El reconocimiento al Hay Festival con el premio “Princesa de Asturias” supone una reafirmación de la posición de Segovia como receptora de foros y eventos a escala nacional e internacional. Y del papel que poseen las pequeñas ciudades en un mundo que se dice globalizado pero con tendencia al urbanismo centrípeto en grandes polis. Pocos lugares poseen una geografía urbana, una riqueza patrimonial y un acerbo gastronómico como la capital castellana.
La cercanía a Madrid y las buenas comunicaciones terrestres y viarias suponen una renta de situación que complementa las fortalezas apuntadas con anterioridad y la sitúan como una de las ciudades —y de las provincias— más idóneas para la celebración de simposios. La existencia de lugares como La Granja, con gran tradición histórica en la acogida de congresos no tiene que suponer ninguna pugna sino un complemento idóneo que fije a toda la provincia como mercado de destino en este sector.
Durante la pandemia ha sido reseñable el grado de coordinación existente entre las administraciones local, provincial y autonómica para afrontar la crisis sanitaria y las consecuencias derivadas de ellas. Ayer mismo, la Federación Empresarial Segoviana urgió al Diálogo —con D mayúscula— social e institucional “como instrumento catalizador y unificador de intereses que contribuya a la mejora económica y social”. No tiene que ser difícil una entente que involucre también a los empresarios en la búsqueda de un lugar en donde levantar definitivamente un Palacio de Congresos. El turismo segoviano adolece de pernoctaciones si se compara con la media regional y española: 1,76 noches de media frente a las 3,25 de la media nacional. El Turismo de Congresos generó en España 6.000 millones de euros, según datos de Exceltur del 2017. Es más significativo, no obstante, el crecimiento experimentado desde el 2013, un 63%, cifra que habla por sí sola de su potencial. Hay que tener en cuenta, asimismo, la tipología económica media del turista MICE (Meetings, Incentives, Conventions and Exhibitions), que le permite un gasto diario superior al turista de sol y playa: 208 frente a 146 euros.
Puede resultar aventurado lanzar este mensaje cuando todavía vivimos bajo la psicosis de las restricciones impuestas por la maldita pandemia en lo referente a desplazamientos y reuniones. Pero no es de esperar que esta situación sea permanente, y entonces aflorarán los destinos mejor preparados para la vuelta a la normalidad.
La desconfianza en la alta densidad poblacional y en los medios de transporte masivo va a suponer una oportunidad para las ciudades con menor dimensión que sin embargo sean capaces de ofrecer una atención personalizada y de calidad. Las megaciudades que hasta hace poco eran las dominadoras del mundo como fuente de generación de riqueza, “motor de crecimiento económico, la innovación, la industria, los servicios, la demanda y la producción” (Richard Holt, director de Investigación de Ciudades Globales de la Oxford Economics) parece que desaparecerán como proyecto idóneo de planificación urbanística. Es el momento de ciudades pequeñas y medias, equidistantes de los distintos mercados de origen, con buena oferta de servicios, con unos recursos naturales y patrimoniales atractivos y con suficiente dotación de infraestructuras. Y en ese dibujo emerge Segovia. Es hora de fijar las líneas estratégicas para la ciudad del futuro, un proyecto inclusivo en el que deben intervenir todos los actores que conforman la oferta y la imagen de un lugar. Posiblemente, dentro de un tiempo el coronavirus supondrá un mal sueño, pero hoy nos da la oportunidad de repensar el diseño del espacio de convivencia propia y de foráneos que como ciudad se pretende.
