La crisis del coronavirus invita a recordar un viejo y fundamental principio ético: “nadie puede hacer lo que quiera con su cuerpo”. Las limitaciones de libertad y supresión de derechos que esta pandemia ha ocasionado hace que los ciudadanos no puedan hacer lo que quieran con su cuerpo ni con sus vidas.
Durante tiempo ciertas ideologías, las mismas que el día 8 impulsaron las manifestaciones masivas de mujeres a lo largo de la geografía española sabiendo que había un riesgo de pandemia, mentalizaron a las nuevas generaciones diciéndoles que “cada uno puede hacer lo que quiera con su cuerpo” o “borracha y sola voy a casa”. Promovieron la ley del aborto diciendo a las jóvenes: “Cada uno puede hacer lo que quiera con su cuerpo”. Aquellos polvos han producido estos lodos.
El ser humano no vive en una isla. Todo lo que cada ciudadano hace en público y en privado afecta a los demás. Por ejemplo, el aborto o la eutanasia, que provoca una mujer o un médico, afecta negativamente a sus padres, hijos, o abuelos, además de eliminar a la criatura. Por tanto, esa decisión ha de tomarse contando no solo con el juicio personal de la interesada sino también por la afección de sus seres cercanos y lejanos. También porque afecta económicamente a la sociedad y sus habitantes, incluidos a aquellos que no creen en la licitud del aborto.
Independientemente que el feto no forma parte del cuerpo de la madre, aunque dependa de ella, la madre no puede hacer lo que quiera con el feto como si fuera su cuerpo. Por ejemplo, una persona puede tirarse al vacío desde lo alto de un rascacielos pero no debe hacerlo porque tal hecho afecta a la ciudadanía, aunque fuera solamente porque obliga a las autoridades a retirar el cadáver de la calle para que no se lo coman los buitres.
Si las autoridades obligan a los motoristas a llevar casco no es solo porque en caso de accidente el motorista puede morir sino porque ese comportamiento afecta también al bien común y al resto de ciudadanos.
Las normas que las autoridades han puesto para fomentar la prevención del contagio del virus deben cumplirse primero como deber personal, pero a la vez a la búsqueda del bien común: el uso de mascarillas, el cuidado médico, no salir a las calles, etc… demuestran que nadie puede hacer lo que quiera con su cuerpo ni con su vida. Decía Marx “todo está complicado en todo” y afirma el papa Francisco “todo está interrelacionado”.
Esta epidemia debe ayudar a los ciudadanos y a los habitantes de la tierra a repensar el mundo de valores: “no todo lo que científicamente se puede hacer se debe hacer”. Los experimentos científicos realizados para provocar un rápido progreso, especialmente en el campo de la bioética, deben ser controlados por la ética, las leyes y las autoridades. Experimentar buscando solamente el poder y el dinero, sin control y regulación ética, puede desembocar en epidemias o pandemias.
Preocupados por sí mismos, por su propio ombligo e intereses, algunos gobiernos autonómicos y el nacional sabían que habría un antes y un después del 8M. No había que ser excesivamente inteligente para comprobar que los comportamientos, los juicios y las actuaciones no eran todo lo serias, rigurosas y fundamentadas que cabía esperar de las autoridades públicas. Y para colmo, el hecho de que las autoridades llevaran guantes morados en la manifestación no era solo una muestra de su “inmoralidad” sino evidencia clara de su incívica frivolidad olímpica, próxima a ser considerada “delito”.
Es preciso un llamamiento a la educación en valores de las nuevas generaciones. Tanto la enseñanza religiosa como la ética favorecen una educación en valores que fortalece el bien personal y el bien común.
Junto a ello, la educación en valores en la familia y a través de os medios de comunicación debe ser una exigencia de los poderes y un deber de los padres. Sin duda que cada cultura (africana, china, americana, europea) tiene sus valores propios. No desechemos los valores grecolatinos y judeocristianos que han configurado un humanismo loable y una sociedad en desarrollo como la que nos han legado nuestros padres.
