Tratar con números es tarea harto complicada si no se profundiza en ellos. Puede el observador quedarse en lo que representan sin escudriñar los motivos que se esconden bajo los fríos datos. Algo de esto ocurre a la hora de enfrentarse a las previsiones que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha realizado sobre España para el 2020 y 2021. Como el informe amplía la predicción a otras economías, algunos ratios llaman más la atención. La cifra más preocupante y la que más nos distancia de otros países es la que se refiere al paro. Según las previsiones, el desempleo subirá en España hasta el 21% después de seis años de continuas bajadas y tras situarse en los inicios del 2020 en el 14%. No obstante, esos números, aun siendo duros, se alejan del peor escenario dibujado por algunos economistas, que anticipan que el paro nacional podía rozar el 25% a finales de ejercicio, a punto de alcanzar el fatídico récord del 26% del 2013.
Sobre el desempleo se suele hablar a veces con cierta frivolidad, y las recetas mágicas pululan con demasiada alegría. En el PIB español tiene un peso específico el sector servicios. Por lo tanto, la temporalidad es la nota predominante en la contratación laboral. Cuando la economía deja de crecer, los primeros que se ven afectados son esos contratos, que van directamente a las colas del Servicio Estatal de Empleo. Es cierto que en la cuestión también interfieren otras variables, como la economía sumergida o la falta de cualificación de un personal que encuentra con dificultad su acomodo en un sector diferente. Sobre todo si el otro pujante, la construcción, también experimenta un detraimiento. Es la estructura económica de nuestro país. Hay economistas que en las últimas semanas han propuesto que en los nuevos pactos de Estado –si es que se acuerdan- se incluya una política de polos de desarrollo industrial, a imagen de la que en los años 60 del pasado siglo ejecutaron López Rodó y Fabián Estapé, antes que crear un Ingreso Vital Mínimo permanente. Creo que puede ser compatible una medida y otra siempre que el IVM no actúe como incentivo para el absentismo laboral.
La otra conclusión que se desprende del informe del FMI es que la depresión que se avecina es mundial, aunque no tenga la hondura de la que aconteció entre 1929 y 1933, ni sea tan larga en el tiempo. España decrecerá un 8%, pero con un repunte al alza en el 2021 del 4,3%. El resto de países de la UE roza esas tasas, incluso los centroeuropeos. Y lo mismo ocurre en lo que se refiere al ascenso del nivel de endeudamiento de las diferentes economías. Si la crisis afecta a todos, lo más lógico es que se salga de ella con políticas de todos. Hay una diferencia con respecto al 2008: ahora existe un Banco Central Europeo marcado por las directrices de Mario Draghi, su buen presidente anterior, un MEDE, un fondo de rescate y un sistema financiero más sólido. Y un lunar que en España es clamoroso: la falta de instrumentos financieros para la capitalización de empresas: capital-riesgo, préstamos participativos… e incluso más permisividad para que las administraciones locales y provinciales participen en el capital de las sociedades. Muchas empresas españolas adolecen de solvencia, o los ratios son débiles, lo que obstaculiza la obtención de financiación externa. Es lacerante que pymes segovianas estén teniendo dificultades para ser beneficiarias de créditos avalados, y se esgrima esta causa, cuando la falta de liquidez las aboca a la pérdida sucesiva de solvencia o directamente a la quiebra, con su incidencia en el conjunto del tejido productivo y en los índices de paro. Una pescadilla que se muerde la cola.
