Una multitud, integrada por estudiantes internacionales, desciende desde la Plaza Mayor al Azoguejo, camino de una discoteca. A partir de dicha instantánea, se reflexiona con aspiración de trascendencia. Arriba y abajo, como contraste y gran teatro del mundo.
Una vez finalizado el pasado curso académico, el alumnado de IE University, “la IE” según dice el vulgo, o “el IE” –por el Instituto de Empresa fundacional-, abandonó Segovia; mientras, ciertos hosteleros, taxistas y otros interlocutores sintieron algo parecido a lo expresado por la letra de una canción popular de estas tierras:
“Ya se van los pastores a la Extremadura, / ya se queda la sierra triste y oscura”.
El verano pasó rápido; y las huestes universitarias retornaron. Los ‘dealers’ vuelven a sonreír; pero, las diferencias están marcadas. El regente de un restaurante, anfitrión de muchos estudiantes internacionales, sentencia: “Ellos están ahí; nosotros estamos aquí”.
Nuevos enclaves suceden a otros enclaves: que todo cambie para seguir igual, máxima de ‘El Gatopardo’, que no ceso de recordar, pues es la vida misma. En las dos primeras semanas del curso 2024-2025, hacia la una y pico de la madrugada del viernes, iniciada en la noche del ‘juernes’, hordas de jóvenes descendían por la Calle Real en dirección a la discoteca situada en las inmediaciones del Azoguejo.
¿Será una réplica de la invasión del Imperio Romano –nunca mejor dicho, dada la proximidad del acueducto- por parte de los pueblos establecidos más allá del limes? La aventura de los godos tuvo inicio en Suecia; pero, en el camino hacia el Mediterráneo, gentes diversas se unieron a aquella bola de nieve. Los estudiantes del IE tienen múltiples nacionalidades, incluida la italiana, ya un poco asimilada a la lengua inglesa, global. Un alumno de Erasmus en un centro público madrileño, procedente de urbe transalpina de tamaño medio, me decía que hasta tres conocidas de su terruño cursaban un grado en el campus segoviano del IE.
Las universidades estadounidenses configuran el modelo a seguir. Algún informante me cuenta que también vienen estudiantes de dicho país, cuyos centros equivalentes resultan más caros. Aunque se trate de tropa multicultural, los alumnos que bajan por la calle Real, camino de la diversión sonorizada, gesticulan, exhiben euforia propia de gringos -según diría un mexicano-. Cuestión de poder blando y aculturación. ¿Recuerdan al personaje interpretado por Alberto Sordi, obsesionado con la cultura pop de Estados Unidos en ‘Un americano en Roma’ (1954)? Su banda sonora, la canción ‘Tu vuò fà l’americano’, fácil de tatarear, resulta muy pegadiza.
La obesidad se está convirtiendo en enfermedad propia de clases humildes; mientras, apenas se ven gordos dentro del alumnado referido, indicador de estrato social acomodado. En el desfile hacia la juerga grupal, muchas chicas visten con gracia: una estética ‘casual’ –acepción inglesa del término- que resulta “cool”.
La discoteca ha reabierto sus puertas hace poco, ante previsión de demanda potencial; mientras, la profecía se ha auto-cumplido. Según me cuenta mi madre, hubo un tiempo en que “medio Robledo estaba allí”. De la misma forma que ocurre con la matrícula del IE, muchos jóvenes, algunos de ellos de extracción social muy acomodada, pasaban un periodo de sus vidas en torno a Segovia, hace décadas. Robledo era el campamento militar situado en el término municipal del Real Sitio de San Ildefonso, donde los universitarios, mucho menos numerosos en aquella España, cumplimentaban un servicio militar a la carta.
Estudiantes de IE e integrantes de las milicias universitarias han conformado élite, enclaves. Unos pasan el invierno por estas vecindades; mientras, los otros disfrutaban de los veranos serranos. Entre los primeros, algunos llegarán a ser expatriados en países exóticos; y, los hoteles Hyatt constituirán su alojamiento en viajes de negocios. Tienen grandes esperanzas.
Por otro lado, respecto a los segundos, si aprobaban, podían abandonar Robledo, tras dos estíos consecutivos, con estrella de alférez de complemento. Que diferente a los que eran llamados ‘chusqueros’, quienes, cuales militares profesionales, iniciados como soldados de cuchara, tardaban una eternidad en recibir galones de sargento.
En realidad, Robledo era un espacio interclasista, tal vez en grado mayor que la IE, donde podía llegar a crearse un vínculo entre los compañeros de tienda. Se hizo una película, con el título sugerente de ‘Quince bajo la lona’ (1959). En dicho lugar, mi padre hizo buena amistad con un aristócrata emparentado con Eduardo Dato, presidente del gobierno que fuera asesinado. En una ocasión, fuimos de visita a su casa; y, como era niño, estuve con sus hijas, algo mayores que yo, en el cuarto de juegos. Recuerdo el impacto producido cuando me hablaron sobre sus amiguitas, las infantas Elena y Cristina de Borbón.
