Es conocido cómo Roma, con quien Segovia está hermanada, fue fundada por Rómulo y Remo y está circundada por siete colinas. También Segovia ha sido real y mitológicamente construida en el centro de siete colinas que rodean la ciudad amurallada disputándose su misma altura de mil misteriosos metros.
El cementerio del ángel, la colina de la Iglesia del Salvador, la de la piedad, su hermana del Pinarillo, la de las rocas grajeras de la Fuencisla, la colina cimera del Parral y por último, no de menor importancia, la de la Lastrilla con el agua del Cister forman las siete colinas que cobijan la ciudad del Acueducto, de la Catedral y del Alcázar.
El Terminillo abre sus laderas para que en la aurora entre la luz en la ciudad. Si el sol viene del este, el parador se aparta para que la ciudad quede iluminada. La sostienen los altos del Parral dejando correr las aguas a través del monasterio cisterciense y, en época moderna, prestando belleza y luz con los globos contemplando la ciudad desde las alturas.
La tercera colina resulta ser santa y sagrada: bajo esta se cobijan tanto la Virgen de la Fuencisla, capitana de la ciudad, como el poeta guardián de las alturas místicas, san Juan de la cruz. Más arriba, Zamarramala cerrará las puertas de la misma dando honor al gobierno de la mujer, alcaldesa por un día.
Si la luz sale de oriente, en occidente se escapa pasando por la penumbra del Pinarillo, recogiendo las lagrimas que los judíos derraman al despedir a sus seres queridos. En este caso se cobija bajo el resplandor de la luz del Alcázar y ocultando el mal olor del río clamores.
Del sur llega la Piedad a la ciudad. Se detiene compasiva junto al hospital que se encarga de aliviar los sufrimientos de los segovianos agobiados, por el dolor de sus seres queridos. Esta colina desparrama la misericordia de los segovianos que buscan la curación de sus dolores recordando aquella mujer, que en la colina del Vaticano, resplandece en la piedad de Miguel Ángel.
Desde el centro hospitalario, donde se busca y espera la curación humana, el segoviano dirige con esperanza su mirada a la colina de el Salvador. Abre sus puertas san Justo y Pastor como aquel que, como buen pastor, conduce a los segovianos a la salvación definitiva.
Esta salvación le llegará en la colina del santo Ángel. Allí todo lo humano acaba y lo divino continua desde las raíces que nacen en las fuentes del acueducto. Si los romanos buscaron agua para la ciudad, las colinas se lo ofrecieron dibujando el cauce de los ríos Nieves, Eresma y Clamores y el agua canalizada procedente de las blancas nieves de la sierra central
Desde ahí, los segovianos contemplan el agua que llega por el acueducto hasta el centro del habitat amurallado. En el camino, por encima del granito arqueado, acompañados del Salvador, de la Piedad, de la Fuencisla, de san Juan de la Cruz, del Parral y del monasterio cisterciense, de la mano de sus hermanos hebreos, no existe demonio que impida correr hacia la ciudad amurallada, espejo del paraíso segoviano.
El sol del oriente y del ocaso iluminan a quienes se acercan a esta ciudad desde el sur y el norte. Esta Segovia no es solo lugar para yantar, es especialmente solar para contemplar. Es altura contemplada desde la cima de la mujer muerta y desde la blanca cara norte del Peñalara.
Espero que mis convecinos segovianos no malogren la belleza de esta ciudad llegada desde cielo en la palma de nuestra Señora, la Virgen del acueducto, como un canto rodado que avanza desde siete picos. Estas siete colinas se han convertido en esplendor y luz para extensas y largas tierras de Castilla.
Presento este sueño imaginado a los segovianos para que, en los momentos molestos por tantos turistas, sepan contemplar esta pequeña ciudad llena de encanto. Ojala los comerciantes y políticos hablaran alguna vez a los turistas no solo de las joyas romanas, románicas, judías y góticas de la ciudad sino también de esta perla caída del cielo que puso aquí su tienda y esta cobijada por siete colinas.
