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Alegría compartida

El pastor, al llegar, reúne a amigos y vecinos y les dice «¡alegraos conmigo!»; y esto mismo dice la mujer, que reúne también a sus amigas y vecinos para compartir con ellas su alegría. Y ¡qué decir del padre, que pone toda su casa en fiesta, matando el ternero cebado, reservada para la mejor ocasión

por Jesus Vidal Chamorro (*)
14 de septiembre de 2025
en Opinion
JESUS VIDAL CHAMORRO
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¿A quién de nosotros no le gusta que hablen bien de él? Cuando los demás nos alaban, halagan nuestros oídos, indefectiblemente surge un gusto dulce a nuestro sentir, aumenta nuestra propia estima, tendemos a creerlo. Creo que esto no es malo en principio, pero esconde un riesgo. El de acostumbrarnos y buscar siempre que los demás hablen bien de nosotros y nos alaben, que nuestra alegría se fundamente en la fama, la gloria, que recibimos de los demás. Y esa es una alegría solitaria y, por tanto, fútil.

El Evangelio según san Lucas nos habla de un momento muy escandaloso de la vida de Jesús. A estas alturas él ya era muy conocido, su predicación había alcanzado a muchos y había mostrado la fuerza de Dios en él a través de diversos diálogos. Pero entonces empieza a jugarse su fama, ya algo maltrecha por las disputas con los fariseos. Jesús empieza a anunciar el Reino y a juntarse a comer, no principalmente con personas “buenas” y “respetables”, como los fariseos, sino también con “pecadores”, traidores del pueblo y colaboracionistas, personas avaras como los publicanos. Y entonces, empieza la murmuración de los biempensantes, de los que marcan la cultura dominante. Ante esa murmuración, Jesús nos presenta las tres parábolas de la misericordia. Frente a la dureza del corazón de los fariseos, Jesús se acerca a los que están heridos por el pecado y viven vidas formalmente, aparentemente alejadas de Dios, pero, en el corazón, sedientos de ser encontrados por él.

Y en estas parábolas, además de hablarnos de la compasión de Dios, nos habla de algo más grande aún, que es su fundamento: la alegría. Es la alegría del pastor, que ha recuperado la oreja y la ha traído de vuelta a casa; la alegría de la mujer que ha encontrado la moneda que había perdido y la alegría del Padre que sale corriendo a abrazar a su hijo que vuelve.

Y me llama la atención que esta alegría es, sobre todo, una ALEGRIA COMPARTIDA. El pastor, al llegar, reúne a amigos y vecinos y les dice «¡alegraos conmigo!»; y esto mismo dice la mujer, que reúne también a sus amigas y vecinos para compartir con ellas su alegría. Y ¡qué decir del padre, que pone toda su casa en fiesta, matando el ternero cebado, reservada para la mejor ocasión. La alegría de la que nos hablan las parábolas no es una alegría egocéntrica, de quien se abraza y atesora para si el bien hallado, aterrado en el fondo por el miedo a volver a perderlo o a que se lo roben. Es una alegría efusiva, que sale de uno y mueve a alegría a los demás. Es relativamente fácil compadecerse, es decir, dolerse con el mal de alguien que está sufriendo. Pero no es tan natural alegrarse espontáneamente con la alegría de los demás.

El Reino de Dios es la alegría compartida del amor de Dios. Alegrarnos con la alegría de otros es un signo de verdadero amor. Como señala muy agudamente Fabrice Hadjadj en una conferencia recogida en el libro Lobos disfrazados de corderos: Pensar sobre los abusos en la Iglesia, «A los ojos de la teología revelada, la alegría no está solo en el estuario, sino también en la fuente. Si bien nos llega una vez que hemos alcanzado nuestra meta, reposa ante todo en nuestro principio. Dios, que es alegría, es el creador de todas las cosas, de suerte que todo ser brota de la alegría pura». Esto es lo que Jesús quiere explicar en las parábolas acerca de la razón que le mueve a acercarse a los más alejados: su propia esencia consiste en querer compartir su alegría con nosotros, independientemente de lo lejos que hayamos huido por engaño del tentador para evitarla.

Los fariseos no pueden alegrarse de la alegría de los publicanos que, como Mateo, han encontrado una buena vida en Jesús y lo han dejado todo para seguirle. Son como el hijo mayor de la parábola, que tiene un corazón endurecido por la envidia, que vive formalmente en la Casa del Padre, pero es incapaz de compartir su alegría. Pidamos para esta semana que comienza la capacidad de compartir la alegría del Padre en tantas oportunidades que el Señor nos ofrecerá.
______________
(*) Obispo de Segovia

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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