Entro en la pescadería de mi calle y el dueño me saluda con una sonrisa. Me pregunta primero por la salud, le devuelvo el interés y compro pescado que nunca antes he preparado por mi cuenta. Puestos a estar encerrados, hagámoslo bien y probemos cosas nuevas. Aprovecho que estoy solo en el local para que me dé algún consejo sobre cómo hacerlo, y él, muy dispuesto, me da detalladas explicaciones que luego llevo a cabo en la cocina con relativo éxito (relativo porque no tengo una segunda opinión que demuestre lo rico que me ha quedado, concédanme el beneficio de la duda, queridos lectores).
En la panadería, Verónica, que me dice que la llame Vero o me regañará, sonríe al otro lado del mostrador y me gasta un par de bromas, y yo a ella. Cuando entro el repartidor de pan vuelve justo a tiempo para reponer el género; las barras vienen de un pueblo segoviano de cuyo nombre no me acuerdo, aunque me gustaría hacerlo para mencionarlo aquí. Son dos personas las que están despachando con su mascarilla y su sonrisa, muy necesarias ambas en estos días.
Paso por la frutería y los dueños se reparten el trabajo para servir a los clientes que estamos allí y a la vez preparar los pedidos para llevarlos a las casas de quienes por cualquier motivo no pueden, especialmente gente mayor. Solo son dos, pero se multiplican para alcanzar a todo el que necesita de sus servicios.
Termino la ruta en la carnicería, y si no fuera porque las medidas de seguridad limitan la distancia y al igual que el resto están con sus mascarillas, no pensaría que estamos en cuarentena, porque su actitud es la misma de siempre: cercana y con humor, ese que tiene valor añadido cuando sale a relucir en días grises.
Menciono solo a las tiendas de ‘primera necesidad’ porque son las que pueden abrir ahora, pero en unas semanas serán muchas más: librerías, ropa, ferreterías, zapaterías, discos, bares y restaurantes… Son estos comercios, pequeños solo por el tamaño de los locales, no por su grandeza, los que le dan personalidad propia a Segovia, los que la convierten en un lugar cercano y en donde a veces te llaman por tu nombre como síntoma de un relación de confianza en la que hacemos falta ambos por igual.
No se trata de menospreciar ni mucho menos a quienes trabajan para una empresa nacional o internacional con una infraestructura lógicamente muy superior que puede esquivar con más soltura una crisis de este tipo; han estado exactamente igual que el resto al pie del cañón, trabajando y jugándose la salud para que el resto estuviéramos en casa y no nos faltara de nada. Mi reconocimiento es también para ellos. Ni tampoco se trata de decirle a los ciudadanos dónde tienen que comprar, cada uno es libre y sobraría siquiera mencionarlo.
Hablo de apoyar, cuando volvamos a algo que se parezca a la normalidad, al comercio segoviano, a los nuestros, porque son quienes más están sufriendo este parón y quienes más necesitarán de una fidelidad que estoy convencido de que la mayoría tiene de sobra ganada. Porque cada local que no vuelva a abrir o que tenga que cerrar pronto será una derrota para una ciudad que los necesita a todos.
Las compras on line en alguno de los gigantes de la distribución han sido un recurso seguro y útil para mucha gente este último mes y medio, pero cuando las calles vuelvan a ser de la gente será buen momento para recuperar eso que estamos echando tanto de menos, el contacto personal. Y en ese tú a tú ojalá vaya incluido el que tenemos con el comercio segoviano y con sus productores, porque por el esfuerzo y la ilusión que pusieron para levantar sus negocios merecen ser apoyados ahora más que nunca.
