Últimamente hemos asistido a una campaña publicitaria en la que se nos invitaba a aprender a bailar. Ni un día más sin saber hacerlo, se nos decía. Esto me ha traído recuerdos que me ha parecido oportuno traerlos a estas líneas por si pudieran arrancar algunas sonrisas a los lectores de EL ADELANTADO DE SEGOVIA. Sonrisas que pueden ser saludables en los tiempos que corren.
Andaba yo por las 18 primaveras y preparaba oposiciones al Cuerpo de Telégrafos. Llegado el momento de los exámenes tuve que trasladarme a Madrid. Una tarde de asueto me invitó una prima de mi edad a pasar un rato junto a una amiga suya en una sala de baile cercana a nuestra vivienda.
Cuando me presentó a su amiga me quedé sorprendido por la gran belleza poco común de aquella chica. Y entramos en el local. Tomamos una mesa y como no sabía bailar, di en dilatar una conversación con muy escasos fundamentos.
Al cabo de un tiempo se acercó a la mesa un joven que pidió bailar a la amiga de mi prima. Ésta le dijo que sí y no se la volvió a ver el pelo ni siquiera en la pista. Mi prima y yo continuamos un rato más hablando de banalidades y terminamos por marcharnos con lo que se acabó la fiesta.
Algún tiempo después y ganadas ya las oposiciones, volví a Madrid. Deambulaba por la calle del Carmen y vi en una casa de la acera de los pares el gran anuncio de una academia de baile. No me lo pensé dos veces. Subí al primer piso y adquirí una tarjeta con veinte cupones que podía usar a mi voluntad.
Había dos modalidades: la individual y la colectiva. Elegí la individual para disimular mejor mi timidez. Y llegó el primer día de clase. Tuve que hacer una breve antesala y en ella me encontré con un señor de mediana edad y muy afable que me dijo era comisario de policía. Conversamos animadamente y convinimos en la necesidad de saber bailar.
Me llamaron enseguida y me introdujeron en un módulo de 25 metros cuadrados donde me esperaba una profesora de mediana edad, muy agradable que se ganaba la vida honradamente domando …¿Qué? En Segovia hubo un baile que le llamaban Domapotros.
Pues empezamos con el tango al que luego seguirían el fox, el pasodoble y el vals. Y así hasta que se acabaron los cupones de la tarjeta. Como aprendí bastante, el día de mi despedida obsequié a mi profesora con unos dulces que adquirí en una conocida pastelería madrileña. Ésta me dio las gracias y me deseó suerte. Al comisario no le volví a ver ni a la amiga de mi prima tampoco.
En estas me enteré de que había una verbena en San Millán. Y con algunos amigos acudí a la fiesta. Sacamos a bailar a unas chicas y a los pocos compases, explotó un petardo que me hizo un boquete en la manga derecha de la chaqueta.
El disgusto que se llevó mi madre fue mayúsculo, si bien quedó reducido por el buen trabajo de las monjitas del Corpus que hicieron una reparación increíble.
La nueva ocasión se me presentó en un pueblo cercano a Segovia. Acudí junto a un amigo a una verbena en la plaza mayor y saqué a bailar a una chica bastante mona pero sobre todo aparente con mi estatura. Bailábamos y conversábamos pero la orquesta dejó de tocar porque había llegado el descanso. Convinimos en que nos volveríamos a ver después y en eso quedamos.
Más, cuando estábamos mi amigo y yo en el ambigú se nos presentaron 6 mozancones 6, de los más corpulentos y bravos del lugar que me dijeron que la moza con la que bailaba estaba comprometida. A lo que les respondí que: “toda vuestra” y nos largamos para Segovia.
Me habían convencido los amigos para hacerme socio del Casino de la Unión. Y como eran las Ferias se anunció un gran baile. Sonaba ya la orquesta aunque en la pista no había mucha gente. Era el momento álgido del lucimiento de lo aprendido, Aquí no habría problemas porque tenía todos los pronunciamientos favorables.
Saqué a bailar a una chica de entre la maraña de madres sentadas alrededor. Y ella también sabía bailar, incluso mejor que yo. Dimos unos pasos de tango y no me explico cómo, resbalé y di con mis huesos en el suelo. La chica corrió azorada a refugiarse donde su madre y yo me levanté aturdido encaminándome a la salida.
Aquí debería haber terminado este rosario de despropósitos de no haber sido por Colás, el hombre que siempre va conmigo que me dijo al oído: Jefe, ¿porqué no cuentas lo de la ciudad de vacaciones?
Y es que estábamos pasando unos días mi esposa y yo en un conocido complejo turístico. Disfrutábamos de un paseo en una noche serena por un prado a media luz. Al filo de las once de la noche tocaban Paquito el Chocolatero y se paraba el mundo.
Decidimos incorporarnos allí, en la lejanía, a tan fáusto acontecimiento y dimos unos pasos pero no vimos un hoyo en el suelo y caímos en él aunque sin hacernos daño. ¡Cachis!
P.D. Teniendo ya escrito este texto me entero de que EL ADELANTADO se coloca en el quinto puesto regional con 784.982 usuarios y el primero en Segovia, lo cual es para mí una buena noticia digna de subrayar.
Y es que mi vinculación a este diario se remonta a muy atrás y por los motivos más diversos. En sus páginas he hallado información para muchos de mis trabajos. El diario acontecer de Segovia y su provincia está escrito en sus páginas desde el momento de su fundación en 1901.
Solo dejó de publicarse, que yo sepa, desde el 19 al 26 de julio de 1936, como consecuencia de una huelga de tipógrafos.
Felicito, pues, a cuantos hacen posible que tengamos cada mañana, bien en papel o en Internet, este particular encuentro con la segovianía.
Carlos Arnanz Ruiz es Académico Honorario de San Quirce
