Una de las aportaciones más significativas de la sociedad civil es el voluntariado. Sin lugar a dudas tiene sus raíces en el espíritu cristiano y judío de la generosidad sin olvidar la virtud característica del mundo musulmán como es la hospitalidad. Voluntariado y gratuidad es una herencia de las religiones monoteístas.
La democracia es el marco y el correlato político más idóneo para ejercer el voluntariado. En las dictaduras está dirigido por el Estado, sin embargo en la democracia está regulado; las monarquías lo proponen de forma paternalista, sin embargo en la sociedad civil el voluntariado se convierte en participación libre.
Pero el voluntariado no sólo pertenece a algunas religiones y puede ejercerse por razones sociales sino que tiene una fundamentación filosófica. Por ejemplo, para entender la aportación de la filosofía española en este debate tenemos que acudir a María Zambrano. La estimada pensadora segoviana sostiene una tesis inquietante y novedosa: Afirma que sobre este tema todo el pensamiento español se entiende desde una premisa clara y constante: la condición caritativa.
Uno de los retos del voluntariado es su relación con la profesión. Aquel no puede ni debe sustituir los puestos de trabajo. Los voluntarios deben ser profesionales pero los profesionales no están obligados a ser voluntarios.
El voluntariado ocupa un lugar peculiar en el campo de la vida comunitaria del cristianismo: no hace otra cosa que poner en común su carisma, de forma que un voluntario al servicio de la tarea cristiana que cobrara dinero o se convirtiera en profesional de la religión dejaría de ser un voluntario carismático.
Por eso, del espíritu del Concilio vaticano II, nació una tendencia aun existente a considerar que el servicio propio del sacerdote no debería considerarse como una profesión sino como un servicio voluntario a la Iglesia. Era la época de los curas obreros. Somos numerosos los sacerdotes que apenas hemos cobrado del Estado o hemos recibido nómina que proviene de esa fuente.
El día en que el catequista, mediadores de la Palabra, miembros de los diversos consejos de la Iglesia, agentes de pastoral… reivindiquen un sueldo habrán perdido la esencia de su tarea o servicio gratuito: “gratis lo recibisteis, dadlo gratis”.
Por eso, la gratuidad sorprende, y emociona. Porque rompe la mezquina regla no escrita de que todo acaba siendo una transacción o un negocio. Y al romperla descoloca a quienes solo se rigen por ella en sus relaciones, como jugadores de ventaja que calculan riesgos y beneficios antes de dar ni los buenos días.
Tal vez por eso algunos llegan incluso a menospreciar la generosidad, y hasta surgen tristes teorías que justifican los actos “altruistas” como la búsqueda interesada de la satisfacción personal. ¿No será que para justificar la propia incapacidad para dar algo gratis, o para comprender algo que les supera, tienen que desprestigiarlo de algún modo?
Es cierto que el voluntario, y así lo expresan de forma unánime, recibe mucho más de lo que da. Pero no es eso lo que le ha motivado a dar un valiente paso adelante. Eso se lo ha encontrado, y como el buen profesional obtiene satisfacción en el trabajo bien hecho al margen de lo que le reporte. Y lo que recibe a cambio el voluntario es intangible. Es muy personal. Es muy humano.
La gratuidad existe, la generosidad existe, la sensibilidad y la compasión hacia el sufrimiento del otro existen. Y lo hacen desde la vocación de servir, de entregarse, de darse, porque uno desea hacerlo. Desde la humildad, de persona a persona. Sin cálculos. Sin más. Las ecuaciones y balances, en las relaciones humanas, en la atención solidaria a la necesidad del otro, aquí no tienen cabida.
El término voluntario se puede aplicar en la Iglesia a muchos servicios: catequistas, ministros extraordinarios de la comunión, visitadores de enfermos, grupos de liturgia, voluntarios con Cáritas, Manos Unidas, voluntarios de prisiones, miembros que colaboran con la economía, con la administración, colaboradores en la pastoral, etc. Todos estos grupos sienten una llamada a vivir su fe como misión de servicio a la comunidad y a la persona cercana, concreta, necesitada. La mayoría de ellos se entregan y viven su tarea desde la alegría, como forma de salir de sí, como signo de generosidad.
