Tenía poderes sobrenaturales y quizás los conserve aún, pero no pudo (o quizás no quiso) evitar lo inevitable: José Antonio García Arízaga falleció hace unos días, un 3 de diciembre, como Fernando Martín.
Incondicional adepto del Orfeón Donostiarra y de la Real Sociedad, fue un excelente tirador de copas y cuchillos, literalmente, en cualquier cena de Navidad. Nefasto jugador de mus, no podía ni ver la NBA. De hecho, ya desde hace tiempo, prefería ver atletismo o rugby, como yo, al propio baloncesto. Me tenía prohibido llamarle antes de las once de la mañana.
Trabajó (es un decir) en los medios y soportes más variopintos y hasta transmitió partidos de baloncesto en directo para TVE. Pero yo le seguía semanalmente en el Colectivo Zacarías de ‘Nuevo Basket’.
Aprovechó su amistad con Antonio Díaz-Miguel para convertirse en el agente dominador de los traspasos más importantes del baloncesto español y europeo. Por ejemplo, el de Drazen Petrovic. Mientras la Federación Yugoslava emitía un comunicado en el que justificaba la salida de Petrovic, contraviniendo la ley de aquel país, “por sus méritos en la Cibona, su entrega ejemplar en la selección y por la reputación de su nuevo club”, Arízaga tuvo los huevos de reconocer públicamente los sobornos necesarios para tumbar aquella ley. Corruptor confeso como, por ejemplo, Víctor de Aldama, y confeso militante de izquierdas. Quizás lo uno sea consustancial a lo otro.
Pero, sobre todo, Arízaga (o Arizaga, que diría Pedro Macía porque en euskera no hay tildes) fundó Plumillas, equipo en el que coincidí con una legión de periodistas (Lolo Saucedo, Luis de Benito, Pedro Macía, Rafa Alique…), otra de exjugadores (Wayne Brabender, José Beirán, Joe Llorente…) y hasta con seres humanos como Raúl Colorado, Alberto Mena o Jorge Pérez. Era un riesgo defraudarle y, quizás por ello, o porque a los árbitros los pagábamos nosotros, nunca perdíamos. Para eso tuvimos patrocinadores potentes como Winston, la ONCE o Adecco. Ellos no lo sabían, claro.
Ahora que ya nos han dejado huérfanos, quizás debamos hablar con Julio Miravalls y refundar Plumillas para perpetuar la obra de Arízaga y Macía en la tierra.
Hasta la vista, amigo.
