Rafael de la Concepción Machón y sus circnstancias. Este artista, muy vinculado a Villacastín, pero residente en Madrid, representa un modo de vida peculiar. A sus 68 años ha logrado exponer sus creaciones en marquetería y pintura en diversas ciudades españolas como Madrid, Valladolid, Sevilla o San Sebastián. Pero también en el extranjero, como París, Bonn o Ecuador. Aún así, la humildad es una de sus características.
Recientemente ha colgado algunos de sus cuadros en el Centro Segoviano de Madrid, en la calle Alburquerque, cerca del barrio natal en el que este artista vive desde 1983, en un piso de renta antigua, en el que comparte vivienda y taller, y del que han intentado deshauciarle en varias ocasiones.
Su familia procede de Villacastín, donde ha sido pregonero de las fiestas, y es autor de la escultura dedicada a la cigüeña, que se exhibía junto a la portentosa iglesia de la localidad.
De la Concepción lleva toda la vida trabajando la madera. Comenzó de niño viendo a su padre, con el mismo nombre, pero terminado en Peñalver. “No me dejaba coger la navaja porque era muy pequeño, y podría cortarme”, recuerda. Por eso le robaba las que estaban gastadas y tiraba, para hacer con ellas pequeños trabajos. Labraba los restos de madera que desechaba su padre, y lo hacía oculto bajo la cama. “Comencé haciendo cromos de marquetería. Cuando mi padre descubrió algunas cosas que había hecho, ya me dejó trabajar con él”, añade. Precisamente uno de los primeros encargos en el que participó con su padre fue en 1974 para fabricar la mesa de escritorio del despacho del rey Felipe VI, que perteneció antes al rey Juan Carlos. Como no les permitieron firmar su trabajo, él estampó su nombre bajo la tapa, oculto también.
Ya adulto estudió escultura en la Facultad de Bellas Artes en Madrid, y también ha impartido cursos de marquetería, incluso en Cuba y Ecuador también.
También casi oculta se encuentra su amplia obra en España. No ha ocurrido lo mismo en Ecuador, donde ha expuesto en varias ocasiones, de la mano de Oswaldo Guayasamín, el pintor más representativo de aquel país, y que falleció en 1999. “Vio mi obra, me compró un cuadro y me invitó a viajar a su país”. “Para ir estuve trabajando dos años y debiendo un millón de pesetas en 1979 para costear el viaje en avión con 500 kilos de peso de las piezas”, explica, satisfecho del resultado de la muestra. “Afotunadamente resultó bien y conseguí el millón y medio de beneficio”, relata. Igualmente en París recibió el primer premio de un Concurso Internacional de Marquetería. Hoy, en su piso en Madrid sigue trabajando cada día.
