Las despedidas nunca son fáciles. Y más aún cuando el adiós no significa un ‘hasta pronto’, sino un ‘hasta siempre’. Como las personas, los negocios no son inmunes al paso del tiempo. Todo cambia: las tradiciones, la rutina de trabajo, los horarios… No obstante, algo que ha permanecido durante más de 130 años en la pastelería ‘De la Iglesia’ es la ilusión de agradar a sus clientes, así como la aspiración de dejar un gran legado con el mejor sabor de boca posible. Y nunca mejor dicho.
En su tienda se pueden encontrar numerosos productos: pastas, polvorones, rosquillas… Sin embargo, los hojaldres dulces y brillantes, bañados en almíbar, sobresalen entre todo lo demás. Son su principal seña de identidad. Pero también de la gastronomía provincial en su conjunto. Es difícil conocer una despensa segoviana en la que no se haya colado en algún momento la conocida caja de cartón blanca y con letras azules que dicen ‘elaboración diaria y artesanal’.
Ese es el truco que explica su gran popularidad. “Los hojaldres que vendemos se hacen en el mismo día, nunca hemos usado aditivos ni conservantes”, destaca Charo de la Iglesia, gerente de la pastelería. “La gente los valora porque están ricos y esponjosos, cuando pruebas uno inmediatamente necesitas comer otro”, señala.
La receta de estos hojaldres tiene mucha historia. “Se remonta a antes de 1900, con mi abuelo Alejandro, conocido como el ‘tío Navarro’”, quien empezó a hacer dulces en un pequeño horno en Castiltierra, localidad perteneciente a Fresno de Cantespino. Posteriormente, dos de sus tres hijos se encargaron del reparto de los hojaldres y otros productos por multitud de pueblos segovianos. Hasta que se trasladaron a Cantalejo para asentarse allí definitivamente.
En la localidad briquera adquirieron un local. “La tienda original estaba a tan solo unos pocos metros de la actual”, la cual está ubicada en la travesía principal, a pocos metros de la Plaza España, lo que hace años era la entrada de un antiguo cine. Desde ese día muchas personas conocen el nombre de Cantalejo solo porque han comido los hojaldres. Unos dulces que han visitado todos los continentes, tal como le consta a De la Iglesia.
“Aquí parece que es algo normal, pero fuera llaman mucho la atención”, declara la gerente de la pastelería. Por ello, no sorprende su largo historial de clientes: desde grandes empresas que optan por regalar hojaldres como aguinaldo hasta los particulares que los envían al Hospital de Segovia para agradecer a los sanitarios su labor. También se han podido ver en las mesas de conocidas figuras de la escena política.
“Son tantos años de trabajo que lo tenemos controlado todo; funcionamos por estadísticas”, indica De la Iglesia. O, al menos, funcionaban antes de la pandemia. Sin embargo, todo cambió de repente. “Cuando llegó el covid estuvimos muy perdidos, tuvimos que cerrar tres meses, ha sido un golpe muy duro”, admite.
Este es uno de los motivos que, si bien no ha sido el determinante, ha influido en la decisión de apagar el horno para siempre. “Da mucha pena, nací y crecí entre dulce, es toda una vida dedicada a ello”, insiste. La llegada a la jubilación de parte del personal de la pastelería y la falta de relevo generacional son las explicaciones que De la Iglesia añade a su despedida.
Aunque no puede precisar la fecha del cierre definitivo, será a lo largo del mes de julio, en función de las existencias de materias primas. “Lo que sí garantizamos es que lo último que terminaremos de hacer son los hojaldres”, aclara. De hecho, ya cuenta con numerosas peticiones de personas interesadas en hacer acopio de los últimos dulces. A su vez, De la Iglesia agradece a sus clientes por ser “el mayor motivo de orgullo”. “Ellos han sido y son el verdadero valor que ha tenido la pastelería durante estos 130 años”, concluye.
