el análisis requiere una pausa, dado que la forma en que concebimos la forma de divertirnos ha cambiado sustancialmente.
No quisiera dejar pasar la oportunidad para resaltar la excelente labor de limpieza que se viene desarrollando en los últimos años en las zonas de mayor concentración.
