No hay partido que se dispute sin que haya alguien en la grada que aplauda una buena acción técnica, un gol o una canasta. Normalmente el espectador suele expresar sus emociones con voces de ánimo, lo que en muchas ocasiones provoca la respuesta mimética de los que están a su alrededor.
Lo más habitual es que estas actuaciones se produzcan de manera espontánea e individual, aunque también se producen de manera premeditada y organizada, con un gran repertorio de estrategias para provocar un ambiente más animado, tales como usar banderas, pancartas o tocar instrumentos musicales.
Muchos clubes se sienten felices cuando se crean estos grupos organizados de animación, aunque las razones que los lleva a sus integrantes pueden ser de lo más variopintas. En unas ocasiones es por sus sentimientos emocionales hacia unos colores y una historia, en otras simplemente para aprovechar la ocasión y poder sacar toda su tensión del día a día. Por esta razón, no se pueden confundir los objetivos del hecho de animar, pues si lo que se quiere es transmitir energía a los jugadores y al resto de espectadores a veces se aprovecha para generar violencia, tanto verbal como física.
Ver las gradas del pabellón con una charanga aupando a los jugadores del CD Base o del CB Nava es muy agradable y emocionante. También lo es cuando se escucha el soniquete incesante de los cánticos de los ‘Segovirras’ en La Albuera. Pero lo que en un principio para estos seguidores comprometidos y apasionados son momentos para vivir su sentimiento de pertenencia, en otros la pasión puede a la razón y aparecen conductas agresivas.
Aprovechar un partido para insultar al rival, al árbitro, a la afición visitante; en general, al otro, ya no es animar; y tanto las directivas como el resto de los aficionados deberían afear estos comportamientos.