Se me podrá decir que debería haber añadido también “y maestras”. Pero ¿quién soy yo para torturar la hermosa lengua castellana utilizando una regla política que no gramática? (1)
Es el caso que acudimos recientemente a San Cristóbal, de Segovia, ahora y de Palazuelos, hace años, una de mis hijas y yo para un asunto que le competía. Fue breve la cosa y como teníamos tiempo, decidimos dar un paseo por el centro y recordar algo de un pasado que se remontaba en sus orígenes y parecía mentira, a varias décadas atrás.
Lo primero que se nos vino encima fueron las antiguas casas de los maestros. Las escuelas habían sido derribadas para construir una edificación municipal en parte de su espacio. Pero sí quedaban las dos viviendas de los maestros que identificamos como de don Luis y doña Primi, que fueron quienes las ocuparon cuando se inauguraron en 1958.
¿Viviría alguien en ellas ahora? Aparto, por lo que a mí respecta de mi memoria, numerosas imágenes que pugnan por reproducirse en repentino aluvión. Y, después de unos momentos no exentos de emoción, nuestros pasos nos llevaron en busca de la gran casona balconada con puerta en arco de medio punto que conforma la Plaza Mayor.
Aquí también vivían los maestros de San Cristóbal en tiempos aún anteriores. Y aquí me trajo un día mi novia para que conociera a sus padres. ¿Se me creerá si digo que iba temblando? Aunque, luego, no fue para tanto.
La verdad es que apenas vine un par de veces porque la inauguración de las referidas casas se realizaría poco después. Y, a partir de entonces, las numerosas visitas y los principales acontecimientos tendrían lugar en ellas.
No quise, tampoco, detenerme demasiado ante esta venerable edificación porque muy cerca debería hallarse la ermita de San Antonio de Padua que ejerció de parroquia hasta que en 1962 se inauguró la nueva iglesia. Pero no la encontrábamos. Y tuvimos que recurrir a un vecino que levantaba un murete de piedra que muy amablemente nos orientó. “No la ven, nos dijo, porque está de perfil, mírenla allí”
Pero seguíamos sin verla y abandonó su ocupación para indicarnos, unos pasos más adelante, la espadaña identificadora. Y no solo eso, sino que nos dio certeras explicaciones sobre las obras que se habían realizado en el edificio.
Ante tanta amabilidad, le confesé que allí me había casado en 1960. Y le pregunté ¿Le suena don Luís? Y con estas o parecidas palabras me respondió: “Personalmente no, pero fue UNA INSTITUCIÓN”. Me quedé en blanco.
Cuando nuevamente pude reaccionar me asaltó la duda de cómo después de tanto tiempo, seis, siete decenios, aun podría recordarse a don Luis Carrero como una institución en San Cristóbal, ahora de Segovia.
Más, dejando dudas aparte, nos presentamos a nuestro amable comunicante como nieta y yerno, con el añadido de que mi boda se había celebrado en aquella ermita en 1960 que, por entonces, ya he dicho, ejercía de parroquia.
En este punto, mi hija añadió que su hermana Ana que había nacido en San Cristóbal, fue el primer bebé bautizado en la nueva iglesia ya en 1962. Por mi parte, añadí que siendo entonces San Cristóbal de Palazuelos, tuve que acudir el registro Civil de este municipio para su oportuna inscripción.
No quisimos importunar más a nuestro amable interlocutor y nos despedimos agradecidos. Hicimos un breve recorrido por aquellas plazas y calles que, con distinta, configuración, conocimos en otros tiempos.
Más, el hecho de que para aquel vecino de San Crisóbal don Luis fuera UNA INSTITUCIÓN, fue motivo de que en mi mente brotara la idea de recapitular algo sobre el asunto. Y de inmediato me vino el nombre del maestro Martín Chico, con una calle en San Lorenzo. O, también Doña Tomasita, con la calle Tomasa de la Iglesia en Larrucea… ¡Uf, que barullo!. Había que dejar que la coctelera se aplacara y tomar todo esto con un mayor sosiego.
Represaliado por unos y otros debido a “graves delitos” que hoy darían risa como poner o quitar una imagen o sacar o doblar una bandera, obedeciendo órdenes, llegó desde Burgos la familia Carrero y se instaló en San Cristóbal, estando ya las aguas sosegadas.
La principal razón era estar cerca de un instituto y una escuela de magisterio. Este pueblo se hallaba a cuatro kilómetros y se podía acceder andando. Los estudios de la prole quedaban, pues, asegurados, a pesar de las ventiscas, las nevadas, las sinuosidades de la Cuesta de la Barga e incluso, la falta de luz.
Pero esta familia traía la experiencia burgalesa de escuelas por caminos abiertos en la nieve caída en espesas capas de hasta un metro y con el acecho de alimañas. Y se acopló bien a una situación ventajosa respecto a otras anteriores, en plena guerra.
Algo tenía oído de que don Luis venía revestido de una gran bondad. Y que se empleó a fondo para lograr que aquellos niños de familias sin recursos económicos, estudiaran valiendo para ello.
Tal vez me lea alguno y les felicito tanto por su suerte como por su valía. Y estoy seguro de que a no pocos lectores les vendrán a su memoria nombres de maestros ejemplares dignos del mejor recuerdo.
Ya replegábamos velas cundo topamos con una fachada en la que se había pintado una cuerda con ropa colgada. Abajo, en el suelo, un canalillo de piedra representaba a la cacera. Era este un modesto homenaje a las mujeres de San Cristóbal que lavaban la ropa en la cacera.
Tenían que hacerlo de madrugando y antes de que el ganado pateara el agua que también servía para beber.
En los crudos inviernos segovianos resultaba frecuente que el agua se helara y que las lavanderas tuvieran que romper el hielo para poder lavar la ropa.
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(1) La RAE ha respondido de forma tajante al recurrente uso del lenguaje inclusivo. De lo que me he enterado después de escribir este artículo.
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Carlos Arnanz Ruiz
Académico Honorario de San Quirce
