No se echen las manos a la cabeza, que todos sabemos que los animales no transmiten ni se les transmite el coronavirus, por suerte para ellos y para nosotros. Pero lo cierto es que debido a la situación actual, estos entrañables pájaros pueden sufrir su propia pandemia debido a la extrema -y por otra parte estupenda- limpieza de nuestras calles. A falta de gusanitos, patatas fritas, restos de bocadillos infantiles, bollería en general, etc., los animalitos brincan de un lado para otro desconcertados sin poderse llevar nada al pico, pues ni siquiera cuentan con esas generosas terrazas que dejan caer los restos de alguna tapa.
Sabemos que la población de gorriones ha descendido en Europa de forma totalmente alarmante en la última década, con una caída de más del 60%, y con su práctica desaparición en algunos ciudades. Afortunadamente en España esa caída ha sido mucho menor, pero aun así sobrepasa el 20%, y también supone un dato inquietante para el mantenimiento de ese medioambiente que en teoría todos queremos conservar.
Una de mis costumbres más arraigadas es la de bajar al Salón prácticamente a diario para dar de comer a estas avecillas; bueno, y también a los mirlos, urracas, grajillas, colirrojos tizón y a alguna paloma (sí, que las pobres, tan denostadas, también forman parte del hábitat de la ciudad).
Pues bien, durante los primeros días del confinamiento seguí con mi costumbre, eso sí, a toda mecha y limitándome a echar el pan en un par de sitios. Hasta que una tarde me salió al paso un municipal y me cortó de raíz esas intenciones: de nada sirvieron mis disquisiciones y razonamientos de fondo tratando de explicarle que en realidad esos pájaros son mis mascotas, pero que, en lugar de sacarlas con un cordelito, son ellas las que me sacan a mí y tiran de un hilo invisible; y que me conocen estupendamente, pues aunque saliera disfrazada de lagarterana saldrían rápidamente a mi encuentro. Pues nada. Con amabilidad y con la debida contundencia me dejó claro que eran órdenes muy superiores.
Así que he tenido que montar una red de cuidadores, para que desde algunas casas que dan al Salón todas las tardes les echen los restos de pan de sus mesas; y espero que corra la voz y otros vecinos hagan lo propio cuando observen en su entorno a estos pajaritos que además, por estar en época de cría, tienen especial necesidad. Aprovecho también desde aquí para hacer un llamamiento a la Sra. Alcaldesa, a ver si ella también puede colaborar con algún tipo de medida para evitar la pandemia pajaril: le sugiero por ejemplo que retome una costumbre que me consta había hasta hace ventiocho años, que cuesta muy poco, y que consistía en que a los jardineros municipales se les daba un saquito de trigo para echar de comer a diario a estas aves y así mantener el conjunto de los jardines. Ahora esos parques y jardines están prácticamente cerrados, y sería triste no haber tenido la sensibilidad de mantenerlos con vida, y no sólo por lo que respecta a las plantas.
Pues nada, segovianos y segovianas: no nos zampemos todo el pan que sale a la mesa y alimentemos a los gorriones (y gorrionas).
