La primavera ha sido húmeda y ahora frondosa, y bien acariciada por el calor temprano. El verde extensivo de las parcelas de grano y espiga ya va amarilleando y se tuesta con el calor y el sol, desprendiendo a la vez su agradable olor a pan. Pero hay otro verde cuarteado que destaca entre el cereal. Es intenso y coge fuerza estos días. Es el de las plantaciones del Garbanzo de Valseca. Surcos alineados entre los que ya asoma la vaina que nos muestra el futuro fruto y otros entre florecillas blancas y el fragor que desprende el salitre.
En estos tiempos difíciles que nos está tocando vivir, muchas veces en la letanía del tiempo se ha recurrido a la epopeya del garbanzo, diciendo que “el garbanzo es la carne de los pobres”, a la vez que la leguminosa más pobre de la alacena, junto a la lenteja. En tiempos de postguerra, en nuestra provincia, se multiplicó el cultivo del garbanzo, hasta en las zonas menos apropiadas para ello se sembró.
La literatura también echa mano de los garbanzos para “espabilar” y recordar los momentos duros, como lo hicieran Cervantes en el Buscón, alardeando de ellos, como “una cocina rica para la supervivencia y para saciar el hambre pertinaz”; también lo haría Clarín, cuando describe en su obra a una dama de bien, “la de Páez no come garbanzos, porque eso no es romántico”, y otro escritor ahora muy de actualidad, Benito Pérez Galdós, al que apodaban “el garbancero”, llamado así, porque utilizaba con maestría el cocido para nombrar a sus personajes, recordando en su obra, que el cocido era lo que comían todos los días los españoles de a pie en los años de Galdós 1843-1920.
En los últimos años, ese sabor más postrero de la literatura, se ha disipado, y el cocido ha pasado a ser uno de los manjares de moda en la mesa de muchos restaurantes, desde la capital del cocido, Madrid, hasta los sitios más dispersos, el día qué hay cocido se marca en rojo en la carta de la semana. Y el momento se convierte en motivo de reunión amistosa y gastronómica de grupos de amigos, asociaciones, colectivos, o colegas de trabajo. El cocido une y crea satisfacción. Es el día del comer pleno. A la vez este plato tan tradicional en nuestra historia, se ha sometido también en nuestro tiempo, a las combinaciones más creativas, con aleaciones frescas, mediterráneas, o en versión lunch. Entre esos cocineros creativos y sorprendentes, está el segoviano Rubén Arnanz, y su novedosa fusión emprendida hace unos años, con el garbanzo de Valseca recolectado en verde consiguiendo otra opción de exquisitez sobre la mesa, con dimensiones distintas sobre el paladar.
La cosecha del Garbanzo de Valseca se presenta, según el agricultor experto y a falta de conocer la incidencia del tiempo del próximo mes, como muy buena, sin duda será la mejor del nuevo sello de Marca de Garantía. Este producto de la vega valsequeña, antaño atesorado en alacenas y talegos como oro en paño, para la familia, los más afines y la venta al detalle, hoy sobrevuela la península, y rueda desde la capital de España, donde ya llegaba en el siglo XIX, hasta las islas, y las mesas más recónditas de España, lugares algunos, de renta imperecedera sobre el garbanzo, desde siglos pasados, en que los valsequeños dejaran plasmados en sus inventarios notariales, el consumo del garbanzo colmado, con el que el garbanzo quedaba dispuesto a la venta o el consumo, pero sujeto al deseo de su titular.
