La lluvia dio poca tregua el sábado y ayer unas feas nubes negruzcas tampoco invitaban precisamente a “bajar” a San Lorenzo para recorrer el Mercado del Arrabal, que por tercer año consecutivo ha cobrado vida en la plaza y la calle del Puente, un evento organizado por la asociación de vecinos con la colaboración del Ayuntamiento y otras entidades.
Los comentarios de los artesanos han sido muy negativos, en general, por el reducido número de visitantes, comparado con otras ediciones, y también, en parte, por que quienes han bajado al mercado no han hecho mucho gasto.
“A ver si por lo menos cubrimos costes”, decía una joyera, mientras otros hablaban ayer al mediodía de auténtico fracaso de la convocatoria debido al mal tiempo, a falta de las horas de la tarde, en las que la lluvia, que apareció esporádicamente, por lo menos permitió que se realizaran las actividades programadas.
Lo cierto es que este mercado medieval parece consolidarse y la belleza del lugar en el que se celebra lo realza y contribuye a su atractivo, aunque algunos de los participantes muestran extrañeza porque los visitantes, o al menos los vecinos del barrio, no muestren interés por vestirse también a la “moda” medieval.
La oferta ha sido muy variada, con casi un centenar de actividades artesanales. Quienes recorrieron este tercer Mercado del Arrabal el pasado fin de semana pudieron sentirse protagonistas de un viaje al pasado.
Cómo si no explicar la presencia en sus tiendas de ‘Raíz del traidor’, también llamada ‘Raíz del ahorcado’, o de gigantescos quesos de dehesa, joyas de vidrio soplado en vivo por un hábil artesano, perfumes y aceites de esencias que no salen en los anuncios de la televisión, pimentón de la Vera, morcillas patateras de Extremadura, enormes hogazas de pan gallego, amuletos (brujas gallegas, búhos de la suerte, etc.) o juguetes como los que vendía Toñi, una granadina afincada en Alcalá de Henares, donde sus compañeros elaboran a mano ranas y grillos de madera que cobran vida y croan o grillan al frotar sus lomos con varillas de madera.
Las tabernas, cinco este año, han estado poco concurridas, aunque también en este caso había oferta para todos los gustos, desde pan pizza a crepes dulces y salados, pulpo, chorizo criollo, churrasco de cerdo, etc.
Un lucense, Manolo, es el propietario de la taberna gallega del mercado que además de suculentos manjares ofrecía vinos de su tierra: Albariño y Ribeiro. Dice que lleva treinta años recorriendo la península, e incluso las islas y, aunque reconoce que esta vida nómada tiene su parte dura, “es acostumbrarse, vas de un sitio a otro y conoces gente de otros lugares”, explica.
Por su puesto, el mercado no es un ejercicio de añoranza. No reniega de la modernidad. En las tabernas hay caipiriñas y la omnipresente cocacola y, por ejemplo, el Horno Gallego está bien provisto de refrigerador donde guardar las hogazas y el resto de productos que se elaboran en Santiago de Compostela y se mantienen en perfectas condiciones entre seis y siete días, según sus responsables.
En una de las tabernas estaba ayer Rosa con familiares y amigos. “Hemos venido a dar una vuelta, a tomar algo y los niños han disfrutado de los juegos”. Junto a la iglesia de San Lorenzo distintas actividades tradicionales sirvieron de distracción a los más pequeños. A un público familiar iban también destinadas otras atracciones de calle: Los alegres tarados del ritmo, los duendes, pasacalles, cuentos, come piedras, Barbosa el ogro, espectáculos de fuego y hasta un dragón.
