Esto es lo que, anualmente, trata de recordarnos el infatigable Paco del Caño con “su” Tren de las Emociones. El traqueteo de aquellas férreas máquinas de vapor, alimentadas por carbón, algunas modestas de pequeño tamaño y otras, casi el doble que éstas, con su aspecto orgulloso de su potencia. Pero, eso sí, unas y otras necesitadas del carbón para sus calderas, constantemente vigiladas por el fogonero, y asimismo del agua que precisaban “recargar” en diversas estaciones. Por entonces fue cuando el ingenio español, tan presto al humor, contaba que la máquina pequeña, por su menor potencia, tenía dificultad para subir algún repecho, y el revisor pasaba por los vagones avisando: “Viajeros de primera, sigan en sus asientos; viajeros de segunda, bajen y sigan a pie un trecho; viajeros de tercera, bajen y empujen…”.
Y el tren seguía la marcha entre las estaciones de Segovia y Madrid (o Segovia-Medina) sin transbordos, deteniéndose en todas, en cuyos andenes siempre había paseantes que esperaban saludar a algún amigo viajero o la llegada del vagón-correo por si alguna carta o paquete se tenía que recoger.
Bien; todo esto es lo que pretende Paco, recordarnos; porque lo cierto es que es muy bueno conservar nuestra historia, con sus bondades y sus desgracias, para tratar de olvidar (¡cosa imposible!) lo que está ocurriendo hoy, políticamente, en nuestra vapuleada España.
El tren de vapor ha sido testimonio vivo, durante muchos años, recogido en revistas, periódicos e incluso libros, de los que hay un buen número que conservan historia y episodios de los viajeros, de toda clase social, que tuvimos que utilizar estos trenes, porque el transporte por carretera era mucho menos frecuente y a veces más lento…y no digamos el aéreo.
Todo esto se traducía en que las distancias entre las numerosas estaciones se convertían en períodos largos, durante los que, incluso por esa distancia, estaba la oportunidad de poder almorzar en los restaurantes que funcionaban en algunas estaciones, entre ellos, aunque modesto, en la nuestra vieja, pero no por eso deja de ser histórica con las citadas líneas a Madrid y Medina del Campo. También, claro es, se podía echar mano de la comida que figurase en la cesta de turno y dar unos buenos bocados mientras el tren, “insensible al tema”, seguía su marcha. Y siempre había dueños o dueñas de las cestas que ofrecían a los viajeros acompañantes en el vagón (generalmente en el del modesto tercera), mientras por el pasillo pasaba algún vendedor ofreciendo supones para un sorteo.
El Tren de las Emociones, como digo, trata de recordar un poco todos estos hechos, por lo que el nutrido grupo de segovianos que se apresta cada año a tomar su billete de ida y vuelta Segovia-Estación de El Espinar, aprovechan también la ocasión para vestir trajes “de ayer”, y homenajear a ferroviarios jubilados de los que conocieron todo esto como parte viva, arropados por el correspondiente cariño de viajeros y animados por el pregonero y refrescamemorias, con su correspondiente gorra de factor, que este año ha tenido como vocero, en verso, al folclorista, y siempre sonriente, Feliciano Ituero.
Bien, hay que terminar el escrito, pero me parece obligado recordar, aunque ya lo hice en otros comentarios, a dos trenes que eran “muy segovianos” y que valían para recoger a los últimos paisanos que quedaban por la noche en Madrid y traerles a sus casas; eran el “correo” Madrid-Santander, que sobre las doce de la noche llegaba Segovia, y el último, el expreso Madrid-Vigo, diríamos el “coche escoba”. Y por el casco antiguo se comentaba si iba a llover, según el sonido del pitido de la locomotora.
Y ya, amigos lectores, a esta hora tan intempestiva de una nueva madrugada, nos aprestamos a tratar de conciliar el que sea reparador sueño.
