No crean que Angela Merkel permite un fondo de recuperación europea cuyos principales beneficiarios son los países del sur por puro altruismo. No especulen sobre la fuerza de convicción de un Sánchez o un Conte, ni siquiera de un Macron, en la superación de los prejuicios iniciales con los que la canciller alemana recibió la propuesta de subsidios financiados con deuda europea.
Merkel persigue ahora fortalecer un mercado cuya ruptura perjudicaría a muchos, pero primero de todo a Alemania. Los germanos son los capitanes de las exportaciones, en ocasiones rozando los límites impuestos por la Unión Europea en lo que se refiere al desequilibrio positivo de las balanzas nacionales por cuenta corriente. Saben que sin clientes no hay mercado, y sin mercado no hay exportaciones que valgan. La finalidad de la creación de los Fondos Estructurales a finales de los ochenta fue coadyuvar a que la mayoría de las regiones europeas alcanzasen al menos el 75% del PIB per cápita de la media continental. A mitad de los noventa el Fondo de Cohesión tuvo el mismo objetivo, esta vez con políticas más sectoriales. Los subsidios y los préstamos a los países necesitados se consideran más inversión que gasto; inversión para el buen funcionamiento del mercado único, que es más necesario que nunca ahora que las otras dos grandes potencias comerciales, EE.UU. y China, libran una particular guerra. La maldita pandemia ha demostrado además la conveniencia de que determinados productos —por ejemplo los sanitarios— no salgan del ámbito de referencia al que pertenece el posible usuario. Europa debe fortalecer su propio mercado de la misma manera que no puede permitir la recuperación asincrónica de los distintos países que lo componen.
La Gran Recesión propició el rescate de grandes compañías con dinero público, comenzando por las entidades financieras. Ahora se trata de ayudar a pequeñas empresas —comercios, hostelería, autónomos— y de establecer un escudo social que proteja a los más afectados por la crisis. Me ha llamado la atención un artículo de Rana Foroohar en el “Financial Times” que advierte que en la economía capitalista americana no puede ocurrir lo del año 2008, cuando los banqueros socializaron las pérdidas pero no los beneficios, quedando muchos de sus trabajadores sin blindaje aun habiendo recibido respetables cantidades públicas sus empleadores.
El Ingreso Mínimo Vital fortalecerá el flujo de la demanda interna si aplicamos el mismo criterio que hemos deducido que revolotea en la mente de Ángela Merkel. No debe ser entendido solo como una cuestión de equidad. Un mercado con el 26,1% de sus componentes al borde de la pobreza (es decir con unos ingresos menores al 60% de la renta media) no es un mercado sano desde el punto de vista de la demanda, y si se sostiene es por la agregada exterior, proveniente del turismo. Pero incluso desde la óptica de la oferta es preocupante que de ese 26,1% citado casi el 50% corresponda a trabajadores, trasladando al ámbito laboral el grueso del problema.
El reto es doble: por un lado integrar en el sistema a ese otro 13% de marginados que no trabajan ni tienen perspectivas de hacerlo -y que generalmente están asociados a algún tipo de dependencia o de alteración psicológica- y por otra parte reincorporar al mercado de trabajo a los excluidos o, en su defecto, que la sociedad reciba algún tipo de contraprestación social de los beneficiarios. En definitiva, que no sea el SMI un acicate al parasitismo y a la economía sumergida. Ya no habrá excusa para tolerar por las administraciones o por los propios ciudadanos actividades fuera del circuito tributario. Ni pagos sin IVA ni renta sin nómina.
