Hace unas semanas pude asistir a la conferencia impartida por Ricardo Fernández sobre el Real de a Ocho en el contexto de la convención numismática en la Casa de la Moneda en Madrid. Ya saben que el granjeño es, a la vez, el ideólogo y creador del emocionante proyecto MUCAIN, el Museo de la Carrera de Indias, un recorrido virtual totalmente accesible que, además, se me antoja imprescindible para los curiosos, los amantes de la historia y sobre todo para aquellos que, conscientes de la Hispanidad y de su legado, pretendan obtener una visión más completa y comprensible de este presente, mediante un didáctico análisis del pasado.

Como les comentaba, la interesante charla impartida por el segoviano acerca del “Real de a Ocho” nos situó a todos los presentes en la verdadera dimensión del significado que tuvo aquella moneda para la Hispanidad, permitiéndonos visualizar cuál era su influencia territorial a lo largo y ancho del planeta, como el respaldo imprescindible para llevar a cabo algún tipo de transacción económica y comercial, convirtiéndose en la moneda de la primera globalización. Incluso los ingleses y holandeses tuvieron que ver cómo por sus territorios y negocios de ultramar circulaba “la plata española” con absoluta normalidad, haciendo gala de la leyenda “plus ultra” (más allá), como el lema acuñado que irónicamente dimensionaba la grandeza de su más directo rival… verán:
Comenzaba el último cuarto del siglo XVIII y nuestro Carlos III hacía mucho tiempo que corría por las 13 colonias británicas de Norteamérica, puesto de “perfil romano” y acuñado en plata de Zacatecas, cuando la Corona Inglesa estableció un desproporcionado arancel, gravando el té de los colonos y desatando el famoso motín de Boston. Algo que para muchos estadounidenses significó el inicio de la guerra. Recuerden que los ingleses, un par de siglos más tarde y por algún motivo, repetirían la misma o parecida jugada impositiva en la India con otro arancel, en este caso sobre “la sal”, que provocaría a su vez la marcha de protesta liderada por “Gandhi” y, tras ella, la desobediencia civil del pueblo hindú que también les condujo a la independencia. Cosas que provocan los impuestos cuando el pueblo se calienta.
El caso es que, regresando de nuevo a América, aquellos 13 pequeños estados del norte, unificados en primera instancia por su lucha contra Inglaterra, desde 1775 fueron recibiendo el apoyo de las Españas, y por mucho que la herencia cultural anglosajona prefiera enfocar dicha aportación externa, romantizando y dando mayor relevancia a la ayuda francesa, España también contribuyó a la independencia de los Estados Unidos. Primero con el envío de armas y otros pertrechos, finalmente, con tropas y marinería de forma directa y siempre con los Reales de a Ocho de las cecas de Hispanoamérica. Piensen que fue tal el arraigo del “Spanish dollar” en el nuevo territorio, porque así llamaron a la moneda, que todavía permanecería más de 70 años en curso legal después de que estos lograsen su independencia. Digamos que su permanencia fue todavía más longeva de lo que les quedaba de vigencia a los propios virreinatos españoles en América, ya que, una vez cambiaron las tornas, EEUU pasó a ser la nueva potencia y el foco de influencia para muchos de los países de reciente creación a raíz de sus respectivas guerras de independencia. Por lo tanto, no sería descabellado pensar que todavía correría algún Real de a Ocho por alguno de los bolsillos y talegas de quienes, en San Antonio, tomaron el Álamo, bajo el mando del general López de Santa Anna y también, entre los Travis, Bowie y Crockett, que se ocuparon de su dramática defensa durante la guerra de anexión de Texas.
Como también tendría su lógica el que la plata de gran pureza acuñada en las cecas, siguiera siendo muy codiciada por quienes adquirieron el poder después de aquellas “guerras civiles” entre españoles, que los llamados libertadores o padres de la patria habían justificado por los tributos arancelarios impuestos por los Borbones o los agravios con las condonaciones de deuda a los privilegiados y las consiguientes diferencias que esto generaba entre los propios ciudadanos. ¿Les suena? Me refiero a lo de los agravios. En fin. Daba igual lo que unos u otros pidieran; al final, la demanda común del pueblo era “una rebaja de impuestos” que aliviase toda esa carga insoportable. Y todo para que, una vez emancipados, se acentuasen las presiones fiscales en vez de las libertades, con nuevas vueltas de tuerca estableciéndose aranceles de todo tipo, incluso “por capitación”, o sea, por cabeza. Como si alguien pudiese legitimar, previo pago, la propia existencia. En cualquier caso, medidas que terminarán penalizando doblemente al eslabón más débil de la cadena, que es lo que siempre suele suceder con los aranceles, las guerras y las monedas.

