El trato discriminatorio que se ha dado a los ancianos durante el proceso de la pandemia del coronavirus, al menos en los primeros momentos, ha hecho que la Cátedra Macrosad de Estudios Intergeneracionales de la Universidad de Granada haga público un trabajo sobre “Más intergeneracionalidad, menos edadismo” publicado el 15 de abril pasado.
No sin razón esta cátedra se basa en la declaración del Ministerio de Sanidad del mes de abril de 2020. El Ministerio en este informe sobre “aspectos éticos en situaciones de pandemia a propósito del coronavirus SARS-CoV-2 y la enfermedad Covid-19” dice que “los pacientes de mayor edad en caso de escasez extrema de recursos asistenciales deberán ser tratados en las mismas condiciones que el resto de la población”, y que, a la hora de tomar decisiones sobre la aplicación de cuidados intensivos, considera inaceptable descartar a una persona enferma de Covid-19 por superar una edad.
Por otro lado, el informe pide que se preste especial atención a posibles discriminaciones hacia “los colectivos de mayores de edad en situaciones más vulnerables”. En definitiva, la posición del Ministerio es que aceptar una discriminación por edad “supondría establecer una minusvaloración de determinadas vidas humanas por la etapa vital” en la que se encuentran las personas.
Esta teoría del edadismo o discriminación por edad no es nueva. Hunde sus raíces en la teoría del valor productivo del siglo XIX que favorece a los fuertes y al Estado frente los débiles y a la sociedad. Así se tiende a enfatizar los beneficios productivos y la teoría del valor como costo de producción.
Como digo, esta discriminación por edad no es nueva. Hace dos años, en octubre de 2018 una gran encuesta de AARP llegaba a la conclusión de que alrededor de dos de cada tres empleados de 45 años o más han visto o vivido discriminación por edad en el trabajo. Entre el 61% de encuestados que informaron prejuicios por edad, el 91% afirmaron que creen que tal discriminación es común.
Pese a ello, las dramáticas imágenes de residencias de ancianos que vemos estos últimos días en directo en televisión nos sumergen en un indeseado baño de realidad que perturba indudablemente nuestras imágenes de los mayores. Lo que estamos viendo diariamente desde nuestras casas no son a personas mayores sanas y felizmente enamoradas, como en la película de Jack Nicholson, sino solas y asustadas, víctimas de una enfermedad que les ha sido transmitida a menudo por personas jóvenes.
Por no hablar del abandono que han sufrido en algunas residencias, donde a las deserciones del personal de las mismas se unen los macabros hallazgos de algunos cadáveres de ancianos fallecidos durante más de 24 horas. El confinamiento al que nosotros nos vemos abocados durante unos días, o incluso meses, es solo una muestra del confinamiento y discriminación social a la que nuestros mayores se ven sometidos de forma habitual, día tras día.
Pese a las evidentes relaciones intergeneracionales entre jóvenes y ancianos, el inconsciente colectivo sigue estableciendo una división entre “ellos” y “nosotros”. La vejez, como dijo Simone de Beauvoir en un libro del mismo título, simboliza el espejo de un futuro en el que nadie quiere verse reflejado. Todo ello deriva en una inevitable invisibilización y, cuando menos, infantilización de nuestros viejos.
Hace varias semanas, se publicaba en la portada del El País que las UCI darán prioridad a los enfermos que tengan más “esperanza de vida” si se colapsan. Asimismo, la guía ética de la Sociedad Española de Medicina Intensiva Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc) especifica que, ante dos pacientes similares, se deberán “priorizar la mayor esperanza de vida con calidad”, es decir a los jóvenes frente a los ancianos.
No hace falta ser adivino para entender que con ello se sugiere una más que probable eutanasia y eugenesia social, destinada a sacrificar a nuestros mayores si hace falta en aras de las generaciones más jóvenes y sanas. El momento presente exige, pues, altura de miras. Ya es hora de empezar a revertir esta situación. Luchar contra el coronavirus implica necesariamente luchar contra otro igualmente extendido y agresivo, altamente letal y extremadamente contagioso, silencioso y peligroso: el “virus” del edadismo, a pesar de que nos han lavado la conciencia y nos hemos acostumbrados no a pensar sino a obrar así.
