Entramos en el mes de marzo con escenas gabarreras, en un paisaje aturdido por un clima inconsciente. Un febrero loco que se despide bisiesto sin marmota y con ganas de primavera adelantada, reduciendo a su antojo las previsiones en el uso de zamarras y pellizas, cercenando la tradición de nevadas y deshielos, desprovistos de calendario.
Es la Gabarrería la fiesta del corte leña que en unos días vendrá a recordarnos aquellas formas de ganarse la vida de antaño, homenajeando a los que en el monte se adentraban hace ya algunas décadas para sostenerlo y sostenerse sin más prerrogativas que las que le proporcionaba su propio trabajo y destreza, sin más garantía que la de procurar no perecer en la rutina, para abastecer un jornal necesario.
Un entorno maderero y espacio de pinares que ya aparecía en los registros históricos del municipio allá por el 1539, cuando Carlos I ratificaba que el pinar de La Garganta pertenecía al Concejo de El Espinar o cuando Felipe IV lo hipotecaba junto con Aguas Vertientes, la mitad de La Cepeda, Dehesa Mayor cerca del Portillo y Prados para conseguir el privilegio de Villa y su separación de la ciudad de Segovia en 1626.
Es la gabarrería un buen ejemplo de resiliencia, obligada adaptación a situaciones adversas, con el ímpetu, desafío y decisión que reside en los hombres del monte al trepar por sus pinos infinitos. Un monte resiliente que nos devuelve a los orígenes, para mirar, aunque sea de soslayo, y convertirnos en Gabarreros al menos una vez al año.
