Juan Ayres, ingeniero de caminos de carrera con más de veinte años en obra civil, se vio empujado por la crisis de 2010 a reinventarse. Lo que empezó como una inquietud latente, alimentada en su infancia entre excursiones, museos y un entorno familiar humanista, se convirtió en Camino del Asombro, una iniciativa que busca activar monasterios como lugares vivos de memoria, contemplación y comunidad.
El recién abierto Monasterio de San Antonio el Real en Segovia no es solo el proyecto piloto de esa visión, sino la primera materialización de una apuesta por el patrimonio como brújula ética, espacio de integración social y laboratorio de silencio y conocimiento. En esta conversación, Ayres repasa su trayecto personal, los desafíos estructurales de la valorización cultural en España y el sentido profundo de recuperar la capacidad de asombro en una sociedad cada vez más ruidosa.
—Es ingeniero de profesión, ¿cómo alguien como usted dedicándose a la protección de patrimonio cultural?
—Hay muchos aspectos de la vida que marcan el devenir profesional más allá de los estudios universitarios. En mi caso, después de más de veinte años como Ingeniero de Caminos dedicado profesionalmente a la obra civil, fundamentalmente a la ejecución de carreteras, llega una crisis económica, la de 2010, que acaba de un plumazo con la línea vital y laboral previsible. Nos vemos obligados a liquidar una empresa constructora que habíamos arrancado desde cero y con cuarenta años toca imaginar y empezar un nuevo proyecto. Es ahí cuando sale a flote una inquietud que hasta entonces había permanecido latente, pero sin expectativas de ser nada más que una afición: el patrimonio cultural y natural. Provengo de un colegio con una larga tradición humanística, el Colegio Estudio, y mi padre, como uno de sus primeros alumnos, nos acostumbró a mis hermanos y a mí, desde muy pequeños, a mantener encendida la llama del asombro sobre todo aquello vinculado al arte y a la historia. Los sábados de mi infancia los recuerdo como una sucesión interminable de excursiones, museos, restaurantes, cines y teatros.
—”Camino del Asombro” es una asociación cuyo fin es “preservar, revitalizar y poner en valor el patrimonio intangible y material de los monasterios en España”. ¿Cómo nace esta iniciativa?
—La iniciativa surge de una manera totalmente casual y nuevamente vinculada al Colegio Estudio. En 2022, los compañeros de Colegio cumplimos 50 años y decidimos reunirnos nuevamente para retomar contactos que, en muchos casos, han estado a punto de perderse en el olvido. Es a partir de uno de ellos de donde surge la idea de crear la asociación. En una conversación con una de estas amistades que retornan del pasado, Alejandra Fontana, sale a colación la actividad que llevo varios años realizando desde la junta directiva de una asociación de defensa y salvaguarda del patrimonio, Hispania Nostra. Días más tarde nos citamos en una cafetería para explicarle los detalles de la función que llevo desarrollando en esa institución desde hace varios años. Las inquietudes de mi amiga sobre la manera en que puede ayudar a las comunidades monásticas con las que tiene contacto a través de sus frecuentes retiros espirituales se complementan perfectamente con un proyecto que tengo en mente desde hace años: la creación de una Red de Centros de Dinamización Territorial con sedes en inmuebles patrimoniales. El primer paso de nuestro Camino del Asombro está dado, porque ¿Qué mejor que los monasterios, verdaderos reductos del conocimiento y las artes durante la Edad Media, para ubicar las sedes de esa ideal Red?

—¿Qué actividades o intervenciones destacaría de entre las que ha realizado la asociación?
—Todavía es pronto para recapitular sobre las actividades o intervenciones acometidas. El proyecto está todavía dando sus primeros pasos. Por un lado, constituir el equipo gestor que ahora mismo presido me parece un logro tremendo, teniendo en cuenta que todos desarrollamos una actividad profesional propia que es necesario compaginar con la actividad de la asociación, al menos hasta la fecha. Desde la omnipresente secretaria, Jasna Popovic, hasta el arquitecto que nos está ayudando con los temas de sectorización y apertura al público de los monasterios, Héctor Aliaga, contamos con un elenco de profesionales que derrocha pasión y entrega. No pretendo hacer una relación exhaustiva de las personas comprometidas con el proyecto, cuyos nombres, por otro lado, pueden consultarse en nuestra web www.caminodelasombro.org. Basta un vistazo por encima para darse cuenta de que se trata de un equipo diverso, multidisciplinar y, en muchos de los casos, destacados dentro de su campo de actividad.
