Hoy se escribe y se habla mucho sobre emigración y son frecuentes los reportajes que se ven en televisión sobre las muertes de emigrantes en los mares, las tensiones existentes entre los barcos que intentan salvarles de una muerte segura, y las luchas políticas de los estados europeos.
Se habla menos y se escribe poco sobre las mafias que esclavizan por un puñado de euros a los negros de África, al estilo yanqui o portugués, y a quienes se acercan a Europa, dejándolos tirados en pateras en medio del océano, expuestos a perder la vida.
Con este comercio de personas se presenta un panorama ilusionante del paraíso europeo, pero la verdad es doble: por una parte, se busca mano de obra barata para cubrir los peores puestos laborales europeos y, por otra, no se quiere invertir en los países pobres porque es más barato traer a Europa las materias primas y manufacturarlas aquí.
Por esta razón, los gobiernos europeos, presionados por el mundo empresarial, tanto liberal como socialdemócrata o socialista, hacen la vista gorda frente al juego de las mafias al peor estilo de la venta de esclavos de la época moderna en la América Yanki.
Frente a esto, la primera consideración humana es el recuerdo de que todo hombre tiene derecho natural a emigrar. Pero a este derecho precede el derecho básico a no emigrar. A la mayor parte de los ciudadanos de un país pobre les gustaría no emigrar y poder conseguir en su tierra el pan necesario para sus hijos. Pero los países ricos son los que imponen el precio de los productos, de las exportaciones e importaciones, provocando en los países pobres una deuda externa imposible de pagar.
Dicho esto, se ha de considerar que el fenómeno migratorio tiene claras implicaciones éticas que van desde el respeto a la dignidad de la persona humana hasta el compromiso de todos por establecer un régimen social mediante el cual toda persona sea respetada.
De aquí se deducen derechos y deberes tanto en el que emigra como en el que acoge. Los políticos europeos han intentado recoger este derecho y deberes para dar respuesta a un problema que le ha configurado durante siglos hasta adquirir su identidad propia. Pero estamos ante una situación nueva y queda mucho por hacer.
Por tanto, resumiendo las implicaciones éticas que se derivan de la ética presente en la legislación de los países europeos y en los elementos éticos propios del humanismo, los que se han expresado en la praxis cristiana principalmente manifestada en la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia, podríamos resumirlas en las siguientes:
La dignidad de la persona humana aparece como el valor absoluto y primero dentro de la escala de valores; cada nación y la misma Europa es el resultado de un cúmulo de movimientos migratorios. De lo que resulta que el hombre es un ser inmigrante por naturaleza; como consecuencia cada nación y sociedad tiene el deber de acoger y preparar la acogida que respete tanto la dignidad del que acoge como el acogido.
Asimismo, el inmigrante tiene los deberes que se derivan de su respeto a la cultura y tradiciones de quien le acoge de cara a una integración; Las sociedades han de crear unas leyes abiertas y dinámicas que, basándose en los valores éticos, fundamenten la convivencia;. La ética cristiana propone el respeto y la acogida al emigrante fundándose en sus orígenes, en la naturaleza y en el talante emigrante de su fundador, Cristo.
Entre los valores más significativos que están en la base de este proceso migratorio señalamos: la hospitalidad, la solidaridad, y la atención al marginado, la equidad y la justicia. Por fin, como invitación a un compromiso urgente terminamos con aquella bella llamada de Bertold Brech, ya recordada en otras de mis intervenciones: “Primero se llevaron a los negros, pero a mí no me importó porque yo no era. Enseguida se llevaron a los judíos, pero a mí no me importó porque yo tampoco era. Después detuvieron a los curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó.
Luego apresaron a unos comunistas, pero como tampoco soy comunista, tampoco me importó. Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde”.
