Desde hace tiempo, la calidad de la universidad española desciende a pasos agigantados. Los alumnos mejores emigran a Universidades extranjeras, numerosos licenciados marchan a trabajar a países, especialmente hispanoamericanos, al no encontrar trabajo en España y muchos jóvenes no se matriculan en ella porque es más económico elegir un trabajo para el que no son necesarios títulos universitarios.
Cuando comencé a impartir clase en la universidad durante el año 1984 me encontré con estudiantes con peor nivel cultural que los alumnos de BUP del año 1975 en el instituto de Cuéllar donde impartí docencia. Al llegar al periodo de jubilación en 2016 los alumnos ingresaban en la Universidad con un nivel inferior a los de 1984.
Es verdad que los alumnos universitarios conocen muy bien el uso de las redes, del ordenador, de internet y de google donde pueden acceder a conocimientos importantes; pero esto no se aprende en la Universidad. Peor aún: han perdido, si alguna vez la tuvieron, la capacidad de pensar. Se ha creado una generación dependiente que debería hacer pensar a los dirigentes del país, si es que estos tienen capacidad moral.
¿Cual es el origen de todo esto? Veamos un ejemplo que nos presenta el catedrático de Valencia, Agustín Domingo: La campaña promovida por los afectados en la prueba de Matemáticas ha conseguido cuestionar la selectividad, de tal manera que hasta la Ministra de Educación y los rectores han prometido revisar su funcionamiento.
Ya en la campaña electoral se propuso su modificación para tener alcance nacional y que la pretendida igualdad de oportunidades afectara a todos los bachilleres. Sin entrar a valorar el escaso sentido y utilidad de una prueba donde aprueba casi el 100%, los responsables educativos la mantienen porque facilita los procesos de acceso a determinadas carreras y resuelve la excesiva demanda que hay en otras titulaciones.
Sin querer valorar los criterios que se utilizan en otros países para regular el acceso a las universidades, el diseño de la prueba de selectividad en España es un ejercicio educativo tramposo que sólo cumple la función de estandarizar y homogeneizar las calificaciones: Se han hecho varios intentos de corregir las calificaciones para introducir ponderaciones y tener en cuenta las calificaciones de todo el bachillerato. Se ha conseguido excluir determinadas asignaturas del bachillerato y subir porcentajes de otras introduciendo el totalitario dogma de la ponderación.
Las materias del bachillerato han dejado de tener su sentido porque se han clasificado, no según el valor de en sí, sino según la importancia que tienen en la prueba de selectividad. La organización del bachillerato ha producido dos tipos de profesores, dos tipos de materias y dos culturas organizativas. Por un lado las estructurales que se valoran en las calificaciones y por otro las coyunturales o “neomarías” a las que apenas si les concede un valor pedagógico.
La prueba ha conseguido “selectivizar” los dos años completos de bachillerato y toda la decisión se hace depender de su momento final. El bachillerato ha perdido todo su sentido y en lugar de ser un tiempo de maduración, clarificación vocacional y formación humanística sólida para cualesquiera de las opciones profesionales, se ha convertido en una parte transitoria del sistema.
La prueba funciona como una espada de Damocles para el alumno que, en lugar de estudiar el bachillerato para adquirir una sólida formación básica, se lo juega todo a una nota. Si el bachillerato ya recibió la puntilla en su reducción a dos años, esta selectividad lo ha terminado de enterrar. Al organizarse tramposamente para conseguir nota, además de pervertir el sentido del estudio, introduce el virus del egoísmo competitivo entre profesores y centros. En lugar de valorar la calidad de un centro por el potencial formativo, integrador y educativo, se valora por aprobados y la nota que consiguen. Al pervertir el bachillerato, que nadie se lamente diciendo que los universitarios “tienen mala base”.
Si estas son las propuestas que nos hacen desde la enseñanza estatal habrá que replantearse el sistema de educación español y recordar que “tiempos pasados fueron mejores”. Se puede concluir que no todo lo nuevo es bueno y el progresismo no favorece el progreso de las personas ni de los pueblos.