—Recientemente la Asociación Camino del Asombro que preside ha abierto al público el Monasterio de San Antonio el Real, en Segovia. ¿Qué significa para usted este proyecto?
—San Antonio el Real es, y será ya para siempre, el proyecto piloto de una idea que espero que arraigue en España: la puesta en valor del patrimonio cultural como elemento de integración social y de dinamización del territorio. Es la concreción de una filosofía y de un convencimiento personal. Sin embargo, San Antonio el Real no fue el primer candidato a convertirse en nuestro proyecto piloto, antes de decidirnos por él, visitamos varios monasterios cautivos del olvido por toda la geografía española. Bastó una primera visita para que el flechazo fuese instantáneo. SAR tenía que ser “nuestro” proyecto piloto, no solo por el abrumador patrimonio que contiene, sino también por la entrañable comunidad de Clarisas a quien pertenece. Para mí, el aspecto humano, el patrimonio inmaterial que constituyen de por sí estas mujeres y su entrega a la vida contemplativa constituyen, sin duda, mi gran descubrimiento a la hora de poner en marcha nuestro Camino del Asombro.
—¿Qué criterios han guiado la musealización y la puesta en valor del monasterio? ¿Qué espera que el visitante experimente al recorrerlo?
—Los criterios empleados son muy sencillos y resultado de los condicionamientos a que estamos sometidos como asociación de reciente creación: maximizar la experiencia de la inmersión en un monasterio con la menor inversión posible. Ello obedece a dos razones: por un lado, la limitada capacidad financiera disponible, ya que hoy en día solo contamos con el apoyo de la Junta de Castilla y León y de unos pocos socios y mecenas; y, por otro lado, preservar la autenticidad de las estancias, de la vida intramuros. Los monasterios son la casa de las distintas comunidades religiosas y así pretendemos darlos a conocer, mostrando la desconocida y desapercibida realidad de una vida contemplativa difícilmente concebible en la sociedad del siglo XXI.
—¿Cuál es hoy el principal reto que enfrenta el patrimonio histórico y cultural en España?
—Sin duda, el reconocimiento social. A diferencia del papel que el patrimonio cultural y natural desempeña en otros países de nuestro entorno, en España existe una dicotomía entre cultura y patrimonio que impide el reconocimiento de este último como lo que realmente es: nuestra memoria. Apoyar la cultura en España se reduce, con carácter general, a apoyar las artes escénicas y su entorno próximo y sorprendentemente ese entorno no abarca a nuestro patrimonio histórico y natural. Mientras que en países como Italia se prima la recuperación de espacios históricos para su uso vinculado a representaciones artísticas, en España se desechan las “ruinas” en favor de la construcción de nuevos y pretenciosos espacios sin alma propia. Como en su día manifestó Alejandro Amenábar con motivo de la presentación de su serie referente al expolio del Odyssey, “el petróleo de España es su cultura”. No me cabe duda de que esa cultura a que se refería el director de cine incluía como parte inseparable nuestro patrimonio cultural y natural. El principal reto consiste en darse cuenta de ello.
—¿Cómo valora la relación entre ciudadanía y patrimonio? ¿Percibe un interés creciente o cierto abandono?
—Imagino que se refiere al caso de nuestro país. Basta, para responder a esta pregunta, con facilitar un par de cifras. En España la asociación que aglutina a todas las asociaciones preocupadas por la salvaguarda del patrimonio es Hispania Nostra. Cuenta aproximadamente con 1.000 socios. Su equivalente en Reino Unido es National Trust. Con una cuota anual voluntaria para ser socio totalmente análoga, el número de asociados es de aproximadamente 5.000.000. Nada más que decir. Podría darle el número de socios de Camino del Asombro a día de hoy, pero solo valdría para entristecerse todavía más sobre el poco interés que despierta el patrimonio por estos lares.
—¿Qué papel deberían jugar las instituciones públicas y la sociedad civil en la preservación del patrimonio?
