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Algo habrán hecho

por Julio Montero
21 de octubre de 2020
en Tribuna
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En los años del plomo, que Aramburu ha reflejado tan bien en ‘Patria’, no era infrecuente que los vecinos y gentes que los conocían de vista comentaran en voz baja, entre ellos, ante la vista o noticia del cadáver de un nuevo asesinado por ETA: ¡Algo habrá hecho!

Y se quedaban cortos. Prácticamente todos habían tenido la valentía de decir lo que pensaban, de vivir de acuerdo con ello y de soportar las amenazas de los que luego les matarían y sus cuadrillas y el vacío de los cobardes, que conformaban la mayoría social. Era como en las viejas películas del oeste: matones, cobardes, débiles y héroes solitarios que acababan resolviendo el problema y teniendo que marcharse.

La famosa frasecita también se empleó en la Argentina de la represión militar y en el Chile de Pinochet. Se situaba en la misma lógica que en el País Vasco: asumir que la cobardía era el mejor modo de vida posible en aquellas circunstancias y que los detenidos o desparecidos eran, como poco, ingenuos y poco realistas.

Evidentemente la frase tiene en estos dos países un referente tan real, de la historia próxima, muy cercana, que le da un sentido muy específico; tanto que sirvió de entrada para titular dos programas de televisión sobre la historia de cada uno de estos países: “Algo habrán hecho por la historia de Argentina”, el primero y original, con una carga de ironía grande y “algo habrán hecho por la historia de Chile” con un sentido más cercano al documental clásico.

El lema también serviría aquí para titular una serie irónica o documental (o ambas cosas por qué no) a la vista de las interpretaciones que hemos ido escuchando, leyendo y viendo en nuestro país y de su historia a lo largo de los años. Hasta yo hice la mía (España una historia explicada). No solo hay y ha habido, al parecer, siempre dos Españas, sino que una ha calificado inevitablemente a la otra, por lo menos, de traidora u oscurantista sin remedio. Además una se ha asociado a la luz del triunfo y de la gloria mientras que la otra ha denunciado siempre las tinieblas de la ignorancia y de la barbarie que han impedido (e impiden porque la historia continúa sin solución de continuidad) que la minoritaria y siempre derrotada luz de la razón nos permita entender en qué consiste de verdad la libertad (de todo claro).

Este esquema califica sistemáticamente al otro de ‘ser nada’ sin remedio. Tiene además un efecto catártico, curador de raíz, ‘arreglalotodo’, para cada uno de los que asume los principios de mi bando. Los míos son buenos por definición; los otros son malos sin mezcla de bien posible. Es un análisis tan torpe que solo puede convencer a los idiotas… o a quienes no quieren complicarse la vida mirando y sacando sus propias consecuencias. Es curioso como coinciden tanto los cobardes con los tontos.

Y es verdad que necesitamos siempre gente que haga algo. Y también de otros que sean valientes para contarlo. Se requieren en todos los países y en todas las épocas. Todos son protagonistas: unos realizadores y otros cronistas y decenas de años después llegan los historiadores. Estos dos últimos han de ser capaces de mirar con sus propios ojos, de escuchar con sus oídos y tener inteligencia y boca para contarlo.

Durante años trabajé sobre el carlismo. Era muy joven. Allí descubrí una España que desconocía, con una historia paralela totalmente distinta de la “oficial” y que con alguna frecuencia hasta denominaba las batallas que yo conocía con otros nombres. Héroes distintos, traidores diversos, acciones perversas que ignoraba (del enemigo claro) y golpes de mano y detalles que se cargaban de significado de los que no sabía nada, o me parecían anécdotas de coleccionista de cosas curiosas.

Todos los nacionalismos comienzan construyendo una historia alternativa: da igual que sean expansivos que separatistas. Y en otro orden de cosas, todavía recuerdo, porque me horrorizó, un grabado, en un libro sobre héroes nacionales, que representaba a página entera a Pedro de Valdivia atado a un poste por la cintura, con los brazos cortados y un grupo de salvajes que bailaban a su alrededor mientras devoraban estas extremidades como si fueran muslos de pollo. Estoy seguro que los mapuches, los ‘salvajes’ de mi grabado infantil, debieron escribir otra historia de la batalla y de don Pedro. Y no te digo lo que contarán ahora los chilenos blancos, sucesores de vascos y alemanes, que defienden las posturas historiográficas indigenistas.

En una entrevistas hace años un locutor lleno de celo me insistió en que la historia son los hechos. Le recordé que los hechos son hechos y la historia es un relato. No cualquier relato. Lo tiene que escribir, o poner en imágenes, o narrarlo, “alguien que haya hecho algo”.

—
(*) Catedrático de Universidad.

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