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Argüello

por David San Juan
25 de julio de 2025
en Tribuna
DAVID SAN JUAN
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Luis Mester

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Hace unos días, en los primeros de julio, saltó una noticia recogida por varios medios que ha pasado desapercibida para el gran público. El municipio catalán de Vic celebraba sus fiestas en torno a su patrón, san Miguel de los Santos, nacido en la localidad y del que se cumple este año el IV Centenario de su muerte, todo un acontecimiento local. Pues resulta que el tal Miguel murió en Valladolid. Por ello, el obispado de Vic había invitado a Luis Argüello, arzobispo de la ciudad castellana y presidente de la Conferencia Episcopal Española, a asistir a los actos religiosos y celebrar la misa conmemorativa. Todo razonable y amistoso. Pues no. Las comparsas del lugar y varios grupos políticos municipales (ERC, CUP, En Comú Podem) expresaron «de manera clara y contundente» su rechazo a la presencia de don Luis, emitiendo sendos comunicados cargados de crispación, achacando al interfecto todo tipo de pecados. El resultado: el obispado de Vic decidió cancelar los actos religiosos para evitar males mayores.

No voy a hablar de política (ni de singularidades fiscales y energéticas), sino de la lectura social que me merece el caso, que se las trae. Desde siempre, las fiestas religiosas han trascendido su ámbito originario y se convierten en acontecimientos populares: las fiestas son de todos y a todos se nos convoca. Cierto que antes el pueblo era mayoritariamente creyente y que ahora, secularizado, acepta como suyos fechas y personajes de la tradición cristiana y los festeja de otro modo. Esto está bien, es bueno, es un signo de los tiempos y del carácter integrador de la sociedad y de la Iglesia. Pero algunas veces, lo social, lo «civil», lo político, fagocitan el carácter religioso de las celebraciones o se imponen por la fuerza, como aquí ha sucedido. Y entonces, todo se polariza y se manipula hasta el punto de obligar a un obispado —organismo con atribuciones y jurisdicción propias— a cambiar sus planes y suspender los actos «católicos» que tenía programados.

Católicos, sí, y por ende abiertos. No hay que cansarse de explicar el significado de la palabra catolicidad, que la mayoría de la gente desconoce. Católico viene del griego khatolikós, que no tiene ninguna connotación religiosa y que simplemente significa universal. La Iglesia quiere ser universal; es decir, abierta, integradora, sin fronteras; esa es su aspiración. Visto así, todos los santos son católicos y muchos lo demostraron no sólo con sus méritos morales o espirituales, sino con los avatares de su vida. San Pedro, galileo, murió en Roma. San Antonio nació en Lisboa y murió en Padua. San Francisco Javier, navarrico, vio su último día en la China. San Pedro Claver, también catalán, marchó a las Indias y murió en la actual Colombia. San Miguel, natural de Vic, lo hizo en Valladolid, y nuestro San Alfonso Rodríguez, segoviano del barrio de El Salvador, entregó sus últimos 40 años en Mallorca en favor de los demás. Pues eso, santos católicos, universales, sin fronteras. Por cierto, que el bueno de San Miguel pasó más de la mitad de su corta vida fuera de Cataluña. Zaragoza, Navarra, Madrid, Alcalá de Henares, Sevilla, Salamanca, Baeza y Valladolid fueron los lugares en los que estudió y ejerció como religioso trinitario. Un españolazo del siglo XVII. Así es la historia.

No voy a hablar de política (ni de la compra-venta de amnistías), pero sí diré que los comunicados de las comparsas de Vic y de algunos de sus grupos municipales son para reflexionar muy seriamente sobre cómo hemos llegado hasta aquí. El municipio barcelonés, ciudad diversa y abierta, dicen ellos, «entiende sus fiestas como un espacio de encuentro e inclusión, libres de discursos de odio y excluyentes, por eso no tienen cabida figuras como Argüello. Que no nos ensucien la plaza». Literal, como lo leen: excluir basándose en el carácter inclusivo de un pueblo. Y apelando al odio ajeno. Entre otras razones de peso para vetar la presencia de don Luis, se esgrimen la de negar la identidad de los Països Catalans, estar callado respecto al derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y posicionarse contra la amnistía. ¡Toma ya! ¿Algo más? Sí, que el arzobispo de Valladolid es la ultraderecha disfrazada de sotana. Y con estos ponderados razonamientos, consiguieron su propósito. A base de argumentos. Bueno, y de coacciones. Porque los verdaderos motivos por los que el obispado de Vic decidió suspender los actos religiosos fueron las amenazas de escraches y disturbios «que podían poner en peligro la seguridad de las personas y del patrimonio cultural». Qué pena.

San Miguel de los Santos nació en Vic y murió en Valladolid. San Alfonso Rodríguez vio la luz en Segovia y falleció en Mallorca (Països Catalans). Santos contemporáneos entre sí, místicos ambos y con trayectorias en cierto modo paralelas que no procede ahora examinar. Hace 400 años murió el primero. En 2017, hace nada, celebramos el IV Centenario de la muerte de San Alfonso. Segovia se esforzó entonces por hacer de la efeméride un motivo de encuentro. Las diócesis de Segovia y Mallorca estrecharon lazos y se rindieron visitas recíprocas. En la misa que cerró un año de intensas actividades, fueron invitados y concelebraron sacerdotes jesuitas de toda España. Sin exclusiones, con naturalidad. Con catolicidad.

No voy a hablar de política (ni de la insolidaridad entre territorios) pero no me cabe duda de que Luis Argüello fue rechazado mucho más que por ser obispo, por ser de Valladolid. Así de triste. Lo de la sotana y demás palabrerío no es sino parte de la retórica habitual, activista y casposa, de los que manifiestan sin pudor su falta de capacidad para una convivencia plural y pacífica con los que no piensan como ellos.

Conociendo a don Luis, hombre sabio y prudente en lo eclesial y en lo político, hábil negociador, imagino que habrá aceptado con resignación los acontecimientos. Otras ocasiones habrá de demostrar la capacidad inclusiva y tolerante de la Iglesia en medio de la sociedad. Y la de los castellanos. De momento, y esto lo digo yo: con el país que somos, con el que podríamos llegar a ser, ¡qué pena! Qué pena todo.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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