Mi antiguo compañero de despacho y mentor pertenecía a una familia de abolengo, un tanto venida a menos, perteneciente a la alta burguesía madrileña del siglo XIX. Antiguos propietarios de un palacete en la Plaza del Marqués de Salamanca, el bisabuelo o tatarabuelo del profesor fue el quinto contribuyente más rico en el Madrid de Salmerón, presidente de la República de quien había sido íntimo amigo. Según me contaba, mi colega se reunía a comer, una vez al año, con sus compañeros de las Milicias Universitarias, tras convivencia en un campamento de Cáceres. Si bien se perdió el contacto, Felipe González, cuyo padre tenía una vaquería en Sevilla, era unos de los integrantes de aquella tienda bajo la lona.
La leyenda de la fiesta española, difundida por Ernest Hemingway, institucionalizada con el lema “Spain is different” de los años sesenta, continúa; pero, en la realidad, nada que ver. Habitamos un país muy envejecido; y, en especial, la ciudad de Segovia, donde a las doce de la noche apenas vislumbras ventanas con luz encendida. No importa, pues los ‘IE-itas’ suman censo más que suficiente para pasárselo bien puertas adentro de la tribu. Tengo cierta percepción nocturna, relativa a cómo los estudiantes de la universidad privada tienen su gran teatro del mundo en una especie de parque de atracciones, cerrado, llamado ‘Segovialandia’. En una ocasión, arribado en el último autobús de línea procedente de Madrid, los muchachos disputaban, incluso, un partido de fútbol muy animado en plena Avenida del Acueducto.
El curso acaba de empezar; cuán lejos quedan los primeros exámenes. En la tarde de un sábado, hasta treinta estudiantes esperan turno en la parada de taxis de la Plaza Oriental. Debe tratarse de una de esas fiestas organizadas en fincas de la provincia, cuyos únicos asistentes son miembros del enclave.
A raíz de mis dos artículos recientes sobre la escasez de taxis en Segovia, me satisface leer cómo algunos miembros del gremio reconocen encontrarse desbordados ante la demanda en numerosos tramos horarios. Le pregunto a uno de ellos por anécdota sabrosa, relativa a la clientela de la IE. Me refiere cómo uno de estos muchachos, sin bultos o discapacidad alguna, contrató sus servicios para un recorrido de apenas doscientos metros. Una vez concluido el recorrido, el taxista recibió cinco euros de propina. Cuando pregunten a los niños de Segovia sobre lo que quieren ser de mayores, muchos deberían contestar: “Taxista”.
En la ciudad con dos plazas, los alumnos de la universidad privada han convertido el entorno de la Plaza Mayor (arriba) en feudo. En el otro extremo, durante este verano, gentes de condición humilde se reunían en el Azoguejo (abajo). Arriba y abajo: desnivel espacial, metáfora del abismo existente entre clases sociales y expectativas. Como también hay muchos galos, pregunto a dos chicas: “¿sois estudiantes francesas del IE? Me responden que, aunque españolas, se relacionan más con sus compañeros procedentes del Hexágono. Una de ellas menciona su marco familiar, correspondiente a estamento profesional con fama de elitista.
Los ‘IE-itas’, cuales miembros de la generación ‘Z’, esquivan el cara a cara propio de compras a pie de calle. En un supermercado, situado abajo, me confirman cómo los envíos hacia arriba, gestionados por repartidores de empresas tipo Glovo, cuyo lema es ‘tu ciudad a domicilio’, han crecido de forma exponencial. En medio de la nocturnidad, uno de estos siervos del tecnofeudalismo –terminología de Varoufakis-, ataviado con casco y cubículo trasero, montado en patinete, asciende por la calle San Juan. ¿Dónde se dirigiría? Apuesta sobre seguro.
En las noches veraniegas, trabajadores precarios del sector hostelero, latinos y latinas por regla general, se sientan en los bancos del Azoguejo. Lo mismo hacen los emigrantes subsaharianos, recién llegados tras jugarse la piel, muy serios, educados, con teléfono móvil en mano para combatir nostalgia y aburrimiento. La plaza grande de extramuros es centro donde se reúnen adolescentes: sus conversaciones intercalan castellano y variedad dialectal del árabe de Marruecos. El elenco queda completado con algunas personas vulnerables, excluidas de población activa y mercado de trabajo; llevan impreso el signo de la derrota en el rostro.
En algún momento, estudiantes internacionales, camareros, subsaharianos y emigrantes marroquíes de segunda generación, confluyentes en el Azoguejo, pasarán por Burbuja. En esa tienda de conveniencia que hace ciudad, con horario de cierre tardío, compartirán el mismo lado del mostrador en igualdad de condiciones.
Todos ellos venidos a Segovia como hijos de la globalización: unos lo hicieron desde arriba; otros desde abajo. Arriba y abajo, gran teatro del mundo.
