Las torres de las iglesias vuelven a acoger a las inquilinas que habían abandonado sus nidos durante estos los últimos meses. Adelantándose a San Blas, la fecha que el refranero asocia con el regreso, las cigüeñas ya empiezan a expandirse.
Tras una serie de años en los que apenas emigraban estas zancudas, vuelven a ser más frecuentes sus viajes de ida y regreso anual. Algunos naturalistas atribuyen esta normalización etológica a la desaparición de los vertederos incontrolados que hubo.
De acuerdo con el profesor Fidel José Fernández y Fernández Arroyo, la cigüeña blanca emigra en su mayoría, pero algunos ejemplares optan por quedarse. Los informes elaborados con motivo del Censo de Otoño, que realiza el Fondo para el Refugio de Rapaces de Montejo, permiten señalar que el año 2006 fue el de mayor presencia de zancudas, con 84 ejemplares en esa zona. En el Censo de Otoño de este año se registraron entre 8 y 10 aves. “Antes emigraban todas”, asegura. De hecho, desde que existe el censo otoñal, todos los años se ha visto algún ejemplar, salvo en 1996 y en 2000. En los últimos años este naturalista y matemático ha comprobado que cada año “se van más tarde y vuelven antes”.
Otro aspecto que destaca se refiere a que en los movimientos migratorios, los primeros en salir son los pollos jóvenes. A ellos les siguen las aves adultas; un fenómeno que califica de “extraño” y que no se da en otras migratorias zancudas como las grullas, que siempre emprenden estos largos viajes agrupadas en bandadas.
El estudio sistemático de la migración de la cigüeña la inició el ornitólogo alemán Johannes Thienemann con anillamientos en el año 1906. Hoy la cigüeña se ha convertido un ave que por su alimentación variada cuenta con la admiración de muchos y el desprecio de unos pocos. Pero sigue siendo una vecina más y más frecuente a partir de ahora.