—Partiendo de las cifras anteriores, es fácil deducir las diferencias de presupuesto con que contamos en España. Para dedicarse a la salvaguarda o a la puesta en valor del patrimonio es casi una obligación el estar loco. Es un pensamiento un tanto iluso el convencimiento de que el Estado va a velar por nuestro patrimonio si ni siquiera la sociedad civil está convencida de su “utilidad”. Esta utilidad fue ya indirectamente analizada a mediados del siglo pasado por el psicólogo norteamericano Abraham Maslow, que ubicó en una pirámide las necesidades humanas en cinco niveles en función de su importancia para el desarrollo de la vida de los individuos. La cultura (y el patrimonio) se ubicaban por aquel entonces próximos a la cúspide y, por tanto, lejanos a las necesidades básicas. Quizás en el siglo XXI, puestos en manos de una inteligencia artificial que anuncia tiempos de bonanza en los que las necesidades básicas estarán cubiertas para todos, sea el momento de recuperar esa pirámide y reconsiderar la necesidad de poner cultura en nuestras vidas.

—¿Qué mensaje le gustaría que interiorizase un joven que hoy visita un monasterio?
—El valor del silencio. Puede parecer un mensaje muy básico, pero a mí me parece fundamental. Vivimos unos tiempos donde el “ruido” amenaza con acabar con el valor de lo individual, de lo auténtico. Son tiempos de alienación comunicativa y de comportamiento social. El Camino del Asombro es un camino que parte del SILENCIO para llegar a la LIBERTAD, pasando por la CONTEMPLACIÓN y el CONOCIMIENTO. Animo a que se siga ese camino, se interiorice y se haga con PASIÓN. El objetivo de todo este recorrido es el de recuperar la capacidad de asombro infinita con la que nacemos y que, con el paso de los años, vamos perdiendo aturdidos por el ruido de nuestro entorno.
—En un momento de crisis ecológica y cultural, ¿qué puede ofrecer el patrimonio como brújula ética o simbólica?
—¿Se puede vivir sin memoria? Tampoco sin patrimonio. La vida debe llenarse de experiencias, no de bienes materiales. Hay cosas que no tienen precio, y el patrimonio es una de ellas. Un solo matiz: aclarar que “no tiene precio” a la hora de poseerlo, sí a la hora de apoyar en su conservación y mantenimiento. Camino del asombro ha desarrollado a este respecto la posibilidad de apoyar al patrimonio de una manera habitualmente empleada para otros menesteres, el micromecenazgo, permitiendo apadrinar de manera imaginativa a través de un mapeado celeste del gemelo digital y por importes a la medida de todos los bolsillos las estrellas de los magníficos artesonados de San Antonio el Real. Nunca dejar tu nombre vinculado a una estrella para la posteridad ha sido más fácil (www.caminodelasombro.org/apadrina). Esta posibilidad de pertenencia a/de un elemento patrimonial pudiera ser el primer paso para despertar las conciencias y un deseo de conocer más sobre la historia de lo que nos rodea y nos conforma tal y como somos.
—¿Cuál es el mayor acto de esperanza que ve hoy en el ámbito del patrimonio y la cultura?
—Que sigan existiendo locos convencidos de dedicar su tiempo a salvaguardarlo. En unos tiempos en donde lo artificial parece ser la panacea, que haya gente que se atreva a nadar contracorriente me hace mantener la esperanza. Cuando me incorporé a la junta directiva de Hispania Nostra allá por el año 2015, era el más joven de la junta directiva. Por aquel entonces tenía cuarenta y tres años. Posteriormente abandoné esta asociación para constituir Camino del Asombro. Diez años más tarde, a mis cincuenta y tres años no solo no soy el más joven de esta nueva asociación, sino que me encuentro en el segmento alto de edad con varios integrantes del equipo que rondan la treintena. Esperanzador.
—¿Qué rincón olvidado de España le gustaría que todo el mundo conociera?
—Siempre he pensado que España tiene infinidad de sitios olvidados merecedores de ser conocidos. Durante mis años de jefe de obra por toda España, recorriendo sus carreteras y durmiendo en sitios de la España menos turística, he podido descubrir sitios verdaderamente inolvidables. Así, a bote pronto, me vienen a la mente algunos cercanos a las obras en las que he tomado parte: San Baudelio en Berlanga de Duero, el Salto de Poveda en el Parque Natural del Alto Tajo, Cabo Ortegal en Cariño… y, por supuesto, no puedo olvidarme de San Antonio el Real, un auténtico viaje al siglo XV en mitad de una ciudad tan hipnótica como Segovia…
Sobre los lugares icónicos y los lugares olvidados de España empecé, hace años, a trabajar en otro proyecto, con la ayuda de Jasna, que hablaba de un turismo de descubrimientos accidentales y de estatuas desperdigadas por España que podían aprovecharse para narrar a los viajeros que se les acercasen relatos sorprendentes… pero todo eso es otra historia que quizás algún día llegue a ser contada. Ojalá.
