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Ángel González Pieras – Galdós y El Torreón de Rueda

por Redacción
28 de enero de 2020
en Opinion, Tribuna
ÁNGEL GONZÁLEZ PIERAS
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Segovia tiene un lugar tan pintoresco como atractivo. Raro es el día que piso la ciudad que no me encamine hacia este templo del gusto, de la afabilidad y del buen hacer que es la librería anticuaria “El Torreón de Rueda”. Durante años César ha velado el buen nombre de Antonio Machado en el anejo de la pensión en la que vivió el poeta. Antes, había iniciado sus pasos en el comercio de los “libros de viejo” –qué denominación más bella- en el emblemático lugar del que toma el nombre su actual establecimiento. Es una delicia, para quienes disfrutamos con el olor del papel enclaustrado en la edición de un libro antiguo, pasear entre sus anaqueles, repletos de viejas glorias, fuente de gozo para los que pensamos que la lectura es uno de los más inmensos placeres que nos han legado los dioses, una especie de orgasmo intelectual en el que el lector se enfrenta a sí mismo en un solipsismo que aúna el conocimiento y el disfrute en un sencillo acto. Para aligerar, darle chispa o simplemente acompañar golosamente el paseo, Fernando, el hijo de César, ofrece al visitante unas perlitas de jengibre confitado que a mí me saben a gloria.

Las compra en otro templo del buen hacer segoviano como es “La frutería de Hilario”.

El otro día adquirí en el Torreón una sencilla edición de “Misericordia”, cuyo precio creo recordar que ascendió a cinco euros. Difícilmente se puede encontrar hoy en el mercado de píldoras de la felicidad mayor dosis de placer a tan escaso coste. “Misericordia”, como otras obras de Galdós –y cito mis preferidas: “Fortunata y Jacinta”, ”Miau”, “Tormento”, “El amigo Manso” y algunas páginas, memorables, de sus episodios nacionales- es una de las creaciones redondas de este autor de vida compleja, a ratos olvidado a ratos desdeñado, del que se han cumplido hace unos días los cien años de su muerte. Como buen krausista, Galdós se preocupa más de fotografiar los distintos comportamientos humanos, incluso de simpatizar con sus protagonistas, que de intentar que una moral particular se convierta en patrón de comportamiento colectivo, algo tan al uso hoy en día. Quién le iba a decir al escritor que los vicios clericales de su época iban a ser asumidos cien años después por esas nuevas iglesias laicas que hoy proclaman su doctrina por doquier.

Otros dogmáticos, estos de los sesenta y setenta, pretendidamente intelectuales y seguidores del sátrapa Sartre, tildaron a Galdós de pequeño burgués con tinte progresista que lo que pretendía en sus novelas era superar las contradicciones de clase. O eran miopes o su mirada estaba sucia. Por el lado del estilo, hubo quien se agarró a la chanza de uno de los personajes de Luces de Bohemia, de Valle, que lo bautizó como “D. Benito el garbancero”. El propio Buñuel, que adaptó “Tristana” y “Nazarín”, desdeñaba que lo asociaran con el escritor. Sin embargo, quien se enfrenta a sus novelas, como he hecho yo estos días con “Misericordia”, se topa con un novelista con recursos, grande al estilo de Balzac, Dickens y Tolstoi, y con menos gazmoñerías que Flaubert. En España, y en su tiempo, solo el Clarín de “La Regenta” está a su altura, pero con menos producción. Y quizá se le acerque Pío Baroja. O la Pardo Bazán –por cierto, su amante- de “Los pazos de Ulloa”. Con una escritura fácil, sobria pero elegante, Galdós ejemplifica con sus novelas los elementos básicos de toda buena narrativa: lugar, tiempo, trama y personajes. Y todo ello con un punto de vista descriptivo que usa el análisis como complemento, no como excusa. No fue un escritor moderno, pero tampoco lo pretendió. Sus obras son simplemente un canto a la narración pura, que describe el complejo mundo del siglo diecinueve en una sociedad, como la española -con síntomas de arterioesclerosis-, que padeció cinco guerras en menos de cien años y cuya burguesía, salvo periféricas excepciones, vivía más del rentismo o del enchufe que de la industria.

Decía Raymond Carr con acierto que la explicación más verosímil del fracaso de la revolución liberal en España es que el cambio político no fue acompañado por las necesarias mutaciones sociales y económicas. Galdós retrata con fidelidad esa circunstancia, y lo único que se le podría reprochar, como ya señalé, es la empatía que en ocasiones evidencia por aquellas manos muertas que poco valor aportaban a la sociedad más allá de un trasnochado concepto de honor y de clase.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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