Melpómene, hija de Zeus y Mnemósine, diosa del teatro y la tragedia e inspiradora de artistas, aparece en algunas leyendas como madre de las Sirenas que tendrían como padre a Aqueloo, el dios más antiguo de los espíritus. En el marco de la mitología clásica las sirenas son criaturas ligeramente difusas debido al remoto trasfondo de su origen, probablemente ligado al mundo de los muertos. Seres con cuerpo de pájaro y rostro o torso de mujer, poseedores de una voz musical prodigiosamente atractiva e hipnótica con la que embrujaban a los navegantes que pasaban junto a sus costas y los conducían a la muerte. La tradición las hacía habitar en el litoral de la Italia meridional, en una isla rocosa del Mediterráneo frente a Sorrento, y en ocasiones identificada con Capri.
Agláope (la de bello rostro), Telxiepia (de palabras aclamantes), Telxínoe (deleite del corazón), Pisínoe (la persuasiva), Parténop (aroma a doncella), Ligei (de mortal belleza), Leucosia (ser puro), Molpe (la musa), Radne (mejoramiento) y Teles (la perfecta), junto con sus primas las lamias vascas, las que peinan sus rubios cabellos con peine de oro, no han parado de embaucar con su envolvente canto y su belleza a los pobres marinos de mares y ríos.
Empieza la campaña electoral y vuelven las sirenas. Usted y yo, mi querido lector, tenemos ya, a estas alturas, los oídos atorados por el canto de los políticos imitadores de Telxiepia, sus hermanas y primas, que intentan seducirnos con sus proclamas electorales. No haga caso a su reclamo, dedique su atención a cosas más útiles, y con este consejo no es que quiera negar la importancia de elegir a los que, durante los próximos cuatro años, van a decidir sobre nuestras vidas y haciendas, lo que afirmo es que sus cantos intentan engañarnos, llevándonos a su terreno para luego olvidarnos y hacer de su capa un sayo.
En ese fragor verbal harán lo posible por convencernos que ellos son los mejores y que los contrarios exhalan un perfume de maldad cual si fueran discípulos de Satanás. Sus programas estarán edulcorados con promesas imposibles de cumplir, pero qué importa si consiguen lo anhelado: suficientes escaños en las Cortes para de nuevo meternos, sin piedad y sin sonrojo, las dos patas por un calzón, o ¿acaso han hecho otra cosa González, Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez, con el poco tiempo que ha tenido entre Falcon y Falcon, para influir en nuestras vidas?
Qué difícil es ejercer, sujetos como estamos a esta pésima Ley Electoral, el sacrosanto derecho al voto. Los jefes, sin que se les mueva un pelo del bigote, ponen en las candidaturas de los partidos que lideran no a los mejores sino a los más adictos y encima nos exigen que los votemos. Y nosotros, pobres súbditos, picamos una y otra vez sin darnos cuenta, o dándonos que tanto monta, con qué desvergüenza nos toman el pelo.
Las sirenas entonaban sus cantos seductores con armoniosa melodía mientras estos “sirenos” del siglo XXI desafinan cuando mienten pero, sin pudor alguno, exigen lealtad al elector amenazando con el fuego del Averno si no depositamos nuestra papeleta con la lista que ellos, y solo ellos, de acuerdo con sus torticeros intereses, han confeccionado.
Tentación tengo de pedir a usted, mi querido lector, que vote en blanco para demostrar que no es así cómo se actúa en las democracias consolidadas, pero no soy capaz y como debemos ejercer el derecho al voto, por si alguna vez sirve para algo, votemos lo que nos plazca, sin miedos, sin cortapisas de apelación a la utilidad. Hagamos un simple esfuerzo, pensemos a quien no queremos votar aunque sus taimadas sirenas halaguen nuestros oídos. Apuesto a que tras esta criba no quedan más de dos listas, para entonces no es cosa de decidir a cara o cruz, compruebe que algún compromiso de su programa electoral le sea útil y a la urna.
Ulises se amarró al palo mayor de su nave para no sucumbir al traicionero canto de las sirenas; no aconsejo a nadie tamaño esfuerzo pero sí digo que nos amarremos a nuestra experiencia de tantos años de elecciones para que no nos den gato por liebre.
