Cada día me quedo más sorprendido por el creciente número de horas que los adolescentes dedican diariamente a las redes sociales. Hablan de cuatro, cinco y hasta siete horas colgados del móvil y totalmente enredados y encerrados en un universo paralelo.
Más me sorprendo aún cuando leo sobre los problemas asociados al uso masivo e incontrolado de los dispositivos móviles. Cada vez está más asumido que provocan ansiedad, estrés, problemas de imagen corporal, de autoestima… sin hablar de que son el medio ideal para el bulling y todo tipo de acosos propios de edades de adolescencia y pandillas.
Pero el resto del personal vamos por la misma senda, dedicando mayor tiempo cada vez a ese mundo tan nuevo y tan hipnotizante. No quedamos indemnes.
Esta manera de utilizar la tecnología no es gratuita. Sus aspectos negativos nos salpican a todos. En el centro de todos ellos encuentro el problema de la atención. Nuestra atención es el bien más buscado por toda la tecnología de las redes que funcionan con el mismo mecanismo que las drogas, nos provocan dependencia y ansiedad Todo está diseñado para que pasemos allí el mayor tiempo posible. Saltamos de una información a un comentario, luego un twit, un video, un bulo, una noticia falsa, unos datos estadísticos manipulados, un comentario provocador… todos nos empujan a un sumidero donde nuestra atención es secuestrada y conducida por un tobogán sin descanso, en una suma constante de puntos de interés a cual más atractivo. Enseguida entendemos que ninguna red social está diseñada para que tengamos tiempo para pensar.
Ingenuamente nos hacemos a la idea de que es un tiempo dedicado al entretenimiento, al ocio, de la manera más neutra posible. Quizás fuera así al principio. Hoy las redes se han convertido en armas de distracción masiva, expresión que tomo del título de un libro que se centra sobre todo en la manipulación. A mí me seduce más la idea central de la distracción.
Parece que todas las nuevas tecnologías ponen todo su empeño en alejarnos de la realidad. Quizás sus diseñadores tienen claro que a las generaciones Y, Z, centennials… el mundo real no les seduce nada en absoluto y que el futuro que tienen por delante es aún más que incierto. Su propuesta es la distracción generalizada. Es una huida del mundo real, del empleo precario, de salarios de risa y de explotación laboral, de viviendas imposibles, de vidas subsidiadas, con el telón de fondo de un desastre climático que lo empeorará todo.
Ante un día a día con un menú tan poco motivador la mejor solución es evadirse, distraerse y pasar el mayor tiempo posible en un mundo paralelo.
Y vemos que la propuesta está funcionando maravillosamente bien. Crece el individualismo. Decaen las acciones sociales. Estamos ante las generaciones menos reivindicativas y más asentadas. Nadie habla de luchar. Están desaparecidos de la mayoría de las manifestaciones o reivindicaciones, salvo excepciones como el 8M. La receta tecnológica funciona. Funcionan las armas de distracción masiva. Crece el número de personas que ya no quieren saber nada de las noticias de cualquier informativo. Se conforman con el menú interesado que les selecciona su red favorita.
Todo está programado como una gran pantalla que distrae y oculta los problemas reales. Oculta sobre todo el mayor desafío que deberíamos estar enfrentando: la crisis climática. Será el mayor problema y el definitivo a lo largo de este siglo. Pero apenas aparece en las preocupaciones de las encuestas. Las armas de distracción masiva funcionan muy bien. Mientras tanto los grandes beneficiados de las crisis, los desastres y las guerras —bancos, petroleras, empresas de armamento y grandes empresas en general— continúan incrementando sus ganancias.
Estoy enamorado de las nuevas tecnologías y cada día las utilizo más. En música, fotografía, video, información…Pero también caigo en los desfiladeros de la atención secuestrada y de las horas perdidas. Así nos ha ocurrido desde siempre con cada nueva tecnología que ha llegado al mundo de los hombres. Desde que se fundió el primer bronce y a continuación la primera espada… cada tecnología ha engendrado sus propias catástrofes. Ahí seguimos y no parece que hayamos aprendido mucho en los últimos miles de años.
