Las cifras del subsector Turismo en España eran apabullantes antes de la maldita pandemia (las que cito van referidas al ejercicio del 2018). Su aportación al PIB se situó en dicha fecha en el 15%, con 191.000 millones de euros de contribución a la riqueza nacional, tres veces más, por ejemplo, que el subsector de la automoción. Son datos de la prestigiosa World Travel and Tourism Council. Aporta además un valor añadido a la economía española, que lidera el ranking mundial de competitividad turística, según el Foro Económico Mundial. Quien tenga el placer de viajar por Europa y compare establecimientos hoteleros habrá experimentado en persona lo que le estoy diciendo; y conocerá de primera mano la diferencia entre un tres estrellas español y uno francés. En servicio y en calidad de dotaciones.
Por todo ello, sorprende la actitud del Gobierno español hacia este sector en la gestión de la epidemia. No cuestiono las medidas sanitarias, que no tengo licencia en la materia, sino la repercusión económica de alguna de sus iniciativas y de sus manifestaciones. Que un ministro, como el de Consumo, se sume a la fobia antisistema y diga que el turismo “es un sector de bajo valor añadido, con una actividad estacional y precaria”, no solo supone un desprecio a los empresarios y trabajadores del ámbito productivo con mayor repercusión en la economía nacional, sino también un desconocimiento del alcance de sus palabras en unos momentos tan delicados. Para intentar comprender tanto galimatías fóbico les recomiendo la lectura de uno de sus libros: “Por qué soy comunista”, de editorial Península. Escrito en el 17. De este siglo, puntualizo.
Un efecto distinto, pero igual de pernicioso: el disuasorio, ha tenido la decisión del Ejecutivo de imponer una cuarentena de 14 días en el hotel de destino a los foráneos que arriben a España. Y no tanto por su incidencia actual, pues la medida dura hasta el 30 de junio, sino por el mensaje que se lanza al mercado en un momento en que la demanda está ganada por la incertidumbre y la indecisión. Contrasta esta actitud con el plan francés para el rescate del turismo valorado en 18.000 millones de euros -1.300 de los cuales son inversión pública directa-, en un país en donde el sector supone el 8% del PIB, o el crédito vacacional italiano, con un importe que llega hasta los 500 euros por familia, que puede usarse entre el 1 de agosto y el 31 de diciembre. En Italia el turismo copa el 13% del PIB. En ambos casos, menos que en España.
En la ciudad de Segovia el turismo ha estado creciendo de manera progresiva y constante en los últimos años. Fueron muy acertados los sucesivos planes de excelencia; a los dos pilares: monumentos y gastronomía, se unieron la tercera pata centrada en el paisaje y el valor de la mirada como experiencia, y la cuarta en eventos: festivales y congresos, todavía con mucho potencial. Las pernoctaciones, aunque han crecido, sigue siendo bajas con respecto a la media española (1,78 noches frente a 3,25), lo cual es lógico si nos atenemos a la cercanía de Madrid. No se computan en estas cifras a los estudiantes de la IE University, de cuantiosa relevancia en la ciudad. Nuestra mayor endeblez estriba en la corta duración de la estancia y en su estacionalidad. Pero cualquier éxito reside en convertir la debilidad en oportunidad; se debe así aprovechar la vecindad madrileña para fidelizar a otros segmentos, como el asiático, con significativo aumento en el número de visitantes aunque todavía no en el gasto. Ahora todo ha sufrido un parón, que es posible tarde en desaparecer. Cuanto más potente sea el turismo en España, mayor oportunidad para Segovia. Hay que emplazar en la tarea a todos. Empezando por el Gobierno.
