Josefina Aldecoa, una de las grandes impulsoras de las ideas de la Institución Libre de Enseñanza y una de la últimas autoras de la llamada generación de los 50, falleció ayer a los 85 años en la localidad cántabra de Mazcuerras, donde residía desde que se retiró de la vida pública a causa de una enfermedad degenerativa, según informaron fuentes próximas a la familia.
Josefa Rodríguez Álvarez, como fue bautizada en 1926 por unos padres vinculados a la profesión de maestros, será incinerada hoy en una ceremonia íntima que se oficiará en Santander, explicó la hija de la escritora, Susana Aldecoa.
Con la desaparición de esta dama, que hizo de la pedagogía y de la literatura sus dos caballos de batalla, se va gran parte de la memoria de España. Mujer comprometida con la enseñanza, fue una de las grandes impulsoras de las ideas de la Institución Libre de Enseñanza y una de las últimas escritoras vivas de la llamada generación de los 50 o del medio siglo.
Una vida y obra que fue reconocida por el Gobierno, el pasado 8 de marzo, justo el día que cumplía los 85 años, con la entrega de la Medalla de la Igualdad y que ya no pudo recoger por el deterioro de su salud.
La juventud la vivió en León, donde formó parte de un grupo literario que produjo la revista de poesía Espadaña. En 1944, se trasladó a la capital, donde estudió Filosofía y Letras y se doctoró en Pedagogía por la Universidad de Madrid con una tesis sobre la relación infantil con el arte, que luego publicaría con el título El arte del niño. Durante sus años de estudio en la facultad, entró en contacto con un grupo de escritores que luego iban a formar parte de su grupo generacional. En esos tiempos, poco agradecidos con la cultura, tradujo para Revista Española el primer cuento publicado en España de Truman Capote.
Casada desde 1952 con el escritor Ignacio Aldecoa, de quien tomó el apellido, y a quien conoció en el madrileño Café Gijón, formó junto con Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre y Luis Martín Santos, entre otros, la primera generación literaria de la posguerra. La generación de la berza, como también se les llamó despectivamente.
Días grises de represión
«Salíamos de una época de represión y tonos grises y a las generaciones hay que entenderlas en su contexto. Éramos realistas porque en aquel momento tenía que ser así. Después los jóvenes ya fueron más intimistas, pero aquel momento hablábamos de la caída de un albañil del andamio o de la dificultad o sordidez de ser niño en aquellos tiempos difíciles». Así explicaba esa coyuntura literaria Josefina Aldecoa en una entrevista en 2004, con motivo de la publicación de En la distancia, un texto bello y doloroso, en el que relató su infancia, la guerra, las vivencias con sus coetáneos y su carrera como maestra.
Josefina Aldecoa, toda una señora de belleza serena por fuera y por dentro, trabajó mucho en este país, pero sin ruidos ni alharacas, siempre humilde, y contribuyendo, con toda su obra, a reflejar el alma femenina, el costumbrismo de una época y su amor por los jóvenes, por la educación y la docencia.
Autora de la trilogía Mujeres de negro, Historia de una maestra y La fuerza del destino, en la que puso el espejo retrovisor para revisar toda una etapa de la sociedad española, y donde hablaba, en la década de los 90 del siglo pasado, de temas tan polémicos y actuales como el laicismo en la docencia o la retirada de los símbolos religiosos de las escuelas, la maestra vocacional que siempre fue dio muestra fehaciente de su compromiso con la enseñanza.
Fundó el colegio Estilo en 1959, un centro simbólico en Madrid basado en las ideas de la Institución Libre de Enseñanza, en el que su única hija, Susana, sigue sus pasos que no son otros que enseñar a los niños a ser personas. «Me gusta la juventud; su rebeldía y su inconformismo», solía decir Josefina.
En 1969 murió su marido y permaneció 10 años en los que abandonó la escritura dedicándose a la docencia, hasta que en 1981 publicó una edición crítica de los cuentos de Ignacio Aldecoa.
Se fue una gran escritora, pero también una mujer pionera que tuvo que luchar en una época gris bajo la amenaza de la censura cultural y la autocensura.
Una mujer que engendró su compromiso ético y social cuando vio que fusilaron a su querido profesor de la Escuela Preparatoria. «Ahí comprendí que la política tenía que ver con la cultura y que, en determinadas circunstancias, la cultura era peligrosa», señaló. Una mujer buena y sencilla que buscó algo de luz entre la desolación.
