Uno de los conceptos más importantes de la ética social es el de “sociedad pacífica”. No tiene nada que ver con la “paz de los cementerios”, ni está relacionado con el libro de Gironella que llevaba por título “Ha estallado la paz”. Menos aún con los famosos “años de paz” del régimen de Franco. Sin embargo, conviene traerlo a la memoria para reflexionar sobre la calificación moral de la exhumación e inhumación de Franco como un acto de ¿justicia restaurativa?
Si podemos hablar de sociedad pacífica no siempre lo podemos decir del Estado. Vemos que los que presiden los estados crean situaciones violentas. Cuando la sociedad española había superado pacíficamente la tensión de las dos Españas, llegan algunos políticos a encender un conflicto ya asumido o consumido.
Visto desde el campo de las ideas y de las instituciones sociales, incluida la Iglesia, la tensión creada es evidente. Se han resucitado estereotipos de forma similar a los que surgieron en la época franquista: hoy como entonces, es difícil identificarte como miembro de la Iglesia, de un partido o de una institución social sin que te coloquen encima un sambenito que no te corresponde. Algunos estamos viviendo idénticas críticas e ironías en este momento que aquellas que recibíamos del franquismo cuando desde la universidad Católica nos enfrentábamos a sus injusticias y falta de libertad. Si entonces éramos criticados o llevados a la cárcel de Zamora, cuando escuchábamos radio pirenaica, ahora te envían al infierno o a la cárcel si piensas diferente.
El concepto de “estados de paz” y de «sociedad pacífica» aparece en la obra de Paul Ricoeur que lleva por título Caminos del reconocimiento. Se entiende bien cuando se piensa en una sociedad contraria a comportamientos cainitas de venganza, lucha y enfrentamiento. Según él, las sociedades modernas no pueden ser una permanente “lucha por el reconocimiento o por la memoria”, como si la historia de los pueblos fuera un sucesivo enfrentamiento entre víctimas y verdugos, amos y esclavos.
Ricoeur quiere marcar distancias con Hobbes y Hegel para quienes la guerra de todos contra todos («el hombre es un lobo para otro hombre», decía Hobbes), o la lucha entre amos y esclavos era el motor de la historia. Por el contrario, una historia a la altura de la dignidad humana necesita momentos de confianza mutua, de sosiego, de reconciliación, de fiesta y de generosidad mutua. Los ciudadanos no pueden estar en permanente lucha si quieren construir relaciones de amistad y cooperación mutua. Un estado de paz describe un tiempo esperanzado de convivencia y consolidación de la amistad cívica. Sin embargo, la exhumación de Franco ha venido a enfrentar a ciudadanos que no lo conocieron.
Ricoeur recuerda el gesto del canciller Willy Brandt cuando se arrodilló en Varsovia ante el monumento en memoria de las víctimas del Holocausto. Era un gesto que podía contribuir a terminar con las luchas y los procesos de victimización continua. Nuestra transición está llena de gestos de esta naturaleza que supusieron la reconciliación entre españoles. El Rey Juan Carlos, Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, el Cardenal Tarancón y cientos de ciudadanos que protagonizaron la transición a la democracia son ejemplos de que la sociedad pacífica tiene más fuerza cívica que la permanente voluntad de lucha. La sociedad pacificadora representa una lógica social de la sobreabundancia y la generosidad que desborda la lógica de la venganza cuya versión más primitiva es la Ley del Talión, la del ojo por ojo y diente por diente.
Las amnistías y el perdón forman parte de esta justicia cordial que parece incomprensible porque emerge de una generosidad cívica y no de un odio victimario. Sin embargo la propuesta de Hobbes que ha llegado con la exhumación colocando al otro como un enemigo produce la violencia y la tensión propia de la lucha de clases.
Después de comprobar la teatralización mediática realizada con el traslado de Franco, hay dudas razonables de que la Ley de memoria histórica haya fortalecido el estado de paz que generó nuestra transición. No se está utilizando para fortalecer la convivencia y la amistad cívica sino para potenciar electoralistas relatos de lucha y revictimación social. Tristes iniciativas de odio y resentimiento, sin migaja alguna de generosidad moral.
